¿Es confiable el saber en las ciencias sociales? Jean-Claude Passeron
TENDENCIAS
A diferencia de las “ciencias duras”, la sociología o la historia tienen múltiples formas de abordar un fenómeno. Lejos de debilitarlas, eso les permite explicar las diversas lógicas que actúan en un hecho social.
¿Cuál es el sentido de la sociología? En otras palabras tratándose del discurso de una ciencia: ¿de qué criterios de validez o de falsedad son susceptibles sus enunciados? Restrinjamos esta pregunta al análisis de los métodos: ¿qué significa demostrar en una ciencia histórica?
La definición mínima de una ciencia es decir que en ella se prueba algo. La sociología no es lo que dice la mayoría de los sociólogos, ni cuando la enarbolan orgullosos de un saber totalizador de la sociedad, ni cuando, ingenuamente cientificistas y con mucha matemática o formalización, la obligan a convertirse en una “ciencia dura”, ni mucho menos cuando se resignan a considerarla una “ciencia blanda” que los consuela de esta posición subalterna por su “vocación humanista”.
Ninguna ciencia social puede reducirse a la metodología de los modelos, a menos que se resigne a no ser más que un juego formal, indiferente a la observación de los fenómenos observados. Las ciencias de investigación difieren fundamentalmente de las ciencias del modelo por la aplicación, exhaustiva o no, del principio de racionalidad para explicar los comportamientos humanos. El criterio de la maximización de una “utilidad individual”, en el cual se basan los modelos de la economía matemática o de la teoría de los juegos, no basta para definir el lenguaje teórico que usa un historiador, un sociólogo, un antropólogo. Se puede condensar esta diferencia en la conocida fábula de la rana y el escorpión.
Un escorpión le pide a una rana que lo lleve sobre su espalda de una orilla a la otra de un río. La rana se niega por temor a sufrir una picadura mortal durante la travesía. Argumentado y anticipando los efectos con la habilidad de un “filósofo utilitarista” para lograr sus fines, el escorpión responde que no tiene ningún interés en ello porque, al hacerlo, él se ahogaría. Pero cuando en medio del río, la rana –que se dejó convencer– se sorprende, agonizante, de la picadura irracional del escorpión, éste le responde suspirando: “No pude evitarlo, está en mi naturaleza”. El escorpión suicida es el prototipo del político mentiroso que es engañado por su propia habilidad para improvisar un alegato a la vez lógico y eficaz. Logra persuadir a la rana, pero no
tiene una estrategia deliberada de engaño, por que el engaño le resulta mortal. En la fábula hace el papel de virtuoso del cálculo utilitarista engañado por su propio razonamiento. La racionalidad de anticipación utilitaria, y el determinismo biológico del instinto coexisten en la fábula. Ambos actores rivalizaron en “anticipación racional”, como dicen los economistas, que se basan en esta noción para explicar las decisiones que toman las empresas en un mercado cuando anticipan la estrategia del adversario. Pero la explicación científica de los actos del escorpión y la rana deben de cambiar a medida que cambian las causas de la acción a lo largo del tiempo.
En un modelo, el economista fila la lógica del cálculo; en una investigación, el sociólogo explora las interacciones variando sus métodos a través de la medición o la observación de campo, la comparación histórica o estadística, para hacer probable una explicación que sea, al mismo tiempo, una interpretación plausible.
A diferencia del homo economicus, el homo sociologicus hace un uso de la racionalidad casi siempre muy cercano a la del escorpión. Así la secuencia de interacciones de la fábula puede interpretarse de muy distintos modos: se crean así otras tantas teorías explicativas de la catástrofe racional ocurrida en una interacción que, sin embargo, escapa a los actores que aspiran a un arbitraje racional de sus decisiones.
Preguntémosle a la teoría de un sociólogo qué demonios de animal es este escorpión. Max Weber distinguía cuatro “tipos puros de acción racional”: “la acción racional con respecto a fines”, que calcula sus mejores medios para lograr a un fin; “la acción raciona con respecto a valores”, en la que el cálculo esta limitado por un mandato incondicional; “la acción tradicional”, ordenado sin cálculo por la autoridad; y “la acción afectiva”, que inclina a la obediencia por la influencia que ejerce un “carisma”. El escorpión de la fábula es del segundo tipo. Es un calculador racional, pero ciego con respecto la costo –que sería racionalmente previsible– que le hará pagar su deseo de picar a un ser vivo demasiado cercano, cuando el impulso instintivo intervenga como una irresistible obligación interna. No supo anticipar su impulso. La incondicionalidad del mandato
instintivo de la especie acota aquí el cálculo racional de los medios y de los fines.
Lecturas complementarias
Al consultar su biblioteca de grandes obras teóricas, el lector imaginará sin esfuerzo otras lecturas de la estrategia del escorpión: “Cadenas de imaginación” y “cadenas de la necesidad” (Pascal); “interés objetivo de clase (en Marx); “coerción social” y “normatividad” (Durkheim y Merton); “selección natural” (Darwin); “óptimo”, función” o “ecuación matemática” (econometría); “equilibrio de Nash”, “información incompleta” (teoría de los juegos); “sistema de dominación” , “interiorización de la necesidad” (Bourdieu); “ambivalencia” del sentimiento (Freud); “ardid del deseo” (Lacan); “estrato discursivo” (Foucault), y más. Siempre hay mil razones compresibles
para no ser racional, en el sentido de la racionalidad que puede entrar en un modelo de cálculo.
¡Pero cuidado! La pluralidad de sus teorías no condena a las ciencias sociales al escepticismo.
Si la interpretación de la fábula se presta a todo tipo de hermenéutica, es precisamente porque el interprete de la acción del escorpión no dispone de ningún otro dato sobre el contexto del “caso” más que el relato de una aventura única. Se halla frente a una historia sin pasado ni contexto. En una tarea análoga –hacer razonamientos explicativos–, las ciencias sociales no están tan carentes. Disponen de una panoplia de métodos para tratar sus datos y hacerlos hablar; estos métodos organizan estilos muy diferentes de argumentación, y así las teorías construyen los hechos de manera diferente.
Una explicación económica no refuta una explicación sociológica, o viceversa. Lo que
caracteriza a las ciencias sociales es que sus métodos no pueden transmitir la verdad de una proposición a la siguiente como en una cadena deductiva. Pero también comparten otro modo de probar: hacer convergir pruebas de lógica diferente en un conjunto de argumentaciones, sus argumentos en una interpretación, sus interpretaciones en una teoría plausible. Así como son múltiples las interpretaciones posibles de la estrategia de un escorpión que, para atravesar un río, encontró a partir de sí el medio de suicidarse con toda la racionalidad, con la complicidad de una rana que se dejó asesinar por confiar demasiado en la universalidad de los cálculos de utilidad, las teorías interpretativas de las ciencias sociales siguen siendo inevitablemente múltiples y competitivas. Los datos que extraen de la observación nunca permiten ni una demostración lógico-matemática que operara como dentro de un puro sistema formal ni un razonamiento experimental que pudiera ser desarrollado “suponiendo que todos los demás elementos permanecen iguales”. Pero según los casos, sus mediciones, sus estimaciones, sus generalizaciones conceptuales, sus presunciones explicativas nunca son equivalentes: son desigualmente concluyentes según la pertinencia de los materiales empíricos reunidos y según el estilo de prueba que organiza sus métodos de tratamiento de los datos. Estamos en una ciencia en donde la prueba es una cuestión de más o menos, no de todo o nada.
Afortunadamente para “el interés” de las investigaciones en ciencias sociales, la historia de las sociedades humanas no ofrece datos tan enrarecidos como los de la fábula del escorpión, brillante abogado de la anticipación racional pero incapaz de la intuición extralógica –o de un poquito de psicoanálisis– que le habría permitido sospechar de la duplicidad de sus reglas de decisión para anticipar un poco mejor sus riesgos.
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