domingo, 8 de noviembre de 2009
La antropología al banquillo: ¿alteridad o diferencia?
por Jean Bazin
Puesto que se nos ha invitado a poner en duda los saberes establecidos («¿Existen todavía las ciencias humanas?»), quisiera que la denominación de «antropología» provocara de entrada una cierta perplejidad, incluso una ligera sospecha.
Después de todo, lo que nosotros hacemos, engalanados con el título de «antropólogos», son estudios de caso: somos especialistas en una tribu tuareg, en un valle kanak, en un mercado de Provenza, en un reino africano o en un suburbio metropolitano. ¿Esto hace de nosotros «expertos en seres humanos»? ¿O hará falta renunciar a tomar el término a la medida de la pretensión de su etimología griega? Para justificar este apelativo, invocamos la existencia de un edificio disciplinario de varios niveles, cuya planta baja etnográfica tiene pisos superiores más y más sintéticos (la etnología, la antropología social). Pero esto es sólo una maqueta escolar para uso académico.
Más vale afrontar resueltamente la paradoja. Con base en nuestra experiencia (eso que sucede a nuestro alrededor y que nos sucede en un momento dado en algún sitio), producimos descripciones: si existe la «antropología», son las descripciones mismas las que son antropológicas; o bien ellas no lo son, ellas no llegan a serlo y el título es una usurpación. Pero si ellas lo son, es que ellas apuntan al hombre, que de alguna manera ellas nos lo muestran: una cierta generalización, es decir, la consideración del hecho de que se trata del hombre, y por lo tanto también de ustedes y de mí, participando en ello, incluso en nuestro respeto escrupuloso de la singularidad de cada situación.
No hay entonces, como se escucha decir aquí o allá a menudo, de un lado, en la base, la multitud de los apasionados de lo concreto, los reporteros de lo vivido, y de otro lado, en las cumbres sublimes aunque un poco desiertas, un laberinto escabroso de «estructuras» y de «modelos». El problema se plantearía más bien así: como de lo que sucede existe un número indeterminado de descripciones (o de redescripciones) verdaderas posibles, ¿en qué caso es el hombre lo que yo describo? ¿Bajo cuál descripción es de lo humano de lo que yo doy cuenta? Es desde este punto de vista que la antropología me parece estar hoy en día «en el banquillo», es decir, impugnada, amenazada, pero también activa.
Un día de abril de 1969, en un pequeño poblado cerca de Segou (en Mali), se me permitió asistir a un sacrificio. Era la primera fase de una ceremonia compleja que una sociedad cultual denominada Komo realizaba todavía en esa época una vez al año. El sacrificio se hacía temprano en la mañana cerca del poblado, en una suerte de bosque espeso aislado en medio de los campos cultivados. Nos detuvimos primero en la entrada del lugar: allí, el maestro del culto pronunció, o más bien murmuró, una invocación seguida de un primer sacrificio al suelo (una sopa de mijo y un chivo). De una bolsa muy sucia se extrajeron unos objetos oblongos recubiertos de una corteza agrietada de sangre seca (los boli, o «fetiches») –no me atrevo a decir «cachivaches» o «cacharros», lo que empero daría una idea más precisa de su carácter en verdad innombrable. El sacrificador se desnudó casi totalmente, depositó los objetos en una vieja calabaza rota puesta en tierra, luego se puso a degollar encima varios pollos y un perro, teniendo cuidado de empaparlos bien de sangre fresca, humedeciéndolos pacientemente uno tras otro. Mientras tanto, los hombres más jóvenes desplumaban los pollos y despedazaban las carnes con las que se prepararía un vasto plato colectivo consumido más tarde por todos los adeptos. La atmósfera no era de recogimiento. Cada uno se ocupaba de su tarea. Después, se alistaron los instrumentos necesarios para el momento más público (aunque prohibido a las mujeres y a los incircuncisos) de la ceremonia: la danza nocturna de una máscara (hecha de plumas de buitre pegadas a sudarios) cuyo portador, en estado de trance o simulando tal estado, profetiza deformando su voz y en un lenguaje deliberadamente oscuro –transmitiendo un mensaje saturado de sentidos múltiples propuestos a la interpretación de los fieles.
Este pequeño esbozo es sin duda una descripción, el análisis de una manera de actuar, y no un relato. Una ceremonia es un encadenamiento de acciones (de gestos, de palabras...) que obedece a una regla explícita (a veces incluso escrita) –lo que se denomina un ritual, es decir, un conjunto de prescripciones. Pero cada ceremonia es también un acontecimiento singular. Si la ceremonia fuera, por ejemplo, un matrimonio en Francia hoy, podría suponer que ustedes saben –al menos en líneas generales– cómo sucede, y entonces podría contarles el matrimonio de mi primo Paul, enfatizando ciertos incidentes imprevistos que animaron u obstaculizaron el desarrollo de la ceremonia, o bien detallando el carácter de los invitados reunidos para la ocasión. Esto sería una narración, que podría además ser una ficción (pienso en la película de Robert Altman Un matrimonio). Si, por el contrario, tengo que enseñarles cómo uno se casa en Francia, o en algún medio social que no es familiar para ustedes, el matrimonio del primo Paul me serviría como un caso particular que ejemplifica en qué consiste este tipo de ceremonia. Esto es lo que he hecho con la descripción del sacrificio.
¿En qué sentido esta descripción de una ceremonia es eventualmente antropológica? En el supuesto que se trata de una escena de la cual yo he sido espectador, ¿puede decirse que lo que allí se ofrecía a la vista era el hombre? Lo digo en el sentido en que, por ejemplo, un etólogo que observa un hormiguero se familiariza con el comportamiento social propio de la especia «hormiga». En la época clásica, desde Montaigne hasta La Rochefoucauld, se hubiera admitido que cualquier hombre –estas personas ocupadas en su sacrificio tanto como yo mismo en cuanto torno a mirarme– ofrece a la vista «la condición humana». Pero nosotros tenemos dificultades para admitir hoy en día que la forma humana genérica pueda ser directamente apreciada en personas pertenecientes a una sociedad y comprometidas en una historia, tal como podría apreciársela sobre un cadáver anónimo. Durante largo tiempo se llamó «antropología» al estudio anatómico del cuerpo humano: una antropología era un tratado sobre el animal humano. Lo que el anatomista, por ejemplo el famoso Doctor Tulp pintado por Rembrandt, revela a la mirada pública con la punta de su escalpelo en efecto es el hombre. La lección de anatomía –variante erudita de la lección de igualdad en la finitud que es el memento mori– oculta las características individuales o sociales y expone la disposición natural de los órganos. Ecce homo. Pero devuélvasele la vida a esta maquinaria de órganos tendida sobre la mesa: al ser de nuevo Pierre o Paul, carne de patíbulo o burgués de Leyden, ¿el «sujeto» de la lección ofrece todavía a la vista al hombre?
Se entra en la época moderna cuando se descubre que «bajo el nombre pomposo de estudio del hombre, cada cual estudia en realidad a los hombres de su país» . Estos humanos que, según La Bruyère, «el filósofo se pasa la vida observando», no son de hecho sino ejemplares de la variedad europea de la humanidad: por mucho que se hayan hecho exploraciones en todas las partes del mundo, «no conocemos otros hombres que los propios europeos». Antes de finales del siglo XVIII, advierte Foucault, el hombre, en tanto que objeto de las ciencias humanas, no existía. Pero desde que existe, existe en plural. Ya no se trata entonces, para estudiar al hombre, de permanecer confinado en una pequeña provincia notando los defectos de los vecinos o sondeando el propio yo. «Toda la Tierra está cubierta de naciones de las que sólo conocemos los nombres, ¡y nosotros nos atrevemos a juzgar acerca del género humano!» , proclama Rousseau. Y como decididamente «la filosofía no viaja», el Directorio envía valientemente a algunos ciudadanos-observadores a las antípodas luego que la efímera Sociedad de Observadores del Hombre, en su afán de «perfeccionar la antropología», los ha formado previamente no sólo en la medición de cráneos y de fuerzas musculares, sino también a «hacer experimentos en torno a los fenómenos del pensamiento» . Vasto programa del cual Lévi-Strauss ha dicho con razón que era ya «el de la etnología contemporánea» . Fue en esa época en efecto cuando se puso en marcha, sobre el modelo de la anatomía comparada, el proyecto de una observación itinerante sistemática, pacientemente acumulativa e idealmente exhaustiva de lo que en principio se llamó las “naciones humanas”, que luego se llamó las “razas” y que nosotros llamamos hoy en día las “etnias”. En 1788 un oscuro profesor de teología en Lausana publica una antropología o ciencia general del hombre en la cual a la «antropología física» se le añade desde entonces de manera explícita una «etnología» .
Una comunidad étnica es un conjunto de aborígenes, más tarde se dirá de indígenas, que tiene rasgos comunes de comportamiento. Lo que se podría denominar el paradigma etnológico consiste en considerar que no solamente los usos y costumbres varían –cosa que cualquier viajero puede fácilmente constatar al vuelo– sino que hay también numerosas variedades de hombres. Como la variabilidad cultural es una propiedad distintiva de las poblaciones humanas (mientras que las poblaciones animales sólo manifiestan un único comportamiento específico recurrente), la ciencia natural debe, en el caso del hombre, prolongarse en una ciencia de las culturas: «La etnología [...] procura realizar, en el orden de la cultura, la misma labor de descripción, de observación, de clasificación y de interpretación que el zoólogo o el botánico hacen en el orden de la naturaleza. Es en este sentido [...] que podemos decir que la etnología es una ciencia natural o que ella aspira a constituirse de acuerdo con el modelo de las ciencias naturales» .
Para el antropólogo, así redefinido como etnólogo, se trata de poner su granito de arena en el inventario descriptivo y comparativo de los pueblos del mundo, yendo a estudiar –en lo posible sobre el terreno– los nativos de una «nación» distinta a la suya, a fin de poder decir, al regresar, alguna cosa acerca de lo que ellos son: matrilineales, caníbales, polígamos, con marcas en la piel, temerosos… A la imagen de la comunidad de estudiosos inclinada sobre el cadáver disecado de un hombre (o a la de Descartes desmontando, después de la del cuerpo, la mecánica de las pasiones del alma), es preciso oponerle en lo sucesivo la imagen de Malinowski ocupado en consignar en sus fichas, bajo la carpa que levantó en medio de la hermosa aldea de Omarakana, todo lo que le parecía significativo de una cultura. Pienso en una foto de 1916 que se ha convertido en una suerte de emblema de la disciplina y de su método («la observación participante»), en la que ante todo se ve a los trobriandeses, dócilmente sentados al pie de la mesa de trabajo del maestro, observando esta «lección de escritura» en la que consiste el ejercicio de registro del etnógrafo, al igual que el «modelo» de un pintor asiste al espectáculo de su puesta en imágenes.
Heme aquí entonces, ante el lugar en el que ocurre esta ceremonia, ya no como observador del hombre sino de una manera particular de ser humano. Esto que estoy conociendo, a título de modesto obrero del vasto programa etnológico, es un comportamiento social propio de una etnia específica –en esta ocasión, un comportamiento supuestamente típico de los bambara. Desde hace mucho tiempo, en las ciudades mercantiles y musulmanas del valle del Níger y a todo lo largo de sus redes comerciales, se empleó este término para designar a los campesinos paganos de las regiones aledañas, pero la taxonomía práctica de los mercaderes de esclavos y luego la ciencia administrativa colonial acabaron por volver evidente la existencia de un tipo humano supuestamente distinto, los bambara. Como es apenas obvio que los bambara, incluso observados desde un punto de vista casi naturalista, no son hormigas, se supondrá que ellos tienen ideas, sin duda ideas personales, pero los etnólogos no se ocupan casi de estas últimas, sino sobre todo de las ideas bambara, de las «representaciones colectivas». Esta es la razón por la que no me contento con mirar y escuchar, sino que enseguida pido explicaciones, requiero comentarios. Voy en busca de una creencia, de una fe común, parto a la caza de una doctrina esotérica, incluso de un mito, del cual este rito sería la puesta en escena. Más aún, me esfuerzo por establecer correlaciones, por tejer una red de asociaciones significantes no sólo entre unos comportamientos y unos discursos, sino entre diversos comportamientos y discursos notados en otras ocasiones. Mi tarea es incorporar esta ceremonia en el seno de una visión de conjunto –que se va a llamar «la cultura bambara»– la cual, aunque necesariamente presentada bajo la forma de un proceso discursivo (una serie de secciones o de capítulos), deberá ser comprendida como un denso tejido de correspondencias simultáneas. En suma, me esfuerzo por expresar la «bambareidad» de los bambara, por enunciar lo esencial de eso que hace que un bambara sea un bambara. Pues donde quiera que él esté y aunque quiera lo que sea, un bambara sigue siendo un bambara y se comporta como un bambara. En tanto que «sujeto» del saber etnológico, el «indígena» no actúa, sino que ilustra un comportamiento acostumbrado típico, revela una visión del mundo o encarna una «mentalidad» que le son propias y me son extrañas, expresa –hasta en el menor de sus gestos o de sus palabras– lo que él es, así como cada animal denota las características de su especie.
Sin embargo, si la descripción de esta ceremonia es «antropológica», en la medida en que pone en juego al hombre o a lo humano y no a lo bambara, entonces ella procede de otro modo. Hace falta introducir una premisa antropológica desde el comienzo. Esta podría ser, para el caso que nos ocupa, la formula que propone, no sin vacilaciones, Wittgenstein : «El hombre es un animal ceremonial.» Según él, esta no es una definición del hombre, sino la constatación de un hecho (por el cual se podría «comenzar un libro de antropología»): «si se observa cómo los hombres viven y se conducen por doquier sobre la tierra, se ve que, además de las acciones que podríamos denominar animales (alimentarse, etc.), existen también acciones portadoras de un carácter particular y que se podrían denominar rituales». Una vez esta premisa ha sido planteada como tal, la escena de la que yo era espectador se transforma en una situación de la que hago parte: un animal ceremonial, yo mismo en este caso, soy testigo de una ceremonia. Yo no sé todavía muy bien qué es lo que estas personas hacen, su comportamiento tiene rasgos bastante enigmáticos, pero yo sé que ellos están haciendo un sacrificio, y yo tengo alguna idea de lo que es un sacrificio. Aunque yo no me convierto por ello en uno de los actores del rito (salvo en la medida en que mi presencia perturba sin duda el curso normal de la ceremonia –¿pero acaso su curso ha sido alguna vez «normal»?), estoy implicado en él en tanto que hombre. La descripción que yo haré de esta ceremonia será entonces la descripción de una ceremonia por un animal ceremonial. Para que este no fuera el caso, haría falta imaginar una descripción cuyo autor no fuera humano (¿qué dirán los dioses de nuestros sacrificios?). Cuando un animal ceremonial describe una ceremonia, pone «una ceremonia en lugar de otra», así como se «pone un símbolo en lugar de otro». En otras palabras, cuando mi descripción es antropológica, yo considero la ceremonia, o alguno de sus momentos, como una variante de otra que me resulta más familiar, o de otras varias que yo conocía ya.
El hecho de que, por ejemplo, el sacrificador se quite sus vestiduras no tiene un sentido oculto que haya que interpretar (retorno simbólico a la naturaleza salvaje, desnudamiento del hombre delante de Dios…), sino que es una manera diferente de marcar el carácter ceremonial de su acto: toda práctica ceremonial es marcada como tal de muchas maneras, en cada detalle de su efectuación. Desde esta perspectiva da igual que el oficiante se desnude o se cubra con una rica casulla reservada para este tipo de circunstancias, así como da igual que el sacrificio tenga lugar a la sombra de un bosquecillo en medio de los campos cultivados o en el recinto de un templo monumental: existen diversas maneras de trazar los límites de un espacio y de un tiempo sagrados. Que se haga correr la sangre de los animales sobre unos objetos que se humedecen con cuidado es otra manera de reservar la parte de los dioses antes de consumir entre los hombres la comida común. En otras partes se queman las vísceras y los huesos sobre un altar, mesa dispuesta para un dios ausente e inmaterial que se regala apenas con el humo de las viandas, o se deposita un plato delante del lecho sobre el cual se ha acostado la imagen del dios; aquí se «nutren» de sangre objetos presentes, manipulables, mantenidos por lo general ocultos pero momentáneamente expuestos en un lugar prohibido. Inútil partir en busca de un sentido particularmente bambara, griego o inca del sacrificio. Como lo nota Paul Veyne , si esta práctica está tan extendida a través de los siglos y de las sociedades, es justamente porque «es lo bastante ambigua como para que cada uno encuentre en ella su satisfacción particular». Su enigma, objeto infinito de «explicaciones insondables», logra aquí su triunfo. Inútil asimismo imputar a este hombre una creencia y a estas personas una mentalidad particularmente fetichista –figura de lo primitivo desde el Presidente de Brosses y de la africanidad desde Hegel: no hay religión sin objetos, sin figuración material de lo absoluto, sin incorporación de la autoridad suprema misteriosa en virtud de la cual ello arriba y debe arribar: en otros sitios el sacerdote saca el cuerpo de dios de un cáliz de oro, lo presenta a la asamblea, lo consume, lo da a consumir…
Lo que una descripción así muestra, en la medida en que ella es antropológica, no es lo que estos seres humanos son, bambaras, papúes o balineses, sino lo que ellos hacen, la manera en la que en esta circunstancia ellos actúan. Lo propio de un acto humano, es que es necesariamente «hecho» de un cierto modo, no importa cuál, que es susceptible luego de ser explicado a quien lo ignora: se puede así aprenderlo a hacer. Yo constato entre estas personas un cierto acuerdo sobre el modo de hacer un sacrificio. A este acuerdo le doy una formulación explícita mediante afirmaciones que tienen la siguiente forma: aquí y en este caso conviene hacer esto, es decir, algo distinto a lo que se hace en otros lugares o en otras circunstancias. Una afirmación así dice cómo se actúa, indica una prescripción. El acto concreto que he constatado lo substituyo por un símbolo (una regla) presentada oralmente o por escrito. La regla no es el acto, describir un sacrificio no equivale a hacer uno. Pero al transcribir un «saber cómo» inherente a una práctica en una serie de consignas, instrucciones, modelos, aprendo cómo aquí y allá se sacrifica de modo distinto. Que existan por doquier maneras distintas de hacer «la misma cosa», un sacrificio, en un hecho antropológico.
Si la antropología está así «en el banquillo», ahora puede apreciarse la magnitud de la cuestión. ¿Qué estudiamos los antropólogos al fin? ¿Comunidades o acciones? Eso que llamamos nuestro «terreno», ¿es una suerte de laboratorio en el que realizaríamos in vivo una investigación sobre una cierta variedad de hombres, notando sus comportamientos, registrando enunciados, recogiendo objetos, como un naturalista recoge guijarros o plantas a título de muestra de un medio natural específico? ¿O se trata más bien de una situación en la que, encontrándome en compañía de algunos de mis contemporáneos, procuro conocer eso que ellos bien pueden estar en trance de hacer, trato de comprender cómo ellos actúan –de modo que cada situación es un momento de una historia en curso en la cual nosotros, estas personas y yo, estamos involucrados a títulos diversos como actores?
Cuando, en calidad de observadores del hombre, escogemos como tema de estudio un pueblo, una etnia, producimos el tipo de objetos que se denomina culturas. Es a esta operación a la que en términos estrictos se debería llamar etnografía; ella consiste en inscribir sobre un soporte cualquiera (un texto, una película, una sala de museo…) una serie de rasgos que distinguen un pueblo de otro y que, tomados en conjunto (numerosos caracteres asociados que forman un «tipo»), debe expresar el genio propio, el espíritu, el «ethos». Los etnógrafos no estudian las culturas: escriben sobre ellas. Bajo su pluma erudita, una cultura es sin duda mucho más que la pequeña lista de estereotipos caricaturales y despectivos que puede bastar para practicar la identificación étnica básica. Pero cuanto mayor es el esfuerzo de construir una totalidad única, más densos se tornan los significados, más se complica la infinita red laberíntica de sus correspondencias simbólicas, más se acrecienta su «inconmensurabilidad», más se profundiza la alteridad. De igual modo, cuanto más se especifican «las palabras de la tribu», a riesgo de cargarlas con múltiples capas de sentido que su uso cotidiano no implica en absoluto, más se hunde uno en las delicias de la intraducibilidad, en el vértigo de lo esencialmente innombrable del otro.
Una cultura es eso en lo que se reconoce que el otro es en efecto otro. Es una representación, más o menos elaborada, que «nosotros» nos hacemos de la alteridad de los otros. La «ciencia natural» del Homo culturalis no comienza sino cuando se borra el rostro familiar del prójimo para que aparezca el rostro inquietante, pero fascinante, del otro (término que a menudo escribimos con O mayúscula, sin duda para dar a entender mejor la magnitud del abismo que nos separa). Ser étnicamente bambara, papúa o balinés, antes de ser cualquier otra cosa, es en principio no ser como nosotros los europeos, decía Rousseau, rebautizados enseguida occidentales para incluir a nuestros primos del otro lado del Atlántico. La «bambareidad» es una de las múltiples formas de eso que es para este «Nosotros» su «Otro». El inventario etnográfico es por principio etnocentrado: la observación del hombre se hace desde nosotros hacia los otros, esforzándose solamente por respetar la neutralidad axiológica al precio de tener que tachar una y otra vez las designaciones despectivas (bárbaro, salvaje, primitivo, campesino, popular…). Pero el otro no es a la postre sino el otro de sí: por respetado o celebrado que él sea, continúa siendo una imagen alterada de sí mismo.
La actividad etnográfica, la expresión de las diferencias en palabras, en escenas y en imágenes como signos manifiestos de una alteridad esencial se ha multiplicado y universalizado en la actualidad: ya no se restringe más a la mirada de Occidente sobre sus «otros», los nativos de su Frontera o los indígenas de sus imperios coloniales convertidos en los inmigrantes de sus ciudades. En lo sucesivo las culturas son ante todo esas imágenes que los otros fabrican y difunden –y que nosotros consumimos– de su identidad. En lo sucesivo la tierra está uniformemente poblada indígenas y el debate público tiende a transformarse en una vasta confrontación de «puntos de vista indígenas». Cada uno se torna etnógrafo de sí mismo y procura destacar y hacer que se reconozca su diferencia cultural como el indicador, la prueba de su esencial alteridad, aunque jamás haya habido tantas culturas. Es este juego lo que se conoce ahora con el nombre de sociedad multicultural (o poliétnica).
La hipótesis etnológica de una explicación de los comportamientos humanos por la pertenencia étnica compite cada vez con más fuerza con la hipótesis sociológica de una determinación de los comportamientos por la pertenencia social. Con base en el modelo de una ciencia natural imaginaria (los cuerpos no «siguen» la ley de la gravitación como nosotros seguimos el código de tránsito...), se supone que detrás de las acciones opera un principio activo inconsciente y colectivo, la cultura: ellos actúan así porque ellos son otros y recíprocamente nosotros somos quienes somos porque seguimos nuestra costumbre. Al igual que la identidad personal aparece como la «expresión» psicológica o social de una identidad «real», un código genético (junto con un sistema inmunitario) propio de cada individuo, así también las identidades colectivas se dan como otras tantas especies y sub-especies del género humano –la diferencia específica no es engendrada biológicamente, por modificación del programa genético, sino culturalmente, por la instalación y la transmisión de «programas mentales» distintos. La naturalización de las entidades humanas ya no es más solidaria de una teoría racial obsoleta, sino de la evidencia visible de la alteridad cultural. Este paradigma etnológico, versión soft de la vieja hipótesis poligenista, ha invadido a tal punto el discurso de nuestros contemporáneos que parece formar parte hoy en día de las evidencias compartidas del sentido común, y de un sentido común en lo sucesivo mundializado. La historia política de las relaciones de dominación y de competencia da paso al espacio de coexistencia simultánea de una multiplicidad indefinida de entidades étnicas, es decir, conjuntos «de individuos culturalmente similares capaces de engendrar individuos culturalmente similares» . La práctica de la eliminación por genocidio o etnocidio (dependiendo de si se suprime a las comunidades mismas o si solamente se borra su «programación cultural») tanto como las formas ordinarias de su denuncia suponen la misma visión común de un «parque humano» compuesto de un conjunto de variedades de las cuales los nuevos jardineros del planeta Tierra se asignan por tarea preservar la diversidad.
El trabajo antropológico –trabajo crítico que está más que nunca a la orden del día– no es promover la alteridad, sino reducirla. Por extrañas, incluso absurdas que nos parezcan en principio las acciones humanas, debe haber un punto de vista desde el cual, una vez mejor conocidas, ellas muestran ser únicamente diferentes de las nuestras: es en esto que su descripción es antropológica. Cuando se trata de seres humanos, yo debo poder aprender cómo ellos actúan –y la experiencia demuestra (así como se demuestra el movimiento caminando) que la apuesta es plausible. Del sacrificio Komo del cual yo fui testigo ese día cerca a Segou a la misa del rito católico que a todos nos resulta más o menos familiar la serie de mediaciones puede parecer larga, pero no es infinita. El número de transformaciones necesarias torna el aprendizaje más o menos difícil, pero no imposible. Si este último fuera el caso, habría motivos para preguntarse si realmente se trataba de acciones (no se comprende una reacción química o un eclipse: se los explica por sus causas), o si esas personas son verdaderamente seres humanos.
La dificultad surge porque cada acción humana se ejecuta sobre la base de una multitud de condiciones y requisitos que usualmente permanecen tácitos, sin que no obstante pueda tachárselos de inexpresables o inconscientes, y que no forman un sistema por más que ningún pensamiento los piense. La suma de todo aquello sobre lo cual los actores están de acuerdo aun sin haberlo debatido ni decidido y que además no tienen necesidad de explicitar mientras están entre ellos porque se da por supuesto, tiene la forma de un mundo: se vive «dentro» de él sin cuestionarlo como tal, «funciona por preterición» . De ahí la opacidad inherente a las acciones humanas cualesquiera que ellas sean, comenzando por aquellas que nos resultan más familiares, las nuestras –esto explica porqué la oposición entre una «antropología del prójimo» y una «antropología del lejano» carece de fundamento epistemológico. Para poder describir cualquier acción, hace falta aprender todo un mundo, o sea establecer pacientemente las diferencias entre mundos, entre las configuraciones de lo practicable y lo impracticable en situaciones sociales e históricas concretas. Pero cualquier mundo es una variante de una serie de mundos que incluye necesariamente el mío. Y nosotros los humanos tenemos la capacidad, en cuanto sabemos actuar en un mundo, de actuar (más o menos bien) en múltiples mundos. La mayor parte de situaciones exigen de los actores tal habilidad: algunos sufren por ello, otros son expertos. La experiencia antropológica consiste en desplazarse, no siempre muy lejos y a veces solamente con el pensamiento o por una simple desviación de la mirada, pero sí lo suficiente para vivir la experiencia concreta e iniciar el aprendizaje de un mundo desconocido. Es solo en la medida en que yo no puedo, en mi calidad de observador, dar por supuesto lo que estas personas dan por supuesto mientras actúan, que estoy en posición de tener que aprender cómo ellas actúan. Esta es la experiencia de una situación en la que no sólo coexisten, sino que se conjugan, en una relación de contemporaneidad y de imbricación, numerosos mundos distintos, entre ellos el mío.
Al fin y al cabo, somos perfectamente capaces de comprender la acción de otros, por más que «comprender» no consista en revelar mediante una hermenéutica de lo dicho y lo no dicho, ni en adivinar por empatía el sentido oculto (mental, interno) y a fin de cuentas inalcanzable o indecidible de un comportamiento observado –búsqueda de un saber indefinidamente inconcluso que no deja otra opción que un imposible cambio de identidad y que termina alimentando un «culto de la singularidad» . Por el contrario, comprender una acción consiste más bien en haberla descrito de tal modo que ella aparece como una de las maneras posibles de hacer lo que también nosotros hacemos pero según otras reglas o en otras condiciones. Recortar, después de su muerte, las últimas partituras de Schubert en pequeños trozos y repartirlas entre sus estudiantes favoritos es una señal de piedad que nos resulta comprensible, nota Wittgenstein , incluso aunque nosotros hubiéramos preferido conservarlas intactas y al abrigo de todos. Esta comprensión se obtiene mediante un trabajo de generalización, o dicho de otro modo, de transformación de la alteridad y de su extrañeza aparente en diferencia conocida, es decir, manejable.
(Traducción de Leonardo Ordóñez, julio de 2009)
martes, 3 de febrero de 2009
La falsa neutralidad de las técnicas - Bourdieu
p.63
En tanto no hay registro perfectamente neutral no existe una pregunta neutral. El sociólogo que no somete sus propias interrogaciones a la interrogación sociológica no podría hacer un análisis verdaderamente neutral de las respuestas que provoca. Sea una pregunta tan univoca en apariencia como: “¿trabajó usted hoy?”. El análisis estadístico demuestra que provoca respuestas diferentes de parte de los campesinos de Cabila o del sur argelino, los cuales si se refinaran a una definición “objetiva” del trabajo, es decir a la definición que una economía moderna tiende a dar de los agentes económicos, debieran dar respuestas semejantes. Sólo a condición de que se interrogue sobre su propia pregunta, en lugar de pronunciarse precipitadamente por lo absurdo o la mala fe de las respuestas, el sociólogo tiene alguna posibilidad de descubrir que la definición de trabajo que implica su pregunta está desigualmente alejada de aquella que las dos categorías de sujetos dan en sus respuestas19. Puede verse cómo una pregunta que no es transparente para el que la hace puede oscurecer el objeto que inevitablemente construye, incluso si la misma no ha sido hecha para construirlo.
Dado que se puede preguntar cualquier cosa a cualquiera y que casi siempre alguien tiene buena voluntad para responder cuando menos algo a cualquier pregunta, aun la mas irreal, si quien interroga, carente de una teoría del cuestionario, no se plantea el problema del significado especifico de sus preguntas, corre el peligro de encontrar con demasiada facilidad una garantían del realismo de sus preguntas en la realidad de las respuestas que recibe. (…)
p.64
Siempre que el sociólogo es inconsciente de la problemática que incluye en sus preguntas, se impide la comprensión de aquella que los sujetos incluyen en sus respuestas: las condiciones están dadas, entonces, para que pase inadvertido el equívoco que lleva a la descripción, en términos de ausencia, de las realidades ocultadas por el instrumento mismo de la observación y por la intención, socialmente condicionada, de quien utiliza el instrumento.
El cuestionario más cerrado no garantiza necesariamente la univocidad de las respuestas por el solo hecho de que someta todos los sujetos a preguntas formalmente idénticas. Suponer que la misma pregunta tiene el mismo sentido para sujetos sociales distanciados por diferencias de cultura, pero unidos por pertenecer a una clase, es desconocer que las diferentes lenguas no difieren sólo por la extensión de su léxico o su grado de abstracción sino por la temática y problemática que transmiten.
(…)
La crítica que hace Maxime Chastaing del “sofisma del psicólogo” es pertinente siempre que se desconoce el problema de la significación diferencial que las preguntas y las respuestas asumen realmente según la condición y la posición social de las personas interrogadas: “El estudiante que confunde su perspectiva con la de los niños estudiados recoge su propia perspectiva en el estudio en que cree obtener la de los niños [...]. Cuando pregunta: “¿Trabajar y jugar es la misma cosa? ¿Qué diferencia hay entre trabajo y juego?”, impone, por los sustantivos que su pregunta contiene, la diferencia adulta que pareciera cuestionar [...]. Cuando el encuestador clasifica las respuestas - no según las palabras que las constituyen sino de acuerdo con el sentido que les daría si el mismo las hubiera dado- en los tres órdenes del juego-facilidad, juego-inutilidad y juego-libertad, obliga a los pensamientos infantiles a entrar en esos comportamientos filosóficosî22.
Para escapar a este etnocentrismo lingüístico, no basta, como se ha visto, someter al análisis de contenido las palabras obtenidas en la entrevista no dirigida, a riesgo de dejarse imponer las nociones y categorías de la lengua empleada por los sujetos: no es posible liberarse de las preconstrucciones del lenguaje, ya se trate del perteneciente al científico o del de su objeto, más que estableciendo la dialéctica que lleva a construcciones adecuadas por la confrontación metódica de dos sistemas de preconstrucciones23
(De este modo, la entrevista no directiva y el análisis de contenido no podrían ser utilizados como una especie de patrón absoluto, pero deben proporcionar un medio de controlar continuamente tanto el sentido de las preguntas planteadas como las categorías según las cuales son analizadas e interpretadas las respuestas.)
No se han sacado todas las consecuencias metodológicas del hecho de que las técnicas netas clásicas de la sociología empírica están condenadas, por su misma naturaleza, a crear situaciones de experimentación ficticias esencialmente diferentes de las experimentaciones sociales que continuamente produce la evolución de la vida social. Cuanto las conductas y actitudes estudiadas más dependen de la coyuntura, la investigación, en la coyuntura particular que permite la situación de encuesta, está más expuesta a captar sólo las actitudes u opiniones que no valen más allá de los límites de esta situación.
(…)
Estamos en contra de la definición restrictiva de las técnicas de recolección de datos que confiere al cuestionario un privilegio indiscutido y la posibilidad de ver nada más que sustitutos aproximativos de la técnica real en métodos no obstante tan codificados y tan probados como los de la investigación etnográfica (con sus técnicas específicas, descripción morfológica, tecnología, cartografía, lexicografía, biografía, genealogía, etc.).
En efecto, hay que restituir a la observación metódica y sistemática su primado epistemológíco. Lejos de constituir la forma más neutral y controlada de la elaboración de datos, el cuestionario supone todo un conjunto de exclusiones, no todas escogidas, y que son tanto más perniciosas por cuanto permanecen inconscientes: para poder confeccionar un cuestionario y saber qué se puede hacer con los hechos que produce, hay que saber lo que hace el cuestionario, es decir, entre otras cosas, lo que no puede hacer. Sin hablar de las preguntas que las normas sociales que regulan la situación de encuesta prohíben plantear, ni mencionar aquellas que el sociólogo omite hacer cuando acepta una definición social de la sociología, que no es sino el calco de la imagen pública de la sociología como referéndum, ni siquiera las preguntas más objetivas, las que se refieren a las conductas, no recogen sino el resultado de una observación efectuada por el sujeto sobre su propia conducta. Tampoco la interpretación valdría más si ella se nutriera de la intención expresa de discernir metódicamente de las acciones las intenciones confesadas y los actos declarados que pueden mantener con la acción relaciones que vayan desde la valoración exagerada, o la omisión por inclinación, a lo secreto hasta las deformaciones, reinterpretaciones e incluso a los “olvidos selectivos”; tal intención supone que se obtenga el medio de realizar científicamente esta distinción, sea por el cuestionario mismo, sea por un uso especial de esta técnica (piénsese en las encuestas sobre los presupuestos o sobre los budgets-temps como cuasi-observación) o bien por la observación directa. Se induce, por tanto, a invertir la relación que ciertos metodólogos establecen entre el cuestionario, simple inventario de palabras, y la observación de tipo etnográfico como inventario sistemático de actos y objetos culturales26: el cuestionario no es nada más que uno de los instrumentos de la observación, cuyas ventajas metodológicas, como por ejemplo la capacidad de recoger datos homogéneos igualmente apreciables por un análisis estadístico, no deben disimular sus límites epistemológicos; de manera que no sólo no es la técnica más económica para captar las conductas normalizadas, cuyos procesos rigurosamente determinados son altamente previsibles y pueden ser, en consecuencia, captados en virtud de la observación o la interrogación sagaz de algunos informantes, sino que se corre el peligro de desconocer ese aspecto de las conductas, en sus usos más ritualizados, e incluso, por un efecto de desplazamiento, a desvalorizar el proyecto mismo de su captación.
viernes, 23 de enero de 2009
Bourdieu- La sociología, ¿es una ciencia?
La sociología, ¿es una ciencia?
La Recherche, nº 331, mayo del 2000.
Traducción para la Asociación Latinoamericana de Sociología:
Manuel Antonio Baeza R.
La sociología es en plenitud una ciencia, pero sí una ciencia dífícil. Al contrario de las ciencias consideradas puras, ella es por excelencia la ciencia que se sospecha de no serlo Hay para ello una buena razón: produce miedo Porque levanta el velo de cosas ocultas, incluso reprimidas.
-La Recherche: Comencemos por las cuestiones más evidentes: las ciencias sociales, y la sociología en particular, ¿son verdaderamente deudas? ¿Por qué siente Ud. la necesidad de reivindicar la cientificidad?
-Pierre Bourdieu: La sociología me parece tener todas las propiedades que definen una ciencia. Pero, ¿en qué grado? La respuesta que podemos hacer varía mucho según los sociólogos. Diré solamente que hay mucha gente que se dice o se cree sociólogos y que confieso tener dificultad en reconocerles como tales (es el caso también, en grados diferentes, en todas las ciencias). En todo caso, hace mucho tiempo que la sociología salió de la prehistoria, es decir de la edad de las grandes teorías de la filosofía social con la cual los profanos a menudo la identifican. El conjunto de los sociólogos dignos de ese nombre se ajusta a un capital de logros, de conceptos, de métodos, de procedimientos de verificación. No obstante, por diversas razones sociológicas evidentes, y entre los cuales porque ella juega el rol de disciplina refugio, la sociología es una disciplina muy dispersa (en el sentido estático del término), y esto en diferentes puntos de vista. Así se explica que ella dé la apariencia de una disciplina dividida, más próxima de la filosofía que las otras ciencias. Pero el problema no reside allí: si somos de tal manera detallistas acerca de la cientificidad de la sociología es porque ella perturba.
-La Recherche: Los sociólogos entonces, ¿son objeto de una sospecha particular?
-Pierre Bourdieu: La sociología tiene efectivamente el triste privilegio de encontrarse sin respiro confrontada a la cuestión de su cientificidad. Se es mil veces menos exigente con la historia o la etnología, sin hablar de la geografía, de la filología o de la arqueología. Siempre interrogado, el sociólogo se interroga e interroga siempre. Esto hace creer en un imperialismo sociológico:
¿qué es esta ciencia emergente, vacilante, que se permite someter a examen a las otras ciencias? Yo pienso, por supuesto, en la sociología de la ciencia. De hecho, la sociología no hace más que plantear a las otras ciencias preguntas que se plantean a ella de manera particularmente aguda. Si la sociología es una ciencia crítica, es quizás porque ella misma se encuentra en una posición crítica. La sociología crea problemas, como se dice.
-La Recherche: ¿La sociología provoca miedo?
-Pierre Bourdieu: Si, porque saca el velo que existe sobre cosas escondidas y a veces reprimidas. Ella revela, por ejemplo, la correlación entre el éxito escolar, que se identifica con "la inteligencia", y el origen social o, más aún, con el capital cultural heredado de la familia. Son verdades que los tecnócratas, los epistemócratas (es decir buena cantidad de aquellos que leen la sociología y de los que la financian) no quieren oír. Otro ejemplo: la sociología muestra que el mundo científico es el lugar de una competencia que está orientada por la búsqueda de beneficios específicos (premios Nóbel y otros, prioridad del hallazgo, prestigio, etc.) y conducida en nombre de intereses específicos (es decir irreductibles a los intereses económicos en su forma ordinaria y percibidos por lo mismo como "desinteresados"). Esta descripción cuestiona evidentemente una hagiografía científica en la cual participan a menudo los científicos y de la cual éstos tienen necesidad para creer lo que hacen.
-La Recherche: De acuerdo: la sociología aparece a menudo como agresiva y perturbadora, Pero, ¿por qué se requiere que el discurso sociológico sea "científico"? Los periodistas también plantean preguntas molestas; ahora bien, ellos no reivindican su pertenencia a la ciencias ¿Por qué es decisivo que haya una frontera entre la sociología y un periodismo crítico?
-Pierre Bourdieu: Porque hay una diferencia objetiva. No es una cuestión de vanidad. Hay sistemas coherentes de hipótesis, de conceptos, de métodos de verificación, todo cuanto se adjunta comúnmente a la idea de ciencia. Por consiguiente, ¿por qué no decir que es una ciencia si lo es realmente? Ciertamente es una cuestión muy importante: una de las maneras de zafarse de verdades molestas es decir que ellas no son científicas, lo que quiere decir que ellas son "políticas", es decir suscitadas por el "interés", la "pasión", por lo tanto relativas y relativizables.
-La Recherche: Si se plantea a la sociología la cuestión de la cientificidad, ¿no es también porque ella se ha desarrollado con cierto retraso con respecto a las otras deudas?
-Pierre Bourdieu: Sin duda, pero ese "retraso" se debe al hecho de que la sociología es una ciencia especialmente difícil. Una de las dificultades mayores reside en el hecho de que sus objetos son espacios de lucha: cosas que se esconden, que se censuran; por las cuales se está dispuesto a morir. Es verdad también para el investigador mismo que se encuentra en juego en sus propios objetos. Y la dificultad particular que enfrenta la sociología se debe muy a menudo a que las personas tienen miedo de lo que van a encontrar. La sociología confronta sin cesar a aquél que la practica a realidades rudas, ella desencanta. Es el por qué, contrariamente a lo que a menudo se cree, afuera y adentro, ella no ofrece ninguna de las satisfacciones que la adolescencia busca frecuentemente en el compromiso político. De ese punto de vista, ella se sitúa al polo opuesto de las ciencias llamadas "puras" (o de las artes "puras"), que son sin duda por una parte, refugios en los cuales tienden a aislarse para olvidar el mundo, universos depurados de todo lo que causa problema, como la sexualidad o la política. Es el por qué los espíritus formajes o formalistas hacen en general una sociología lastimosa.
-La Recherche: Ud. muestra que la sociología interviene a propósito de cuestiones socialmente importantes. Eso plantea el problema de su neutralidad, de su objetividad el sociólogo, ¿puede permanecer por encima de las pugnas, en posición de observador imparcial?
-Pierre Bourdieu: La sociología tiene como particularidad tener por objeto campos de lucha: no solamente el campo de las luchas de clases sino el campo de las luchas científicas mismo. Y el sociólogo ocupa una posición en esas luchas: de partida, en tanto que detentor de un cierto capital económico y cultural, en el campo de las clases; enseguida, en tanto que investigador dotado de cierto capital específico, en el campo de la producción cultural y, más precisamente, en el sub-campo de la sociología. Esto, él debe tenerlo siempre en mente con el fin de discernir y controlar todos los efectos que su posición soca puede tener sobre su actividad científica. Es la razón por la cual la sociología de la sociología no es, para mí, una "especialidad" entre otras, sino una de las condiciones primeras de una sociología científica. Me parece en efecto que una de las causas principales del error en sociología reside en una relación incontrolada del objeto. Es entonces capital que el sociólogo tome conciencia de su propia posición. Las posibilidades de contribuir a producir la verdad me parecen en realidad depender de dos factores principales, que están ligados a la posición ocupada: el interés que se tiene en saber y en hacer saber la verdad (o, inversamente, a esconderla o a escondérsela) y la capacidad que se tiene de producirla. Se conoce la expresión de Bachelard: "No hay ciencia sino de lo escondido". El sociólogo está mejor armado para descubrir lo escondido por el hecho de estar mejor armado científicamente, de que utiliza mejor el capital de conceptos, de métodos, de técnicas, acumulado por sus predecesores, Marx, Durkheim, Weber, y muchos otros, y que es más "crítico'; que la intención consciente o inconsciente que le anima es más subversiva, que tiene más interés en sacar a luz lo que está censurado, reprimido en el mundo social. Y si la sociología no avanza más rápido, como la ciencia social en general, es tal vez, en parte, porque esos dos factores tienden a variar en sentido inverso.
Si el sociólogo llega a producir, aunque fuere un poco de verdad, no está bien que él tenga interés en producir esa verdad, sino porque existe interés. Lo que es exactamente lo contrario del discurso un poco tonto sobre la "neutralidad". Este interés puede consistir, como en todas partes, en el deseo de ser el primero en hacer un hallazgo y de apropiarse de todos los beneficios asociados, o en la indignación moral, o en la rebelión contra ciertas formas de dominación y contra aquellos que las defienden al interior del campo científico, etc. En síntesis, no hay una Inmaculada Concepción. Y no habrían muchas verdades científicas si se debiera condenar tal o cual descubrimiento (basta con pensar en la "doble hélice") so pretexto de que las intenciones o los procedimientos no fueron muy puros.
-La Recherche: Pero, en el caso de las ciencias sociales, el "interés", la "pasión", el "compromiso", ¿no pueden conducir al enceguecimiento?
-Pierre Bourdieu: En realidad, y es lo que constituye la dificultad particular de la sociología, esos "intereses", esas "pasiones", nobles o ignominiosas, no conducen a la verdad científica sino en la medida en que están acompañadas de un conocimiento científico de lo que las determina, y de los límites así impuestos al conocimiento. Por ejemplo, todos saben que el resentimiento ligado al fracaso no hace más lúcido acerca del mundo social sino encegueciendo -respecto del principio mismo de esa lucidez. Pero eso no es todo. Más una ciencia es avanzada, más el capital de saberes acumulados es importante y más las estrategias de subversión, de crítica, cualesquiera sean las "motivaciones", deben, para ser eficaces, movilizar un saber importante. En física, es difícil triunfar sobre un adversario recurriendo al argumento autoridad o, como sucede todavía en sociología, denunciando el contenido político de su teoría. Las armas -de la crítica deben ser científicas para ser eficaces. En sociología, al contrario, toda proposición que contradice las ideas incorporadas está expuesta a la sospecha de una opción ideológica, de una toma de posición política. Aquélla choca con intereses sociales: los intereses de los dominantes que tienen una opción por el silencio y por el "buen sentido", los intereses de los portavoces, de los altoparlantes, que necesitan ideas simples, simplistas, consignas. Es la razón por la cual se le pide mil veces más pruebas (lo que, de hecho, está muy bien) que a los voceros del "buen sentido". Y cada descubrimiento de la ciencia desencadena un inmenso trabajo de "crítica" retrógrada que acapara todo el orden social (los créditos, los puestos, los honores, por lo tanto la creencia) y que apunta a enterrar lo que había sido descubierto.
Passeron - ¿Es confiable el saber en las ciencias sociales?
¿Es confiable el saber en las ciencias sociales? Jean-Claude Passeron
TENDENCIAS
A diferencia de las “ciencias duras”, la sociología o la historia tienen múltiples formas de abordar un fenómeno. Lejos de debilitarlas, eso les permite explicar las diversas lógicas que actúan en un hecho social.
¿Cuál es el sentido de la sociología? En otras palabras tratándose del discurso de una ciencia: ¿de qué criterios de validez o de falsedad son susceptibles sus enunciados? Restrinjamos esta pregunta al análisis de los métodos: ¿qué significa demostrar en una ciencia histórica?
La definición mínima de una ciencia es decir que en ella se prueba algo. La sociología no es lo que dice la mayoría de los sociólogos, ni cuando la enarbolan orgullosos de un saber totalizador de la sociedad, ni cuando, ingenuamente cientificistas y con mucha matemática o formalización, la obligan a convertirse en una “ciencia dura”, ni mucho menos cuando se resignan a considerarla una “ciencia blanda” que los consuela de esta posición subalterna por su “vocación humanista”.
Ninguna ciencia social puede reducirse a la metodología de los modelos, a menos que se resigne a no ser más que un juego formal, indiferente a la observación de los fenómenos observados. Las ciencias de investigación difieren fundamentalmente de las ciencias del modelo por la aplicación, exhaustiva o no, del principio de racionalidad para explicar los comportamientos humanos. El criterio de la maximización de una “utilidad individual”, en el cual se basan los modelos de la economía matemática o de la teoría de los juegos, no basta para definir el lenguaje teórico que usa un historiador, un sociólogo, un antropólogo. Se puede condensar esta diferencia en la conocida fábula de la rana y el escorpión.
Un escorpión le pide a una rana que lo lleve sobre su espalda de una orilla a la otra de un río. La rana se niega por temor a sufrir una picadura mortal durante la travesía. Argumentado y anticipando los efectos con la habilidad de un “filósofo utilitarista” para lograr sus fines, el escorpión responde que no tiene ningún interés en ello porque, al hacerlo, él se ahogaría. Pero cuando en medio del río, la rana –que se dejó convencer– se sorprende, agonizante, de la picadura irracional del escorpión, éste le responde suspirando: “No pude evitarlo, está en mi naturaleza”. El escorpión suicida es el prototipo del político mentiroso que es engañado por su propia habilidad para improvisar un alegato a la vez lógico y eficaz. Logra persuadir a la rana, pero no
tiene una estrategia deliberada de engaño, por que el engaño le resulta mortal. En la fábula hace el papel de virtuoso del cálculo utilitarista engañado por su propio razonamiento. La racionalidad de anticipación utilitaria, y el determinismo biológico del instinto coexisten en la fábula. Ambos actores rivalizaron en “anticipación racional”, como dicen los economistas, que se basan en esta noción para explicar las decisiones que toman las empresas en un mercado cuando anticipan la estrategia del adversario. Pero la explicación científica de los actos del escorpión y la rana deben de cambiar a medida que cambian las causas de la acción a lo largo del tiempo.
En un modelo, el economista fila la lógica del cálculo; en una investigación, el sociólogo explora las interacciones variando sus métodos a través de la medición o la observación de campo, la comparación histórica o estadística, para hacer probable una explicación que sea, al mismo tiempo, una interpretación plausible.
A diferencia del homo economicus, el homo sociologicus hace un uso de la racionalidad casi siempre muy cercano a la del escorpión. Así la secuencia de interacciones de la fábula puede interpretarse de muy distintos modos: se crean así otras tantas teorías explicativas de la catástrofe racional ocurrida en una interacción que, sin embargo, escapa a los actores que aspiran a un arbitraje racional de sus decisiones.
Preguntémosle a la teoría de un sociólogo qué demonios de animal es este escorpión. Max Weber distinguía cuatro “tipos puros de acción racional”: “la acción racional con respecto a fines”, que calcula sus mejores medios para lograr a un fin; “la acción raciona con respecto a valores”, en la que el cálculo esta limitado por un mandato incondicional; “la acción tradicional”, ordenado sin cálculo por la autoridad; y “la acción afectiva”, que inclina a la obediencia por la influencia que ejerce un “carisma”. El escorpión de la fábula es del segundo tipo. Es un calculador racional, pero ciego con respecto la costo –que sería racionalmente previsible– que le hará pagar su deseo de picar a un ser vivo demasiado cercano, cuando el impulso instintivo intervenga como una irresistible obligación interna. No supo anticipar su impulso. La incondicionalidad del mandato
instintivo de la especie acota aquí el cálculo racional de los medios y de los fines.
Lecturas complementarias
Al consultar su biblioteca de grandes obras teóricas, el lector imaginará sin esfuerzo otras lecturas de la estrategia del escorpión: “Cadenas de imaginación” y “cadenas de la necesidad” (Pascal); “interés objetivo de clase (en Marx); “coerción social” y “normatividad” (Durkheim y Merton); “selección natural” (Darwin); “óptimo”, función” o “ecuación matemática” (econometría); “equilibrio de Nash”, “información incompleta” (teoría de los juegos); “sistema de dominación” , “interiorización de la necesidad” (Bourdieu); “ambivalencia” del sentimiento (Freud); “ardid del deseo” (Lacan); “estrato discursivo” (Foucault), y más. Siempre hay mil razones compresibles
para no ser racional, en el sentido de la racionalidad que puede entrar en un modelo de cálculo.
¡Pero cuidado! La pluralidad de sus teorías no condena a las ciencias sociales al escepticismo.
Si la interpretación de la fábula se presta a todo tipo de hermenéutica, es precisamente porque el interprete de la acción del escorpión no dispone de ningún otro dato sobre el contexto del “caso” más que el relato de una aventura única. Se halla frente a una historia sin pasado ni contexto. En una tarea análoga –hacer razonamientos explicativos–, las ciencias sociales no están tan carentes. Disponen de una panoplia de métodos para tratar sus datos y hacerlos hablar; estos métodos organizan estilos muy diferentes de argumentación, y así las teorías construyen los hechos de manera diferente.
Una explicación económica no refuta una explicación sociológica, o viceversa. Lo que
caracteriza a las ciencias sociales es que sus métodos no pueden transmitir la verdad de una proposición a la siguiente como en una cadena deductiva. Pero también comparten otro modo de probar: hacer convergir pruebas de lógica diferente en un conjunto de argumentaciones, sus argumentos en una interpretación, sus interpretaciones en una teoría plausible. Así como son múltiples las interpretaciones posibles de la estrategia de un escorpión que, para atravesar un río, encontró a partir de sí el medio de suicidarse con toda la racionalidad, con la complicidad de una rana que se dejó asesinar por confiar demasiado en la universalidad de los cálculos de utilidad, las teorías interpretativas de las ciencias sociales siguen siendo inevitablemente múltiples y competitivas. Los datos que extraen de la observación nunca permiten ni una demostración lógico-matemática que operara como dentro de un puro sistema formal ni un razonamiento experimental que pudiera ser desarrollado “suponiendo que todos los demás elementos permanecen iguales”. Pero según los casos, sus mediciones, sus estimaciones, sus generalizaciones conceptuales, sus presunciones explicativas nunca son equivalentes: son desigualmente concluyentes según la pertinencia de los materiales empíricos reunidos y según el estilo de prueba que organiza sus métodos de tratamiento de los datos. Estamos en una ciencia en donde la prueba es una cuestión de más o menos, no de todo o nada.
Afortunadamente para “el interés” de las investigaciones en ciencias sociales, la historia de las sociedades humanas no ofrece datos tan enrarecidos como los de la fábula del escorpión, brillante abogado de la anticipación racional pero incapaz de la intuición extralógica –o de un poquito de psicoanálisis– que le habría permitido sospechar de la duplicidad de sus reglas de decisión para anticipar un poco mejor sus riesgos.
viernes, 16 de enero de 2009
La sociedad de las esquinas. W.F.Whyte
En los años transcurridos desde la terminación de La Sociedad de las Esquinas, he tratado varias veces de enseñar a estudiantes los sistemas de investigación requeridos para estudios en el campo de comunidades u organizaciones. Como otros instructores en esta materia, he sido obstaculizado severamente por la escasez de bibliografía que pueda asignar a los estudiantes.
Esta narración de la vida en la comunidad también puede explicar el proceso de análisis de los datos. Las ideas que tenemos en la investigación son nada más en parte un producto que sale al pesar con cuidado las evidencias. No pensamos por lo general los problemas siguiendo una línea recta. Tenemos a menudo la experiencia de estar sumergidos en una masa de datos confusos. Estudiamos los datos con cuidado ejerciendo sobre ellos todas nuestras facultades de análisis lógico. Encontramos una o dos ideas.
Pero los datos no caen todavía en ningún patrón coherente. Entonces continuamos, viviendo con los datos (y con la gente), hasta que tal vez una ocurrencia fortuita proyecta una luz completamente diferente sobre los datos y comenzamos a ver un patrón que no e habíamos visto antes. Este patrón no es una pura creación artística. Una vez que creemos que lo vemos, debemos reexaminar nuestras notas y quizá lanzarnos a recopilar nuevos, datos, para decidir si el patrón representa en forma adecuada la vida que estamos observando, o es nada más un producto de nuestra imaginación. La lógica desempeña entonces un papel importante. Pero estoy convencido de que la evolución real de las ideas de investigación no tiene lugar de acuerdo con las exposiciones formales que leemos sobre métodos de investigación. Las ideas nacen en parte de nuestra inmersión en los datos y de todo el proceso de vivir. Como parte de este proceso de análisis ocurre en el nivel inconsciente, estoy seguro de que nunca podemos presentar una historia completa de él. Sin embargo, una narración de cómo se hizo la investigación puede ayudar a explicar cómo emergió gradualmente el patrón de La Sociedad de las Esquinas.
2 No estoy sugiriendo que mi sistema para La Sociedad de las Esquinas debe ser seguido por otros investigadores. Hasta cierto grado, mi sistema debe ser único para mi, para la situación particular y para el estado de conocimientos existente cuando comencé el estudio. Por otra parte, debe hacer algunos elementos comunes del proceso de investigación en el campo. Sólo al acumular una serie de relatos de como se hizo en realidad un estudio, podremos pasar de la imagen lógica-intelectual y aprender a describir el proceso de investigación. Entonces, lo que sigue es una contribución a ese fin.
1. Antecedentes personales
Provengo de una familia de la clase media superior muy consistente. Uno de mis abuelos fue médico; el otro, superintendente de escuelas. Mi padre fue profesor de colegio. Por lo tanto, mi educación está muy distanciada de la vida que he descrito en Cornerville.
Tuve dos intereses intensos en Swarthmore College: la economía (mezclada con la reforma social) y la literatura. Escribí en el colegio cierto número de cuentos y obras en un acto. Durante el verano, después del colegio, hice un intento de escribir novelas. Esta actividad fue valiosa para mí, principalmente por lo que me enseñó respecto a mí mismo.
Varios de los cuentos aparecieron en la revista literaria del colegio y uno fue aceptado (pero nunca publicado) por la revista Story. Tres de las obras teatrales en un acto fueron producidas en Swarthmore, en el concurso anual de obras en un acto. No es un mal comienzo para alguien que tiene esperanzas, como las tenía yo entonces, de seguir una carrera literaria. No obstante, me sentí intranquilo e insatisfecho. Todos los cuentos y las obras fueron relatos dramatizados de sucesos y situaciones que había experimentado u observado. Cuando traté de superar mi experiencia y atacar una novela sobre un tema político, el resultado fue un fiasco total. Aun mientras escribía los últimos capítulos, entendí que el original no valía nada. Supongo que la terminé solamente para decirme que había escrito una novela.
Conocía el consejo dado con frecuencia a los escritores jóvenes, en el sentido de que deben escribir cosas surgidas de su propia experiencia, así que no tenía razón para avergonzarme de esta limitación. Por otra parte, cuando reflexionaba sobre mi experiencia me sentía inquieto e insatisfecho. Mi vida hogareña había sido muy feliz y estimulante intelectualmente pero sin inquietudes. Jamás tuve que luchar por nada. Conocía a muchas personas simpáticas, pero casi todas provenían de buenas familias sólidas de clase media, como la mía. Por supuesto en el colegio estaba relacionado con estudiantes y profesores de la clase media. No sabia nada respecto a los barrios bajos (ni a la costa de oro tampoco). No sabía nada de la vida en las fábricas, en los campos o en las minas. . .
excepto lo que había aprendido en libros. Así que llegué a pensar que era un tipo bastante lerdo. En ocasiones, este sentimiento de pesadez se hacia tan oprimente, que no podía pensar en escribir ninguna historia, sencillamente. Comencé a sentir que si en realidad iba a escribir algo que valiera la pena, debía salir en alguna forma de las estrechas fronteras sociales de mi existencia.
El interés en la economía y en la reforma social también me condujeron en dirección de La Sociedad de las Esquinas. Uno de mis recuerdos más vivos del colegio es de un día pasado con un grupo de estudiantes, visitando los barrios bajos de Filadelfia. Lo recuerdo no nada más por las imágenes de edificios dilapidados y gente congestionada, sino también por la sensación embarazosa que experimenté como visitante del distrito.
3 Sentí el apremio común del joven, de hacer el bien a esa gente y, sin embargo, supe entonces que la situación estaba tan lejos de cualquier cosa que pudiera intentar en ese tiempo, que me sentí como un entrometido aun por encontrarme ahí. Comencé a pensar en regresar en alguna ocasión a ese distrito y aprender a conocer realmente a la gente y las condiciones de sus vidas.
Mis urgencias de reforma social surgieron en otras formas en el colegio. En mi segundo año, fui uno del grupo de quince hombres que renunciaron a sus fraternidades con bastante escándalo de trompetas. Esto fue un acontecimiento excitante en el colegio y algunos de los hombres sólidos de las fraternidades temieron que la estructura se hundiera bajo sus pies. No debieron preocuparse. Las fraternidades continuaron adelante sin nosotros. En mi último año, me vi implicado en otro esfuerzo de reforma en el colegio.
Esta vez estábamos dirigiéndonos nada menos que a una reorganización de toda la vida social en el colegio. El movimiento tuvo una salida prometedora, pero luego se desvaneció con rapidez.
Estos esfuerzos de reforma abortados tuvieron gran valor para mi. Vi que no era fácil la reforma. Reconocí que había cometido un número de errores. También entendí que algunas de las personas que lucharon contra mí con mayor empeño, eran en realidad tipos bastante decentes. No concluí de esto que ellos estaban en lo justo y yo equivocado, pero comprendí lo poco que sabia realmente sobre las fuerzas que mueven a la gente a la acción. De mis propias reflexiones respecto a los fracasos de mis esfuerzos en el colegio, surgió un interés más agudo en entender a las personas.
También había un libro que leí, que pesó más sobre mí en ese tiempo. Fue la Autobiografía de Lincoln Steffens. Puse las manos en él durante el año que pasé en Alemania, entre la escuela de segunda enseñanza y el colegio. En mis esfuerzos para dominar el alemán, ésta fue la única cosa escrita en inglés que leí durante algún tiempo, así que quizá pesó más intensamente en mi de lo que hubiera pesado de otro modo. De cualquier manera, me fascinó y lo leí completo varias veces. Steffens había principiado como reformador y jamás abandonó esta urgencia de cambiar las cosas. No obstante, poseía una curiosidad tan insaciable respecto al mundo que lo rodeaba, que se interesó más y más en descubrir cómo funcionaba la sociedad en realidad. Demostró que un hombre con antecedentes similares a los míos podía salirse de las sendas habituales de su vida y obtener un conocimiento íntimo de individuos y grupos cuyas actividades y creencias eran muy distintas a las suyas. Así que uno podía realmente lograr que esos "políticos corrompidos" le hablaran. Yo necesitaba saber esto. Me ayudó algunas veces, cuando tuve la impresión de que las personas a quienes estaba entrevistando preferirían ante todo, que me largara de allí.
2. Descubrimiento de Cornerville
Cuando me gradué en Swarthmore en 1936, recibí una beca de la Sociedad de Becarios de Harvard. Esto me proporcionó una oportunidad singular: tres años de sostenimiento para cualquier línea de investigación que deseara emprender. La única restricción, era que no se me permitía acumular créditos hacia un grado de Doctor en Filosofía. Ahora agradezco esta restricción. Si se me hubiera permitido trabajar por el doctorado en filosofía, supongo que habría sentido que debía aprovechar el tiempo y la oportunidad. Con ese camino cortado, fui forzado a hacer lo que deseaba hacer sin considerar los créditos académicos.
4 Comencé con una idea vaga de que deseaba estudiar un distrito de barriada.
Eastern City me proporcionó varias alternativas posibles. En las primeras semanas de mi beca de Harvard, pasé parte de mi tiempo caminando de arriba a bajo por las calles de los diferentes distritos de barriada de Eastern City y hablando respecto a estos distritos con la gente de las agencias sociales.
Hice mi elección sobre bases muy poco científicas: Cornerville se adaptaba mejor a mi concepto de lo que debía parecer un distrito de barriada. De alguna manera, había formado una imagen de edificios derruidos, de tres a cinco pisos, congestionados entre ellos. Los edificios dilapidados de madera de algunas otras partes de la ciudad no me parecieron auténticos por completo. Es cierto, Cornerville tenía una característica que la recomendaba sobre una base un poco más objetiva. Vivía en ella más gente por hectárea, que en ninguna otra sección de la ciudad. Si un barrio bajo significaba hipercongestionamiento, éste lo era, ciertamente.
3. Planeamiento del estudio
Tan pronto como había encontrado mi distrito de barriada, me dediqué a proyectar mi estudio. Entonces no fue suficiente planear para mí solo. Había empezado a leer literatura sobre sociología y a pensar siguiendo las líneas de Middletown, de Lynds. Llegué paulatinamente a considerarme un sociólogo o un antropólogo social, en vez de un economista. Hallé que aunque se había puesto mucha atención a los barrios bajos en la literatura de sociología, no existía un verdadero estudio de la comunidad de un distrito así.
De modo que determiné organizar un estudio de la comunidad de Cornerville. esta era claramente una gran labor. Mi primer boceto del estudio señaló hacia investigaciones especiales de la historia del distrito, de su economía (niveles de vida, alojamiento, comercio, distribución y empleo), su política de estructura de la organización política y sus relaciones con los rackets y la policía), patrones de educación y recreación, la iglesia, salud pública y (entre todas las cosas) sus actitudes sociales. Esto era obviamente trabajo para más de un hombre, así que lo proyecté para diez hombres.
Acudí con esta exposición de mi plan a L.J. Henderson, un bioquímico eminente que era secretario de la Sociedad de Becarios.
Pasamos juntos una hora y me retiré con mis proyectos en un estado de fusión.
Escribí a un amigo en ese tiempo: "Henderson vertió agua helada sobre el colosal principio, me dijo que no debía proyectar planes tan grandiosos cuando casi no había hecho ningún trabajo acerca de la materia. Sería mucho más prudente marchar al campo y tratar de formar poco a poco un grupo, mientras progresaba. Si tenía en marcha un proyecto para diez hombres para el otoño, la responsabilidad de la dirección y la coordinación caería sobre mí inevitablemente, ya que yo lo habría iniciado. ¿Cómo podría dirigir a diez personas en un terreno desconocido para mí? Henderson dijo que pensaba que si lograba poner en marcha un proyecto de diez hombres, eso sería mi ruina. Ahora, el modo en que lo expuso me pareció bastante lógico y razonable".
Debí escribir esta última oración después que tuve tiempo de recobrarme de la entrevista, porque la recuerdo como una experiencia aplastante. Supongo que es tan difícil aceptar los buenos consejos como los malos y sin embargo, comprendí en muy poco tiempo que Henderson tenía toda la razón y abandoné el proyecto grandioso que había hecho. Como las personas que ofrecen consejos dolorosos, pero buenos, en raras 5 ocasiones reciben las gracias, siempre me alegraré de haber ido a ver a Henderson otra vez poco antes de su muerte y decirle que acertó completamente.
Aunque abandoné el plan para diez hombres, me sentía reacio a bajar por completo a la tierra. Me pareció que en vista de la magnitud de la tarea que estaba emprendiendo debía tener cuando menos un colaborador y comencé a buscar medios de conseguir que un amigo mío del colegio se me uniera en el terreno. Siguieron durante el invierno de 1936-37 varias revisiones de mi boceto del estudio de la comunidad y numerosas entrevistas con profesores de Harvard que podrían ayudarme a obtener el apoyo necesario.
Al releer estas diferentes sinopsis de investigación, me parece que lo más remoto concerniente a ellas, en su distanciamiento del estudio que efectué en realidad. Al avanzar, los bocetos se hicieron gradualmente mas sociológicos, de manera que concluí esta fase planeando dedicar más énfasis a una especie de estudio sociométrico de los patrones de amistad de la gente. Empezaría con una familia y les preguntaría quiénes eran sus amigos y quiénes eran las personas hacia quienes más o menos sentían hostilidad.
Después acudiría a esos amigos, obtendría la lista de sus amigos y en el proceso sabría algo de sus actividades juntos. En esta forma iba a hacer en una carta la estructura social de cuando menos parte de la comunidad. Por supuesto, ni siquiera hice esto, pues encontré que podía examinarse directamente la estructura social, observando a la gente en acción.
Cuando John Howard, también becario menor de Harvard, cambió un año más tarde, en el otoño de 1937, su campo, de la química física a la sociología, lo invité a unirse conmigo en el estudio de Cornerville. Trabajamos juntos durante dos años, con Howard concentrándose de modo particular en una de su iglesias y su Sociedad del Nombre Sagrado. Las discusiones entre nosotros me ayudaron inmensamente a aclarar mis ideas.
Pero sólo pocos meses después que principié mi trabajo en Cornerville, había abandonado por completo mi idea de formar un grupo de Cornerville. Supongo que hallé tan interesante y satisfactoria la vida en Cornerville, que ya no sentía que necesitaba pensar en gran escala.
Aunque estaba perdido en el planeamiento del estudio, cuando menos tuve ayuda valiosa en el desarrollo de los sistemas de investigación en el terreno, que iban a llevarme a un proyecto de estudio, lo mismo que a los datos.
Es difícil entender lo rápido que ha sido el desarrollo de estudios sociológicos y antropológicos de comunidades y organizaciones, desde 1930, cuando principié mi trabajo en Cornerville. En ese tiempo aún no se había publicado nada sobre el estudio "Ciudad Yanqui", de W. Lloyd Warner. Leí con interés y provecho Middletown, de Lynds y Greenwich Village, de Carolyn Ware y, no obstante, empecé a entender más y más, a medida que progresaba, que no estaba haciendo un estudio de la comunidad siguiendo esas líneas. Mucho de la otra literatura sociológica disponible entonces, tendía a considerar las comunidades en términos de problemas sociales, de manera que la comunidad no existía simplemente, como un sistema social organizado.
Pasé mi primer verano siguiente a la iniciación del estudio, leyendo algunos de los escritos de Durkheim y Lu Mente y la Sociedad, de Pareto (para un seminario con L. J.
Henderson, que iba a tomar en el otoño de 1937). Sentí que estos escritos eran útiles, pero todavía en una forma general únicamente. Después empecé a leer literatura social antropológica, comenzando con Malinowski y esto me pareció más semejante a lo que 6 deseaba hacer, aunque los investigadores estaban estudiando tribus primitivas y yo me encontraba en medio de un distrito de una gran ciudad.
Entonces, si había poco que me guiara en la literatura, necesitaba con urgencia mucho mayor tener la ayuda de gente mucho más hábil y experimentada que yo en el trabajo que estaba emprendiendo. Tuve una fortuna extraordinaria al conocer a Conrad M.
Arensberg desde el mismo principio de mi asignación de Harvard. Él también era becario menor, así que, naturalmente, nos vimos mucho. Después de haber trabajado durante algunos meses con W. Lloyd Warner en el estudio de Ciudad Yanqui, él fue con Solon Kimball para hacer el estudio de una pequeña comunidad en Irlanda. Cuando lo conocí, había regresado de su viaje al terreno y comenzaba a organizar sus datos. Con Eliot Chapple, también estaba en el proceso de elaborar un nuevo método para el análisis de la organización social. Los dos hombres habían estado buscando juntos formas de establecer nuestra investigación social sobre una base más científica. Al estudiar los datos de Ciudad Yanqui y el estudio irlandés, habían establecido cinco bocetos teóricos diferentes. Cada uno de los cuatro primeros planes cayeron al suelo bajo la crítica investigadora de ambos o las incitaciones de Henderson, o Elton Mayo, u otros a quienes consultaron. Al fin comenzaron a desarrollar una teoría de interacción. Sintieron que cualquier otra cosa que pudiera ser subjetiva en la investigación social, se podía establecer objetivamente el patrón de interacción entre las personas: con cuánta frecuencia se comunica A con B, cuánto tiempo pasan juntos, quién origina las acciones cuando A, B y C están juntos y así sucesivamente. La observación cuidadosa de dichos acontecimientos interpersonales podía proporcionar entonces datos dignos de confianza sobre la organización social de una comunidad. Cuando menos ésta era la suposición.
Como la teoría nació de investigación ya hecha, fue natural que estos estudios anteriores no contuvieran tanto de los datos cuantitativos como hubiera requerido la teoría. Así que pareció que yo podría ser uno de los primeros en llevar la teoría al terreno.
Arensberg y yo tuvimos discusiones interminables de la teoría y Eliot Chapple participó en algunas de ellas. Al principio me pareció muy confusa (no estoy seguro aún de entenderla con claridad total), pero tuve un sentimiento creciente de que allí había algo sólido sobre lo cual podía construir.
Arensberg también trabajó conmigo sobre los sistemas de investigación en el terreno, recalcando la importancia de observar a la gente en acción y de hacer un reporte detallado del comportamiento actual, divorciado totalmente de juicios morales. En mi segundo semestre en Harvard, tomé un curso dado por Arensberg y Chapple, concerniente a estudios socioantropológicos de comunidades. Aunque esto fue útil, debí mucho más a las prolongadas conversaciones personales que tuve con Arensberg durante el estudio de Cornerville, en particular en las primeras etapas.
En el otoño de 1937, tomé un pequeño seminario con EIton Mayo. Éste involucró particularmente lecturas de las obras de Pierre Janet y también incluyó algunas prácticas interrogando psiconeuróticos en un hospital de Eastern City. Esta experiencia fue demasiado breve para llevarme más allá de la etapa de aficionado, pero fue útil para desarrollar mis métodos de entrevista.
L.J. Henderson ejerció una influencia menos específica, pero sin embargo penetrante, en el desarrollo de mis métodos y teorías. Como director de la Sociedad de Becarios, presidía nuestras cenas de los lunes como un patriarca en su propia casa.
Aunque el grupo incluía a A. Lawrence Lowell, Alfred North Whitehead, John Livingston Lowes, Samuel Eliot Morrison y Arthur Darby Nock, era Henderson la figura más 7 impresionante para los becarios menores. Parecía gozar en particular provocando a los científicos sociales jóvenes. La tomó conmigo en mi primera cena de lunes y se dedicó a demostrarme que todas mis ideas concernientes a la sociedad estaban basadas en sentimentalismo blando. Aunque resentí con frecuencia las críticas cortantes de Henderson, me encontré más decidido a hacer que mi investigación en el terreno resistiera todo lo que pudiese decir.
4. Primeros esfuerzos
Cuando comencé mi trabajo, no había tenido entrenamiento en sociología o antropología. Me consideraba un economista y atendía primero, naturalmente, las materias estudiadas en cursos de economía, tales como la economía del alojamiento en los barrios bajos En esa época, estaba asistiendo a un curso sobre barrios pobres y alojamientos en el Departamento de Sociología en Harvard. Como proyecto de ese período emprendí el estudio de una manzana de Cornerville. Para legitimizar este esfuerzo, me puse en comunicación con una agencia privada que se ocupaba de cuestiones de alejamiento y ofrecí entregarles los resultados de mi investigación. Con ese apoyo, empecé a llamar a las puertas, a examinar apartamentos y hablar con los inquilinos respecto a las condiciones de vida. Esto me puso en contacto con la gente de Cornerville, pero ahora sería difícil hallar una forma más inadecuada de iniciar un estudio como el que iba a hacer con el tiempo. Me sentía molesto por esta intrusión y estoy seguro de que la gente sentía lo mismo. Concluí el estudio de la manzana lo más rápidamente que pude y lo eliminé como una pérdida absoluta, en cuanto a conseguir una entrada auténtica al distrito.
Poco después, hice otra salida en falso... si un esfuerzo tan experimental puede ser llamado siquiera una salida. En ese tiempo estaba completamente confundido por el problema de encontrar el camino en el distrito. Cornerville se hallaba ahí mismo, ante mí y sin embargo tan lejos. Podía caminar con libertad hacia arriba y abajo por sus calles y aun había entrado a algunos de los apartamentos y sin embargo, todavía era un extraño en un mundo desconocido por completo para mi.
Conocí en ese tiempo a un joven instructor de economía en Harvard, quien me impresionó con su seguridad en sí mismo y su conocimiento de Eastern City. Había estado agregado en un tiempo a una Casa de Servicios Sociales y hablaba con fluidez respecto a sus asociaciones con los rudos jóvenes y las mujeres en el distrito. También describió cómo visitaba ocasionalmente algún bar en el área, abordaba a una muchacha, le invitaba a una copa y luego la alentaba a relatarle la historia de su vida. Aseguraba que las mujeres halladas así, apreciaban la oportunidad y no involucraban mayor obligación posterior.
Este sistema me pareció cuando menos tan plausible como cualquier cosa que hubiera podido pensar. Resolví intentarlo. Escogí el Hotel Real, que estaba a orillas de Cornerville. Subí con cierto temor por la escalera al bar y área de espectáculos y miré en torno mío. Encontré ahí una situación para la que no me había preparado mi consejero. Se hallaban presentes mujeres, sí, pero ninguna de ellas estaba sola. Algunas se encontraban en parejas y se hallaban dos o tres pares de mujeres juntas. Ponderé la situación brevemente. Tenía poca confianza en mi habilidad para abordar a una mujer y no me pareció aconsejable dirigirme a dos al mismo tiempo. Sin embargo, estaba determinado a no admitir la derrota sin luchar. Miré en torno mío nuevamente y noté un trío: un hombre y dos mujeres. Pensé que había una mala distribución de mujeres, que yo podría rectificar.
8 Me aproximé al grupo y principié diciendo algo como: "Perdón, ¿tendrían inconveniente en que los acompañara? " Se produjo un momento de silencio, mientras el hombre me miraba.
Luego me propuso lanzarme por la escalera. Le aseguré que no sería necesario y lo demostré saliendo de ahí sin ninguna ayuda.
Supe más tarde que casi nadie de Cornerville iba jamás al Hotel Real. Si mis esfuerzos ahí hubieran sido coronados por el éxito, sin duda me habrían conducido a algún lugar, pero no a Cornerville, ciertamente.
Mi esfuerzo siguiente fue buscar las casas de servicios sociales locales. Estaban abiertas al público. Se podía entrar en ellas y aunque yo no lo habría formulado así en ese tiempo, su personal era gente de clase media, como yo mismo. Comprendí incluso entonces, que para estudiar Cornerville tendría que ir mucho más allá de la Casa de Servicios Sociales, pero tal vez los trabajadores sociales me ayudarían a comenzar en mi tarea.
Al recordarlo, la Casa de Servicios Sociales también parece un lugar muy poco prometedor para iniciar dicho estudio. Si tuviera que volver a hacerlo todo, haría probablemente mi primer intento a través de un político local o tal vez de la iglesia católica, aunque yo mismo no soy católico. John Howard, quien trabajó después conmigo, hizo su entrada con mucho éxito a través de la iglesia y él tampoco era católico. . . si bien su esposa lo era.
Aunque pueda ser así, esta ocasión la Casa de Servicios Sociales fue el lugar adecuado para mi, pues fue allí donde conocí a Doc. Había hablado con un número de trabajadores sociales respecto a mis planes y mis esperanzas de familiarizarme con la gente y estudiar el distrito. Me escucharon con grados variados de interés. Si me hicieron sugerencias, las he olvidado, excepto una. En alguna forma, a pesar de la vaguedad de mis explicaciones, la jefa de trabajo con muchachas de la Casa de la Calle Norton entendió lo que necesitaba. Comenzó a describirme a Doc. Dijo que era una persona muy inteligente y con talento, que en un tiempo había estado bastante activo en la casa, pero la abandonó de manera que ya casi no asistía. Tal vez él podría comprender lo que deseaba y debía tener los contactos que necesitaba. Dijo que lo encontraba frecuentemente al venir y regresar de la casa y algunas veces se detenía a charlar con él. Si quería, haría una cita para que lo viera en la casa una noche. Esto me pareció correcto, al fin. Me precipité a aceptar la oportunidad. Esa noche, al llegar al distrito, lo hice sintiendo que tenía mi gran oportunidad de principiar. De algún modo, Doc debía aceptarme y estar dispuesto a trabajar conmigo.
En cierto modo, mi estudio se inició la noche del 4 de febrero de 1937, cuando la trabajadora social me llamó para que conociera a Doc. Nos llevó a su oficina y luego salió para que pudiéramos hablar. Doc aguardó silenciosamente a que empezara, hundido en un sillón. Hallé que era un hombre de estatura media y constitución delgada. Su pelo era castaño claro, en gran contraste con el cabello negro italiano más típico. Comenzaba a hacerse ralo en torno a las sienes Sus mejillas estaban hundidas. Sus ojos eran de color azul claro y parecía tener una mirada penetrante.
Principié preguntándole si la trabajadora social le había hablado respecto a lo que estaba tratando de hacer.
"No, sólo me dijo que usted quería conocerme y que debía agradarme conocerlo".
9 Entonces inicié una explicación prolongada, que omití en mis notas, infortunadamente. Según recuerdo, dije que en mis estudios en el colegio había estado interesado en los distritos congestionados de las ciudades, pero me sentía muy remoto de ellos. Esperaba estudiar los problemas de un distrito así. Sentía que podía hacer muy poco como extraño. Podría obtener la comprensión que necesitaba, solamente si podía llegar a conocer a la gente y saber sus problemas de primera malo.
Doc me escuchó sin ningún cambio de expresiones de modo que no tuve modo de pronosticar su reacción. Cuando terminé, inquirió: "¿Quiere ver la vida de la sociedad o la vida baja? "Deseo ver todo lo que pueda. Quiero obtener una imagen de la comunidad tan completa como sea posible".
"Bueno, cualquier noche que quiera ver algo, lo acompañaré. Puedo llevarlo a los tugurios, los establecimientos de juego... puedo llevarlo a las esquinas. Recuerde nada más que es mi amigo. Eso es todo lo que necesitan saber. Conozco esos lugares y si Ies digo que es mi amigo, nadie lo molestará. Dígame únicamente lo que desea ver y lo arreglaré".
La proposición fue tan perfecta, que estuve confundido por un momento, respecto a lo que debía responder. Hablamos algún tiempo más, mientras yo buscaba recibir algunas indicaciones de cómo debía comportarme en su compañía. Me advirtió que debía aceptar el peligro de ser arrestado en una incursión contra un lugar de juego, pero agregó que eso no era grave. Nada más tenía que dar un nombre falso y después el hombre que dirigiera el establecimiento me sacaría libre bajo caución, pagando únicamente una multa de cinco dólares. Acepté correr el riesgo. Le pregunté si debía apostar con los otros en las casas de apuestas. Contestó que era innecesario y para un inexperto como yo, muy poco aconsejable.
Al fin pude expresar mi agradecimiento. "Usted sabe, los primeros pasos para conocer una comunidad son los más difíciles. Podría ver con usted suceder cosas que no vería en otra forma en años".
"Es cierto. Dígame lo que quiere ver y lo arreglaremos. Cuando quiera alguna información, la preguntaré y usted escuchará. Cuando quiera descubrir su filosofía de la vida, iniciaré una discusión y la conseguiré para usted. Si hay algo más que quiera conseguir, escenificaré una comedia para usted. No una pelea, usted sabe, pero dígame únicamente lo que desea y lo conseguiré".
"Eso es magnífico. No podría pedir nada mejor. Voy a tratar de acomodarme bien, pero en cualquier ocasión que vea que estoy comenzando con el pie equivocado será bueno que me lo diga".
"Ahora está siendo demasiado dramático. No tendrá ninguna dificultad. Vendrá como mi amigo. Al llegar así, al principio todos lo tratarán con respeto. Puede tomarse muchas libertades y nadie protestará. Después de un tiempo, cuando lleguen a conocerlo, lo tratarán como a todos ... usted sabe, dicen que la familiaridad engendra desprecio. Pero jamás tendrá ninguna dificultad. Hay solamente una cosa de la que debe cuidarse. No "levante" [invite] a la gente. No sea demasiado liberal con su dinero".
"¿Quiere decir que pensarán que soy un tonto? " 10 "Sí y no debe comprar su entrada".
Hablamos un poco respecto a cómo y cuándo podríamos reunirnos. Luego me hizo una pregunta: "¿Quiere escribir algo respecto a esto? " "Sí, con el tiempo".
"¿Desea cambiar las cosas? " "Bueno... si. No veo cómo podría venir alguien a este sitio, donde todo está tan congestionado, la gente no tiene dinero ni trabajo y no querer que cambien algunas cosas.
Pero pienso que uno debe hacer las cosas para las que está mejor dotado. No deseo ser un reformador y no estoy hecho para ser político. Quiero sólo entender las cosas lo mejor que pueda y escribir respecto a ellas y si eso tiene alguna influencia. . . " "Pienso que puede cambiar las cosas de ese modo. Ésa es principalmente la manera en que son cambiadas las cosas, escribiendo respecto a ellas".
Eso fue el principio. En ese tiempo, hallé difícil creer que podría moverme con tanta facilidad como había dicho Doc que lo haría con su protección. Pero ésa fue en verdad la forma en que resultó.
Mientras estaba dando los primeros pasos con Doc, también me hallaba buscando un lugar para vivir en Cornerville. Mi beca me proporcionó una alcoba muy cómoda, una sala y un cuarto de baño en Harvard. Había estado tratando de viajar entre este alojamiento y mi investigación en Cornerville. Era posible técnicamente, pero en el aspecto social, me convencí más y más de que era imposible. Comprendí que si no vivía allí, siempre sería un extraño en la comunidad. Además, encontré que tenía dificultad para invertir el tiempo que sabía que era necesario para establecer relaciones estrechas en Cornerville. La vida en Cornerville no procedía sobre la base de citas formales. Para conocer a la gente, para llegar a familiarizarse con ella, acomodarse en sus actividades, requería pasar el tiempo con ellas; mucho tiempo, día tras día. Al vivir fuera de Cornerville y viajar, se podría llegar una tarde y una noche determinadas, para descubrir únicamente que las personas a quienes se deseaba ver no estaban alrededor en el momento. O aunque uno las viera, podría encontrar que pasaba el tiempo sin ningún acontecimiento en absoluto. Uno podría estar con individuos cuya única ocupación fuera hablar o pasear, intentando no aburrirse.
Varias tardes y noches, me hallé en Harvard, considerando hacer un viaje a Cornerville y poniendo después pretextos para no ir. ¿Cómo sabia que encontraría a la gente a quien deseaba ver? Aunque la hallara, ¿cómo podía estar seguro de que aprendería algo ese día? En lugar de ir a una cacería descabellada a Cornerville, podía pasar el tiempo provechosamente leyendo libros y artículos para subsanar mi triste ignorancia de la sociología y la antropología social. Además, también tenía que aceptar que me sentía más cómodo en ese ambiente conocido, que vagando por Cornerville y pasando el tiempo con personas en cuya presencia se sentía al principio francamente inquieto.
Cuando me sorprendí oponiendo estos pretextos, comprendí que tendría que hacer la ruptura. Podría comprender a Cornerville alguna vez y ser aceptado por Cornerville, nada más si vivía allí. Sin embargo, no fue fácil encontrar alojamiento. En un distrito tan congestionado, un cuarto desocupado de hecho no existía. Podría haber tomado una 11 habitación en la Casa de Servicios Sociales de la Calle Norton, pero entendí que debía hacer algo mejor, si era posible.
Recibí la mejor sugerencia del director de un semanario inglés, publicado para la colonia italoamericana. Había hablado con él respecto a mi estudio y lo hallé comprensivo.
Le pedí ayuda para encontrar una habitación. Me propuso que viera a los Martini, una familia que tenía un pequeño restaurante. Fui a comer a ese establecimiento y luego consulté al hijo de la familia. Me comprendió, pero dijo que no tenían sitio para una persona más. No obstante, me gustó el restaurante y disfruté de la comida Volví varias veces, solamente a comer. En una ocasión me encontré con el periodista, quien me invitó a su mesa. Al principio me hizo preguntas de sondeo respecto a mi estudio: qué estaba buscando, cuál era mi conexión con Harvard, qué habían esperado sacar de esto y cosas similares. Después que le contesté de modo que por desgracia omití consignar en mis notas; me dijo que es¿. b¿. satisfecho e incluso había hablado ya en mi favor con personas que sospechaban que podría haber ido a "criticar a nuestra gente".
Volvimos a discutir mi problema de alojamiento. Mencioné la posibilidad de vivir en la Casa de la Calle Norton. Afirmó con movimientos de cabeza, pero añadió: "Sería mucho mejor si pudiera estar con una familia. Aprendería el lenguaje con mayor rapidez y conocería mejor a la gente. Pero usted quiere que sea en una familia buena, educada. No desea enredarse con tipos bajos. Necesita que sea una familia verdaderamente buena".
Con esto, se volvió hacia el hijo de la familia con quien yo había hablado e inquirió: "¿Puedes hacer un sitio en la casa para el señor Whyte? " Al Martini hizo una pausa de un instante y luego replicó: "Quizá podemos acomodarlo. Hablaré nuevamente con mamá".
Así que volvió a hablar con mamá y hallaron un lugar. De hecho, él me cedió su propia habitación y se mudó a compartir un lecho doble con el hijo de la cocinera. Protesté un poco por esta imposición, pero todo había sido decidido. .. excepto el dinero. No sabían cuánto cobrarme y yo no sabia cuánto ofrecer. Por último, después de alguna esgrima verbal, ofrecí quince dólares mensuales y cedieron por doce.
El cuarto era sencillo, pero adecuado para mis propósitos. No tenia calefacción, pero cuando comencé a escribir mis notas ahí, conseguí un calentador de petróleo. No tenían bañera en la casa, así que utilicé las instalaciones de la gran universidad (la habitación de mi amigo Henry Guerlac) para un baño ocasional de tina o de regadera.
El lugar era habitable físicamente y me proporcionó algo más que una simple base física. Tenía nada más una semana con los Martini, cuando descubrí que era mucho más que un inquilino para ellos. Había estado tomando mucho de mis alimentos en el restaurante y deteniéndome algunas veces para charlar con la familia, antes de retirarme a la cama por las noches. Entonces, una tarde estaba en Harvard y me encontré atacado por un fuerte resfriado. Como todavía tenía mi habitación en Harvard, me pareció lógico permanecer allí durante la noche. No pensé en informar de mi plan a los Martini.
Al día siguiente, cuando estaba de regreso en el restaurante, comiendo, Al Martini me saludó cordialmente y luego dijo que todos se habían preocupado la noche anterior, cuando no volví. Mamá permaneció levantada hasta las dos, esperándome. Como era nada más un joven extraño en la ciudad, pudo imaginar que me podían ocurrir toda clase 12 de cosas. Al me dijo que mamá había llegado a considerarme uno de la familia. Estaba libre para ir y venir como quisiera, pero si supiera mis planes, ella no se preocuparía tanto.
Este ruego me conmovió mucho y decidí que en lo sucesivo sería un hijo tan bueno como pudiera, para los Martini.
Al principio me comunicaba con mamá y papá principalmente con sonrisas y ademanes. Papá no sabía inglés en absoluto y el conocimiento de mamá se limitaba a un par de oraciones, que empleaba cuando algunos de los jóvenes estaban haciendo ruido en la calle, bajo su ventana, mientras ella intentaba dormir la siesta. Entonces asomaba la cabeza por la ventana y gritaba: " ¡Maldito hijo'eperra! ¡Lárgatedeaqui!" Algunas semanas antes, previendo mudarme al distrito, yo mismo había principiado a trabajar en el idioma italiano con ayuda de un Linguaphone. Una mañana, papá Martini pasó cuando yo estaba hablando al disco fonográfico. escuchó por unos instantes en el corredor, tratando de entender esa rara conversación. Luego se precipitó sobre mí con exclamaciones fascinadas. Nos sentamos mientras le demostraba la máquina y el método.
Después de eso, se mostró deleitado trabajando conmigo y lo llamé mi profesor de idiomas. Llegamos en poco tiempo a un nivel en que podía sostener conversaciones sencillas y gracias al Linguaphone y a papá Martini, el italiano que surgió sonaba aparentemente auténtico. Le gustaba hacerme pasar ante sus amigos como un paesano mio.., un hombre de su propio pueblo natal en Italia. Cuando tenía el cuidado de mantener mis comentarios dentro de los límites de mi vocabulario, algunas veces podía pasar por un inmigrante del villorrio de Viareggio, en la provincia de Toscana.
Como mi investigación se desarrolló de modo que estaba concentrándome casi exclusivamente en la generación más joven, de habla inglesa, mis conocimientos del italiano resultaron innecesarios para esos propósitos. No obstante, siento la seguridad de que fue importante para establecer mi posición social en Cornerville... aun con esa generación más joven. Había profesores y trabajadores sociales que trabajaron en Cornerville hasta durante veinte años y sin embargo, no habían hecho ningún esfuerzo para aprender el italiano. Mi esfuerzo por aprender el idioma hizo más probablemente que todo lo que hubiera podido decirles respecto a mí y a mi trabajo, para establecer la sinceridad de mi interés en la gente, ¿cómo podía estar proyectando un investigador "criticar a nuestra gente", si llegaba al grado de aprender el idioma? Con el lenguaje llega la comprensión y con seguridad es más fácil criticar a las personas si no los comprende uno.
Mis días con los Martini pasaban en esta forma. Me levantaba alrededor de las nueve de la mañana y salía a desayunar. Al Martini me dijo que podía almorzar en el restaurante, pero a pesar de todos mis deseos de adaptación, nunca pude tomar su desayuno de café con leche y un pedazo de pan.
Regresaba después a mi cuarto y pasaba el resto de la mañana o la mayor parte de ella, escribiendo a máquina mis notas concernientes a los acontecimientos del día anterior.
Comía en el restaurante y luego me encaminaba hacia la esquina. Estaba de vuelta comúnmente para cenar en el restaurante y después salía otra vez en la noche.
De ordinario regresaba a casa entre las once y las doce, a una hora en que el restaurante estaba desierto, excepto tal vez por unos pocos amigos de la familia. Entonces buscaba a papá en la cocina, para conversar mientras le ayudaba a secar los platos, o acercaba una silla a la conversación familiar alrededor de una mesa cercana a la cocina.
13 Bebía con ellos un vaso de vino y podía sentarme y escuchar en su mayor parte, pero probaba ocasionalmente con ellos mi italiano creciente.
La rutina era diferente el domingo, cuando el restaurante se cerraba a las dos de la tarde y llegaban los dos hermanos de Al, su hermana, las esposas, el esposo y los hijos, para una gran comida dominical. Insistían en que comiera entonces como miembro de la familia, sin pagar por mis alimentos. Siempre era más de lo que podía comer, pero estaba delicioso y lo regaba con dos vasos de vino Zinfandel. Cualquier tensión que hubiera aparecido en mi trabajo durante la semana anterior, pasaba mientras comía y bebía y después iba a mi cuarto para una siesta de una o dos horas, que me devolvía refrescado completamente y dispuesto a encaminarme otra vez a las esquinas de Cornerville.
Aunque obtuve varios contactos útiles en el restaurante o a través de la familia, no fue ésta la mayor importancia de los Martini para mí. Hay una tensión en hacer este trabajo en el terreno. La tensión es mayor cuando uno es desconocido y está preguntándose todo el tiempo si las personas van a aceptarlo. Pero por mucho que goce uno de su trabajo, mientras está observando y entrevistando, tiene que desempeñar un papel y no está completamente tranquilo. Era una sensación maravillosa poder volver a casa al final de un día de trabajo, para reposar y disfrutar con la familia. Quizá hubiera sido imposible para mi realizar un estudio tan concentrado de Cornerville, si no hubiera tenido un hogar así, del cual podía salir y al cual podía volver.
5 . Comienzo con Doc
Aún puedo recordar mi primera salida con Doc. Nos reunimos una noche en la Casa de Servicios Sociales de la Calle Norton y nos encaminamos de ahí a un establecimiento de juego, a un par de cuadras. Seguí a Doc ansiosamente por el corredor largo y oscuro, hasta la parte posterior del edificio de viviendas. No estaba preocupado por la posibilidad de una incursión policiaca. Pensaba cómo adaptarme y ser aceptado. La puerta se abría a una pequeña cocina casi desprovista de mobiliario y con la pintura desprendiéndose de las paredes. Tan pronto como entramos, me quité el sombrero y empecé a buscar un sitio dónde colgarlo. No había ningún lugar. Miré en torno mío y allí aprendí mi primera lección de observación participante en Cornerville: no te quites el sombrero en la casa.. cuando menos, no lo hagas cuando estés entre hombres. Puede ser permitido, pero ciertamente no requerido, quitarse el sombrero cuando hay mujeres presentes.
Doc me presentó como "mi amigo Bill", a Chichi, quien administraba el negocio y a los amigos y clientes de Chichi. Permanecí allí con Doc, parte del tiempo en la cocina, donde estaban sentados conversando varios hombres y parte del tiempo en el otro cuarto, observando el juego de dados.
Se hablaba de juego, de carreras de caballos, de sexo y de otras cuestiones. Yo casi nada más escuché e intenté mostrarme amable e interesado. Bebimos vino y café con anisete y los presentes cooperaron para pagar los refrescos. (Doc no me dejó pagar mi parte esta primera ocasión.) Como había pronosticado Doc, nadie me hizo preguntas concernientes a mí mismo, pero me informó después que cuando salí al excusado, hubo un estallido nervioso de conversación en italiano y que necesitó asegurarles que no era un detective. Me explicó que les dijo secamente que era amigo suyo y convinieron en aceptarlo.
14 Fuimos juntos varias ocasiones más al establecimiento de juego de Chichi y luego llegó el tiempo en que atreví a ir solo. Cuando fui saludado en una forma natural y amable, sentí que estaba comenzando a encontrar un sitio en Cornerville.
Cuando Doc no iba a la casa de juego, pasaba el tiempo rondando por la Calle Norton y empecé a acompañarlo. Al principio, la Calle Norton significaba nada más un lugar para esperar hasta que pudiera ir a algún otro sitio. Al comenzar a conocer mejor a los hombres, me encontré convirtiéndome gradualmente en uno del grupo de la Calle Norton.
Después se formó el Club de la Comunidad Italiana en la Casa de Servicios Sociales de la Calle Norton y Doc fue invitado a ingresar. Doc maniobró para hacerme aceptar como miembro y me alegré de unirme al club, ya que pude ver que eso representaba algo claramente diferente a las pandillas de esquina que estaba conociendo.
Al empezar a conocer a los hombres de Cornerville, también conocí a algunas de las muchachas. Llevé a una de ellas a un baile de la iglesia. A la mañana siguiente, los amigos de la esquina estaban preguntándome: "¿Cómo está tu novia? " Esto me sorprendió. Supe que ir a la casa de una muchacha era algo que no se hacía, a menos que uno pensara en casarse con ella. Por fortuna, la muchacha y su familia sabían que no conocía las costumbres locales, así que no supusieron que estaba comprometido. No obstante, ésta fue una advertencia útil. Después de esa vez, aunque hallé excesivamente atractivas a algunas muchachas de Cornerville, jamás salí con ellas, excepto en grupo y tampoco hice más visitas a sus casas.
Al progresar, encontré que la vida en Cornerville no era, con mucho, tan interesante y agradable para las muchachas como para los hombres. Un hombre tenía libertad total para vagar y haraganear. Las muchachas no podían rondar por las esquinas. Tenían que dividir su tiempo entre sus hogares, las casas de sus amigas y familiares y un empleo, si lo tenían. Muchas de ellas tenían un sueño que era más o menos así: un joven de fuera de Cornerville, con un poco de dinero, un buen trabajo y buena educación, vendría, las enamoraría y las sacaría del distrito. Yo difícilmente podía interpretar ese papel.
6. Entrenamiento de observación participante
La primavera de 1937 me proporcionó un curso extenso en observación participante. Estaba aprendiendo cómo conducirme y aprendí de varios grupos, pero en particular de los Nortons.
Al empezar a merodear por Cornerville, encontré que necesitaba una explicación de mí mismo y de mi estudio. Cuando me hallaba con Doc y respaldado por él, nadie me preguntaba quién era o qué hacía. Cuando circulaba en otros grupos o aun entre los Nortons sin él, era obvio que sentían curiosidad respecto a mí.
Comencé con una explicación bastante elaborada. Me encontraba estudiando la historia social de Cornerville... pero tenía una nueva perspectiva. En vez de trabajar del pasado hacia el presente, trataba de adquirir un conocimiento completo de las condiciones actuales y después trabajar del presente hacia el pasado. Entonces estaba muy complacido con esta explicación, pero a nadie más parecía importarle. Nada más hice la explicación un par de ocasiones y cuando concluí, había un silencio embarazoso. Nadie, incluyéndome yo mismo, sabía qué decir.
15 Aunque esta explicación tenía cuando menos la virtud de cubrir cualquier cosa que pudiera desear hacer con el tiempo, era aparentemente demasiado complicada para significar algo para la gente de Cornerville.
Encontré pronto que la gente había desarrollado su propia explicación concerniente a mí: estaba escribiendo un libro referente a Cornerville. Ésta podría parecer una explicación demasiado vaga por completo y sin embargo fue suficiente. Descubrí que mi aceptación en el distrito dependía mucho más de las relaciones personales que desarrollara, que de cualquier explicación que pudiera dar. El que fuera bueno escribir un libro relativo a Cornerville, dependía por entero de las opiniones de la gente respecto a mi persona. Si yo era decente, entonces mi proyecto era correcto; si yo no era bueno, entonces ninguna explicación podría convencerlos de que el libro era una buena idea.
Por supuesto, la gente no satisfacía su curiosidad concerniente a mi nada más con preguntas que me hacían directamente. Acudían a Doc, por ejemplo y lo interrogaban respecto a mí. Entonces Doc respondía a sus preguntas y les daba la seguridad que necesitaban.
Aprendí al principio de mi periodo en Cornerville la importancia crucial de tener el apoyo de los individuos clave en cualquier grupo u organización que estuviera estudiando.
En lugar de tratar de explicar mi persona a todos, hallé que estaba proporcionando a líderes tales como Doc mucha información más relativa a mí y a mi estudio, de la que ofrecía al muchacho común de esquina. Siempre intentaba dar la impresión de que estaba dispuesto y ansioso de decir tanto respecto a mi estudio como cualquiera quisiera saber, pero era sólo con los líderes de grupo con quienes hacía un esfuerzo particular para proporcionarles en realidad información completa sobre mi proyecto.
Mis relaciones con Doc cambiaron rápidamente en este periodo inicial en Cornerville. Al principio era un simple informador clave... y también mi patrocinador. Al pasar más tiempo juntos, dejé de tratarlo como un informador pasivo. Discutí con él con franqueza suficiente lo que estaba tratando de hacer, los problemas que me perturbaban y así, generalmente. Mucho de nuestro tiempo era invertido en esta discusión de ideas y observaciones, de modo que Doc se convirtió, en un sentido muy real, en un colaborador en la investigación social.
Esta comprensión completa de la naturaleza de mi estudio estimuló a Doc a buscar y señalarme la clase de observaciones en que estaba interesado. A menudo, cuando pasaba por él al apartamento donde vivía con su hermana y su cuñado, me decía: "Bill, hubieras estado con nosotros anoche. Esto te hubiera interesado". Y entonces procedía a relatarme lo que había sucedido. Tales narraciones siempre eran interesantes y apropiadas para mi estudio.
Doc halló interesante y placentera esta experiencia de trabajo conmigo y no obstante, nuestras relaciones tenían sus inconvenientes. Observó una vez: "Me has entorpecido bastante desde que estás aquí. Cuando hago algo ahora, tengo que pensar en lo que desearía saber Bill Whyte referente a esto y cómo puedo explicarlo. Antes hacía las cosas por instinto".
Sin embargo, Doc no pareció considerar que esto fuera un obstáculo serio. En realidad y sin ningún estímulo, era un observador tan perspicaz, que necesitaba únicamente un poco de estímulo para ayudarlo a hacer explícita mucha de la dinámica de 16 la organización social de Cornerville. Algunas de las interpretaciones que he hecho son suyas más que mías aunque ahora es imposible distinguirlas.
Aunque trabajé de manera más estrecha con Doc que con ningún otro individuo, siempre busqué al líder en cualquier grupo que estaba estudiando. Deseaba de él no únicamente apoyo, sino también colaboración más activa con el estudio. Como estos cabecillas tenían la clase de posición en la comunidad que les permitía observar mucho mejor que los seguidores lo que estaba ocurriendo y como eran en general observadores más hábiles que los seguidores, encontré que tenia que aprender mucho de una colaboración más activa con ellos.
Se me había instruido en mis métodos de entrevista que no discutiera con la gente, ni hiciera juicios morales de ellos. Esto cayó dentro de mis inclinaciones. Me alegró aceptar a las personas y ser aceptado por ellas. Sin embargo, esta actitud no apareció tanto en las entrevistas, pues hice pocos interrogatorios formales. Busqué mostrar esta aceptación interesada de la gente y la comunidad en mi participación cotidiana.
Aprendí a participar en las discusiones de la esquina sobre el béisbol y el sexo.
Esto no requería ningún entrenamiento especial, ya que los tópicos parecían ser temas de interés casi universal. No podía participar tan activamente en discusiones sobre carreras de caballos. Comencé a seguir las carreras en una forma bastante general y de aficionado.
Estoy seguro de que me habría convenido dedicar más estudio al Morning Telegraph y otras publicaciones hípicas, pero mi conocimiento del béisbol me aseguró cuando menos que no seria dejado fuera de las conversaciones de la esquina.
Aunque evitaba expresar opiniones sobre tópicos sensitivos, encontré que la discusión de algunas cuestiones era sólo una parte del patrón social y que difícilmente se podía participar sin intervenir en la argumentación. Me hallé a menudo envuelto en discusiones acaloradas, pero bien intencionadas, respecto a los méritos relativos de ciertos jugadores y manejadores de beisbol de las Ligas Mayores. Siempre que se aproximaban por la calle una muchacha o un grupo de muchachas, los muchachos reunidos en la esquina tomaban notas mentales y luego discutían su valoración de las mujeres. Estas evaluaciones se hacían en gran parte en términos de formas y con gusto se discutía que Mary "estaba mejor formada" que Anna, o viceversa. Por supuesto, si cualquiera de los hombres de la esquina tenían un apego personal a Mary o a Anna, no se hacían comentarios de importancia y yo también evitaba el tópico.
Algunas veces me preguntaba si frecuentar simplemente la esquina era un proceso bastante activo para ser dignificado por el término "investigación". Quizá debía estar haciéndoles preguntas a esos hombres. No obstante, se tiene que aprender cuándo interrogar y cuándo no interrogar, lo mismo cuáles preguntas deben hacerse.
Aprendí esta lección una noche, en los primeros meses, cuando estaba con Doc en el establecimiento de juego de Chichi. Un hombre de otra parte de la ciudad se hallaba obsequiándonos con un relato de la organización de la actividad de juego. Se me había dicho que fue en un tiempo un operador de juego muy grande y habló con conocimiento de causa respecto a muchos temas interesantes. Él fue quien habló más, pero los otros hacían preguntas y comentarios, así que después de un tiempo principié a sentir que debía decir algo, para ser parte del grupo. Inquirí: "Supongo que todos los polizontes estaban pagados".
17 La quijada del jugador colgó. Me miró furiosamente. Luego negó con vehemencia que cualquier policía hubiera estado pagado y cambió de inmediato la conversación a otro tópico. Me sentí molesto por el resto de esa noche.
Al día siguiente, Doc me explicó la Iección de la noche anterior. "Ten cuidado con eso de 'quién', 'qué', 'por qué' y 'cuándo', Bill. Si haces esas preguntas, la gente cerrará la boca. Si te aceptan, puedes permanecer alrededor, sencillamente y a la larga sabrás las respuestas sin tener que hacer siquiera las preguntas".
Encontré que esto era cierto. Mientras estaba sentado escuchando, supe la contestación a preguntas que incluso no habría tenido el juicio de formular, si hubiera estado obteniendo información con base únicamente en las entrevistas. Por supuesto, no abandoné por completo los interrogatorios. Nada más aprendí a juzgar la sensibilidad de la pregunta y mis relaciones con la gente, en forma que sólo hacía una pregunta concerniente a un área sensible, cuando tenía la seguridad de que mis relaciones con la gente implicada eran muy sólidas.
Cuando había establecido mi posición en la esquina, los datos llegaron sencillamente a mí, sin esfuerzos muy activos de mi parte. Era nada más de tiempo en tiempo, cuando estaba interesado en un problema particular y sentía que necesitaba mas información de cierto individuo, cuando buscaba la oportunidad de apartar al hombre y efectuar una entrevista más formal.
En un principio me concentré en adaptarme a Cornerville, pero un poco después tuve que encararme al problema de hasta dónde iba a introducirme en la vida del distrito.
Choqué con ese problema una tarde, mientras caminaba por la calle con los Nortons. Al intentar entrar al espíritu de la conversación superficial, solté una sarta de obscenidades y maldiciones. El paseo tuvo una detención momentánea, cuando todos se pararon a mirarme sorprendidos. Doc movió la cabeza y dijo: "Bill, no se supone que debas hablar así. No pareces tú".
Traté de explicar que solamente estaba utilizando términos muy comunes en la esquina. Sin embargo, Doc insistió en que yo era diferente y deseaban que continuara siéndolo.
Esta lección llegó mucho más allá del uso de las obscenidades y las maldiciones.
Supe que la gente no esperaba que fuera como ellos; de hecho, estaban interesados y complacidos al encontrarme distinto, mientras tuviera un interés amistoso en ellos. Por lo tanto, abandoné mis esfuerzos de inmersión total. No obstante, mi comportamiento fue afectado por la vida en la esquina. Cuando John Howard vino de Harvard para unirse conmigo en el estudio de Cornerville notó inmediatamente que en este lugar hablaba muy distinto a como había hablado en Harvard. Esto no fue cuestión del empleo de obscenidades o maldiciones, ni tampoco del uso de expresiones no gramaticales. Hablaba del modo que me parecía natural pero lo natural en Cornerville era diferente a lo natural en Harvard. En Cornerville me hallé poniendo animación mucho mayor en mis expresiones, cortando las "ges" finales y utilizando las gesticulaciones de modo mucho más activo.
(También había diferencia, por supuesto, en el vocabulario que empleaba. Cuando estaba enredado de manera más profunda con Cornerville, me encontraba con la lengua bastante atada en mis visitas a Harvard. No podía mantenerme al nivel, simplemente, con las discusiones de relaciones internacionales, de la naturaleza de la ciencia, ni de todo en lo que en un tiempo había estado más o menos bien informado).
18 A medida que fui aceptado por los Nortons y por varios otros grupos, traté de hacerme bastante agradable para que la gente estuviera contenta teniéndome cerca. Y al mismo tiempo, intenté evitar influir en el grupo, pues quería estudiar la situación tan poco afectada por mi presencia como fuera posible. Por lo tanto, durante mi permanencia en Cornerville, evité aceptar cargos o puestos directivos en ninguno de los grupos, con una sola excepción. Una vez fui nominado para secretario del Club de la Comunidad Italiana.
Mi primer impulso fue rechazar la nominación, pero luego reflexioné que de ordinario, el puesto de secretario es considerado sencillamente como cuestión de trabajo sucio: escribir las minutas y encargarse de la correspondencia. Acepté y hallé que podía hacer un relato muy completo del progreso de la reunión, tal como transcurría, con el pretexto de tomar notas para las minutas.
Aunque intentaba evitar influir sobre individuos o grupos, traté de ser útil en la forma en que se espera que ayude un amigo en Cornerville. Cuando uno de los muchachos tenía que ir al centro de la ciudad a un mandado y deseaba compañía, yo iba con él. Cuando alguien estaba intentando conseguir una colocación y debía escribir una carta concerniente a sí mismo, lo ayudaba a redactarla y todo eso. Esta clase de comportamiento no presentaba ningún problema pero cuando llegaba la cuestión de dar dinero, no estaba claro en absoluto cómo debía comportarme. Por supuesto, busqué gastar dinero en mis amigos igual que ellos lo hacían en mí. Pero ¿respecto a prestar dinero? En un distrito así se espera que un hombre ayudará a sus amigos siempre que pueda y con frecuencia, la ayuda necesitada es económica. Presté dinero en varias ocasiones, pero siempre me sentí inquieto al hacerlo. Un hombre lo agradece cuando uno le presta dinero naturalmente, pero ¿cómo se siente después, cuando ha llegado el momento de pagar y no puede hacerlo? Tal vez está apenado y trata de evitar la compañía de uno. En esas ocasiones, trataba de dar seguridad al individuo y decirle que sabía que no lo tenía entonces y que yo no estaba preocupado por eso. O incluso le decía que olvidara por completo la deuda. Pero eso no la borraba de los libros; el embarazo subsistía. Aprendí que es imposible hacer un favor a un amigo y causar en el proceso una tensión en las relaciones.
No conozco ninguna solución fácil a este problema. Estoy seguro de que habrá ocasiones en que el investigador actuará extremadamente mal al negarse a hacer un préstamo personal. Por otro lado, estoy convencido de que cualesquiera que sean sus recursos económicos, no debe buscar oportunidades de prestar dinero y debe evitar hacerlo siempre que pueda esquivarlo graciosamente.
Si el investigador está intentando acomodarse en más de un grupo, su trabajo en el terreno se hace más complicado. Puede haber ocasiones en que los grupos entren en conflicto uno con otro y se esperará que él adopte partido. Hubo una vez, en la primavera de 1937, en que los muchachos organizaron un encuentro de bolos entre los Nortons y el Club de la Comunidad Italiana. Por supuesto, Doc boleó por los Nortons. Por fortuna, en ese tiempo mi juego no había progresado hasta el punto en que estaba en demanda para uno y otro equipo y pude permanecer fuera del partido. Traté de aplaudir desde ahí imparcialmente las jugadas buenas en ambos equipos, aunque temo que fue evidente que mis ovaciones a los Nortons eran más entusiastas.
Cuando estaba con miembros del Club de la Comunidad Italiana, no me sentía obligado en absoluto a defender a los muchachos de la esquina contra comentarios despreciativos. No obstante, hubo una ocasión molesta, cuando estaba con los muchachos de la esquina y uno de los colegiales se detuvo a hablar conmigo. En el curso 19 de la discusión, él dijo: ''BiII, estos tipos no entenderían lo que quiero decir, pero estoy seguro de que tú comprendes mi opinión". Pensé que ahí tenía que decir algo. Contesté que subestimaba grandemente a los muchachos y que los colegiales no eran los únicos hábiles.
Aunque la observación coincidió con mis inclinaciones personales, estoy seguro de que fue justificado desde un punto de vista práctico estricto. Mi respuesta no trastornó los sentimientos de superioridad del muchacho de colegio, ni nuestras relaciones personales.
Por otra parte, tan pronto como se retiró, fue evidente lo profundamente que sintieron los muchachos de la esquina su aseveración. Pasaron algún tiempo emitiendo expresiones explosivas acerca de su opinión de él y luego me dijeron que yo era distinto, que lo apreciaban y que yo sabía mucho más que ese tipo y sin embargo no lo exhibía.
Mi primera primavera en Cornerville sirvió para establecer para mi una posición firme en la vida en el distrito. Nada más había estado ahí pocas semanas, cuando Doc me dijo: "En esta esquina eres un accesorio como esa lámpara de alumbrado". Quizá el mayor suceso que señaló mi aceptación en la Calle Norton, fue el juego de beisbol que organizó Mike Ciovanni contra el grupo de adolescentes mayores de la Calle Norton. Eran los viejos que habían obtenido triunfos gloriosos en el pasado, contra los jóvenes en ascenso. Mike me asignó una posición regular en el equipo, tal vez no un puesto clave (fui colocado en el jardín derecho), pero cuando menos estaba allí. Cuando fue mi turno de batear en la parte baja de la novena entrada, la anotación se encontraba empatada, había dos outs y las bases se hallaban llenas. Al inclinarme para escoger mi bat, escuché que algunos de los amigos sugerían a Mike que debía poner un emergente. Mike les respondió en voz alta, que debió estar dirigida a mí: "No, tengo confianza en Bill Whyte. Él cumplirá en la hora difícil". Así que alentado por la confianza, fui a batear, fallé dos intentos y después disparé un fuerte rodado por el agujero entre segunda y el parador en corto. Cuando menos por allí me dijeron que pasó. Me encontraba tan ocupado en llegar a primera base, que no supe después si llegué por un error o por un sencillo.
Esa noche, cuando fuimos a tomar café, Danny me obsequió un anillo, por ser un amigo "regular" y un beisbolista bastante bueno. Yo estaba impresionado particularmente por la sortija, pues fue hecha a mano. Danny comenzó con un dado de ámbar claro descartado de su garito y había utilizado durante largas horas su cigarrillo encendido para quemar un agujero a través de él y redondear las orillas, de manera que salió con una forma de corazón en la parte superior. Aseguré a los amigos que siempre apreciaría ese anillo.
Tal vez debía agregar que mi imparable de una base con que se ganó el juego elevó la anotación a 18-17, así que es evidente que no fui el único que había estado golpeando la pelota. Sin embargo, fue una sensación maravillosa responder cuando todos estaban contando conmigo y me hizo sentir todavía más que pertenecía a la Calle Norton.
Al reunir los primeros datos de mi investigación, tuve que decidir cómo iba a organizar las notas escritas. En la etapa más temprana de exploración, puse simplemente todas las notas en orden cronológico en una sola carpeta. Como iba a proseguir estudiando un número de grupos y problemas distintos, fue obvio que ésta no era en absoluto una solución.
Tenía que subdividir las notas. Parecía haber dos posibilidades principales. Podía organizar las notas por tópicos, con carpetas para la política, los rackets, la iglesia, la familia y así para el resto. O podía organizarlas en términos de los grupos en los que 20 estaba basadas, lo cual significaría tener carpetas para los Nortons, el Club de la Comunidad Italiana y para otros grupos. Sin pensar realmente el problema a fondo, principié a seleccionar el material sobre la base de grupos, razonando que luego podría redividirlo sobre la base de los tópicos, cuando tuviera un conocimiento mejor de cuáles serían los tópicos pertinentes.
A medida que se acumulaba el material en las carpetas, descubrí que la organización de notas por grupos sociales coincidía con la manera en que estaba desarrollándose mi estudio. Por ejemplo, tenemos a un muchacho de colegio del Club de la Comunidad Italiana, diciendo: estos racheteers dan un mal nombre a nuestro distrito.
Debían limpiarlo de ellos, realmente". Y tenemos a un miembro de los Nortons diciendo: "Estos racketeers son 'derechos' en realidad. Cuando necesitas ayuda, te la dan. Un hombre de negocios legítimo.. . él no te dará la hora". ¿Debían ser seleccionadas estas citas bajo "Racketeers, actitudes hacia los"?. Si era así, nada más mostrarían que en Cornerville hay actitudes antagónicas hacia los racketeers. Sólo un cuestionario (que difícilmente es factible para un tópico así) mostraría la distribución de actitudes en el distrito. Aún más, ¿qué importancia tendría saber cuántas personas sentían de un modo o de otro respecto a este tópico? Me pareció de interés científico mucho mayor poder relacionar la actitud del grupo en el que participaba el individuo. Esto muestra por qué podía esperarse que dos individuos tuvieran actitudes bastante diferentes sobre un tópico dado.
Al pasar el tiempo, incluso las notas de una carpeta aumentaron más allá del punto en que se mi memoria me permitiera localizar rápidamente cualquier anotación determinada. Entonces tracé un método rudimentario de índices: una página en tres columnas, que contenían para cada entrevista u observación la fecha, la persona o personas entrevistadas u observadas y un resumen breve del registro de la entrevista u observación. Dicho índice cubriría de tres a ocho páginas. Cuando llegara el momento de revisar las notas o escribir a partir de ellas, un estudio de entre cinco y diez minutos del índice sería bastante para darme una imagen razonablemente completa de lo que tenía y de dónde podría ser localizado cualquier dato determinado
7. Aventura política
Pasé julio y agosto de 1937 alejado de Cornerville, con mis padres. Tal vez estaba demasiado acostumbrado a las vacaciones de verano con la familia para permanecer en Cornerville, pero cuando menos pretexté que necesitaba algún tiempo para retirarme, leer un poco y lograr alguna perspectiva. Todavía no veía el eslabón que conectara un estudio general de la vida de la comunidad y los estudios intensivos de grupos.
Regresé sintiendo que debía ampliar mi estudio en alguna forma. Eso podría significar abandonar mis conexiones con los Nortons y el Club de la Comunidad Italiana, para participar con más intensidad en otras áreas. Quizá ésa habría sido la decisión lógica, en términos de la manera en que veía mi estudio de Cornerville en ese tiempo. No actué de ese modo, afortunadamente. El club me ocupaba nada más una noche a la semana, así que no había gran presión para abandonarlo, por el momento. Los Nortons me tomaban mucho más tiempo y, sin embargo, significaba algo importante para mi tener una esquina y un grupo donde estuviera contento en Cornerville. En ese tiempo no veía con claridad que había mucho más en un estudio de un grupo que un examen de sus actividades y relaciones personales en un punto particular del tiempo. Sólo al principiar a ver cambios en 21 estos grupos, entendí la importancia extremada que tiene observar un grupo durante un periodo prolongado.
Mientras vagaba con los Nortons y con el Club de la Comunidad Italiana más o menos por un proceso de inercia, decidí que debía extender el estudio obteniendo una perspectiva más amplia y profunda de la vida política de la comunidad. En Cornerville, las actividades de las esquinas y la política estaban entrelazadas inextricablemente. Había varias organizaciones políticas tratando de engrandecer a candidatos rivales. Sentía que podría obtener mejor un conocimiento íntimo de la política si me alineaba de modo activo con una organización política y, sin embargo, temí que esto podría clasificarme de manera que tendría dificultades más tarde con mi estudio, en relación con personas que estaban contra este político particular.
El problema se resolvió solo para mí. En el otoño de 1937 hubo una pugna por la alcaldía. Un político irlandés que había sido antes alcalde y gobernador del estado, era nuevamente candidato. Entre los yanquis buenos, el apellido Murphy era Ia personificación de la corrupción. Sin embargo, en Cornerville tenía fama de ser amigo de los pobres y de los italianos. La mayoría de los políticos de Cornerville estaban en favor de él y se esperaba que barriera en el distrito por una mayoría tremenda. Por lo tanto, decidí que sería bueno para mi estudio poder principiar en la política con este hombre. (Esta nueva tendencia política produjo algunos levantamientos de cejas entre mis asociados de Harvard, pero me excusé pensando que era difícil que un novato completo tuviera alguna influencia en la elección del político tristemente célebre en la comunidad).
Necesitaba tener alguna clase de contacto local para alistarme en la campaña. La encontré con George Ravello, senador estatal que representaba a nuestro distrito y a otros dos. Conocí en el restaurante donde vivía a Paul Ferrante, quien era secretario de Ravello y también amigo de la familia Martini. Los servicios de Ferrante a Ravello eran completamente sobre una base voluntaria. Paul se hallaba sin empleo en ese tiempo y estaba trabajando para el político con la esperanza de sacar algún día una colocación de eso.
Después de un poco de discusión preliminar, me alisté como secretario sin sueldo del secretario sin sueldo del senador del estado, para la duración de la campaña para alcalde. Cuando concluyó esa elección me reenganché, pues había una elección especial para un asiento desocupado en el Congreso y George Ravello era candidato a ese cargo.
Por fortuna para mi estudio, todos los otros políticos de Cornerville eran partidarios de Ravello, cuando menos oficialmente, ya que estaba compitiendo contra varios irlandeses.
Por lo tanto, sentí que podía ser activo en su campaña sin crear barreras contra mi mismo en ninguna otra parte del distrito.
Fui una anomalía absoluta como trabajador en la campaña para senador estatal.
La mayor parte de los trabajadores en esas campañas cuando menos pueden declarar que entregaron un número considerable de votos; yo no podía ofrecer ninguno, excepto el mío.
Fue difícil para la organización acostumbrarse a esto. En una ocasión, George Ravello me llevó en su automóvil a la Cámara del Estado y en el camino quiso saber cuándo iba a darle el apoyo del Club de la Comunidad Italiana. En ese tiempo ello era un tópico bastante delicado en el club. Por una parte, todos los miembros se encontraban interesados en ver que un italoamericano ascendiera a un puesto elevado y sin embargo, los perturbaba ser identificados con George Ravello. El lenguaje que utilizaba en público difícilmente era refinado y había ganado una publicidad que avergonzó a los jóvenes en diferentes ocasiones. Por ejemplo, hubo una vez en que una mujer estaba declarando 22 contra un proyecto introducido al senado por Ravello. El senador enfureció en medio de la audiencia y amenazó con lanzar a la buena mujer desde el muelle a la bahía, si alguna vez ponía un pie en su distrito. Otra ocasión, los periódicos publicaron la fotografía de Ravello con un ojo hinchado, que había obtenido en una pelea con un miembro de la Junta Estatal de Libertad Bajo Palabra.
Expliqué a Ravello que estaba en contra de la política del club respaldar candidatos para cualquier puesto público. Aunque esto era verdad, difícilmente fue una explicación satisfactoria para el senador. Sin embargo, no insistió más, reconociendo quizá que, de cualquier modo, el apoyo del Club de la Comunidad Italiana no contaba mucho.
Al no poder darle votos, traté de hacerme útil haciendo mandados y varios trabajos diversos, tales como clavar carteles de Ravello en distintas partes de la ciudad.
Estoy seguro de que nadie pensó que fuera de verdadera ayuda a la campaña del senador, pero tampoco parecía estar haciendo ningún perjuicio, así que se me permitió rondar por el cuartel general, que era una combinación de oficina política y agencia funeraria.
Hallé que este era uno de los sitios más desagradables para permanecer en él, porque jamás pude obtener una objetividad científica total respecto a las salas fúnebres.
Uno de mis recuerdos más vivos y desagradables de Cornerville proviene de este periodo.
Uno de los electores del senador había muerto. Como las escaleras que llevaban a su apartamento eran demasiado estrechas, el finado fue expuesto por sus amigos y familiares en el salón posterior de la agencia de pompas fúnebres. Fue tendido, infortunadamente, en dos trozos, ya que le habían amputado una pierna poco antes de su muerte. El resto del cadáver fue embalsamado, pero me informaron que no existía manera de embalsamar una pierna separada de un cuerpo. La pierna gangrenosa despedía el olor más nauseabundo. Mientras la familia y los amigos llegaban a rendir sus últimos respetos, los trabajadores políticos estábamos sentados en la parte anterior de la oficina, intentando mantener nuestra atención política. De tiempo en tiempo, Paul Ferrante recorría el cuarto esparciendo perfume. La combinación de perfume con la pestilencia gangrenosa difícilmente fue un mejoramiento. Permanecí en mi puesto todo el día, pero terminé sintiendo un poco de náuseas.
Como los políticos no sabían qué hacer con mis servicios y sin embargo estaban dispuestos a dejarme merodear por la oficina, encontré que pude hacer mi propia descripción de mi trabajo. Antes de una reunión de los trabajadores políticos, sugerí a Carrie Ravello, la esposa del candidato y el cerebro auténtico de la familia, que sirviera como secretario en esas reuniones. Entonces tomé notas mientras se desarrollaba la asamblea y escribía un resumen a máquina para uso posterior de ella. (El invento del papel carbón me permitió conservar mi copia de todo lo registrado.) No era importante realmente para la organización poseer dicho registro. Aunque eran consideradas en forma oficial asambleas para discutir táctica y estrategia políticas, eran nada más reuniones de aliento para los poderes políticos secundarios que apoyaban a Ravello. Nunca asistí a las discusiones políticas de alto nivel donde se tomaban las verdaderas decisiones. No obstante, mis notas de estas asambleas políticas me dieron un registro documentado completamente de un área de actividad. De allí fui a la reunión política en gran escala, donde traté de transcribir en el lugar los discursos y otras actividades de los partidarios principales de Ravello.
23 Cuando llegó el día de la elección, voté al abrirse las casillas y después me presenté para el servicio en el cuartel general del candidato. Encontré allí que se me había asignado para trabajar en otro distrito con el secretario de Ravello. Pasé la primera parte del día de la elección fuera de Cornerville, siguiendo a Ferrante y sin ser de ninguna utilidad auténtica para mí mismo ni para la organización. No me preocupé respecto a mi contribución, porque estaba adquiriendo una impresión creciente de que mucho de lo que pasaba por actividad política era sencillamente pérdida de tiempo. La mañana del día de la elección, nos detuvimos a charlar con un número de amigos de Paul Ferrante y bebimos una copa o una taza de café aquí y allá. Después viajamos en auto para ofrecer transporte a las casillas a los votantes, que en un distrito tan congestionado estaban a la vuelta de la esquina. Hicimos alrededor de treinta escalas y llevamos a una votante a la casilla y dijo que de cualquier modo, iba a ir caminando cinco minutos más tarde. Los otros no estaban en casa, o nos dijeron que después irían caminando.
A las dos, pregunté si podía retirarme y volver a mi distrito. Esto me fue concedido inmediatamente, así que pude pasar el resto del día en Cornerville.
Cuando llegué a casa, principié a escuchar rumores alarmantes del distrito original del político irlandés que era el rival principal de Ravello. Se decía que tenía una flota de taxis recorriendo su distrito, para que cada uno de sus repetidores pudiera votar en todas las demarcaciones de su distrito. Fue claro que si no robábamos la elección, este tipo bajo nos la robaría.
Alrededor de las cinco, uno de los lugartenientes principales del senador se precipitó hacia un grupo de nosotros que nos hallábamos haraganeando en la esquina, frente a la casilla de mi demarcación. Nos dijo que la sección de Joseph Maloney de nuestro distrito se encontraba abierta para los repetidores, que los vehículos estaban preparados para transportarlos y que todo lo que necesitaba eran unos pocos hombres para ponerse a trabajar. Por el momento, la organización se hallaba obstaculizada por una escasez de material humano para realizar esta tarea importante. El lugarteniente del senador no solicitó voluntarios; nos indicó simplemente que subiéramos a los coches para trasladarnos a las casillas donde podía hacerse el trabajo. Vacilé un momento, pero no me negué.
Antes que las casillas se cerraran esa noche, había votado tres veces más por George Ravello... no fue realmente una gran hazaña, ya que otro novato que había comenzado al mismo tiempo que yo, consiguió producir nueve votos en el mismo tiempo.
Dos de mis votos fueron emitidos en la parte del distrito correspondiente a Joseph Maloney; el tercero fue registrado en mi casilla correspondiente.
Estaba parado en la esquina, cuando uno de los esbirros del político llegó hasta mi con la lista de votantes, para pedirme que fuera. Le expliqué que ésta era mi casilla y que ya había votado bajo mi nombre auténtico. Al saber que lo había hecho cuando abrieron las casillas, me dijeron que no tenía nada por qué preocuparme y que ahora estaba de servicio un nuevo turno. Eligieron para mí el nombre de Frank Petrillo. Me dijeron que Petrillo era un pescador siciliano que salió al mar el día de las elecciones, así que estábamos ejerciendo por él sus derechos democráticos. Miré el padrón electoral y descubrí que Petrillo tenía cuarenta y nueve años de edad y media 1.75 de estatura. Como yo tenía veintitrés y medía casi 1.91, esto me pareció plausible y expuse mi duda. Se me aseguró que eso no constituía ninguna dificultad en absoluto, ya que la gente a cargo de la casilla era de Joe Maloney. Esto no me tranquilizó por completo, pero sin embargo formé 24 en la fila para esperar mi nuevo turno en la precipitación de la hora, antes que fueran cerradas las casillas.
Dije mi nombre y la mujer que se encontraba a la entrada lo marcó en su lista, tomé mi boleta, fui al gabinete y marqué la boleta en favor de George Ravello. Cuando me hallaba a punto de meter la boleta a la ánfora, esta mujer me miró y preguntó que edad tenía. Comprendí repentinamente lo ridículo de mi simulación. Sabía que se suponía que debía decir que tenía cuarenta y cinco años, pero no pudo expresar una mentira tan ridícula. En lugar de eso, transé en decir que tenía veintinueve. Inquirió qué estatura tenía y transigí nuevamente, diciendo que medía 1.83. Me tenía frito, pero el interrogatorio siguió. La mujer me preguntó como deletreaba mi nombre. En la excitación, lo hice mal. La otra inspectora se aproximó entonces y me interrogó respecto a mis hermanas. Recordé que había visto en la lista los nombres del algunas mujeres apellidadas Petrillo y en todo caso, si inventaba nombres que no aparecían en el padrón, podían ser de mujeres que no estaban registradas. Repliqué: “Sí, tengo dos hermanas”. Pregunto sus nombres. “Celia y Florence”.
Me miró con expresión burlona e inquirió: “¿Qué hay respecto a Marie Petrillo? “ Hice una inhalación profunda y contesté: “Ella es mi prima”.
Dijeron que tendrían que objetar mi voto. Llamaron al supervisor a cargo de la casilla.
Tuve que aguardar un minuto antes que se acercara y fue tiempo suficiente para meditar respecto a mi futuro. Puede ver frente a mis ojos grandes titulares en las primeras planas de los tabloides de Eastern City: BECARIO DE HARVARD ARRESTADO POR REPETIR. ¿Por qué no había de aprovechar la oportunidad? Ésa era realmente una noticia periodística ideal de un hombre mordiendo a un perro. Resolví en ese instante que cuando menos no mencionaría mis relaciones con Harvard ni mi estudio de Cornerville, cuando fuera detenido.
El supervisor se aproximó, dijo que tendría que recusar mi voto y me pidió que escribiera mi nombre al reverso de la boleta. Fui al gabinete. Pero estaba para entonces tan nervioso, que olvidé cuál se suponía que era mi nombre de pila y escribí “Paul”. El supervisor tomó mi boleta y miró el dorso de ella. Me hizo jurar que ése era mi nombre y que no había votado antes. Lo hice. Salí. Me dijo que me detuviera. Al mirar las personas que entraban, pensé en tratar de huir, pero no lo hice. Regresé. El supervisor miró el libro de votantes registrados. Volvió al gabinete y su espalda estuvo hacia mí por un momento.
Entonces lo vi tachar el nombre escrito en el dorso de la boleta. La metió en el ánfora y registró el voto con un timbrazo. Me dijo que podía retirarme y lo hice, intentando caminar en una forma calmada y pausada.
Cuando estaba en la calle, dije al lugarteniente del político que mi voto fue objetado.
“Bueno, ¿qué te importa? No perdimos nada”. Después le informé que el voto había pasado finalmente. “Bueno, mucho mejor. Escucha, ¿qué podían haberte hecho? Si los polizontes te hubieran arrestado, no te encerrarían. Nosotros lo arreglaríamos”.
No cené bien esa noche. Fue bastante curioso que no me sintiera tan culpable por lo que hice, hasta que pensé que iba a ser detenido. Hasta ese punto, nada más actué aturdido. Después de la cena, fui a buscar a Tony Cardio, del Club de la Comunidad Italiana. Cuando fui a su demarcación a repetir, lo encontré saliendo de la casilla. Al pasar, sonrió y comentó: “Te están haciendo trabajar bastante, ¿verdad? “ Concluí de inmediato 25 que debía saber que iba a repetir. Sentí que debía verlo tan pronto como fuera posible, para explicar en la mejor forma posible lo que había estado haciendo y por qué. Tony no estaba en casa esa noche, afortunadamente para mí. Al ceder mi ansiedad, reconocí que el simple hecho de que yo conociera mi propia culpa, no significaba necesariamente que Tony y todos supieran lo que hice. Confirmé esto después, de manera indirecta, cuando tuve más tarde una conversación con Tony respecto a la elección. No hizo ninguna pregunta concerniente a mis actividades de votante.
Esa fue mi actuación del día de la elección. ¿Qué gané con ella? Tuve una experiencia personal, de primera mano, de cómo se efectuaba la repetición. Pero esto realmente tuvo muy poco valor, pues antes había estado observando estas actividades muy de cerca y podía haber tenido todos los datos sin aceptar ningún riesgo. No aprendí en realidad nada de valor para mi investigación con la experiencia y corrí el peligro de perjudicar todo mi estudio. Aunque escapé de la detención, estas cosas no siempre son arregladas con tanta firmeza como piensan los esbirros de los políticos. Un año más tarde, cuando estaba fuera de la ciudad el día de la elección, alguien fue arrestado por votar en mi nombre.
Aun aparte del riesgo de una detención, me enfrenté a otras pérdidas posibles.
Aunque la repetición era bastante común en nuestro distrito, sólo había relativamente pocas personas dedicadas a hacerlo y por lo general eran despreciadas como los tipos que hacían el trabajo sucio. Si hubiera corrido el rumor respecto a mi, habría sufrido un daño considerable mi posición en el distrito. Hasta donde supe, mi repetición de votos jamás se descubrió excepto por algunas de las personas clave en la organización de Ravello. Había hecho la mayoría de mis repeticiones fuera de Cornerville y mis amigos de la Calle Norton no votaron en la misma demarcación donde deposité mi segundo voto en Cornerville. No fui observado por nadie cuya opinión pudiera dañarme. Además, fue solamente pura suerte que no me hubiera delatado con Tony Cardio; de hecho, fui afortunado en todo.
La experiencia presentó problemas que trascendieron a la propiedad. Había sido bien educado, como un ciudadano de clase media, respetable y respetuoso de la ley.
Cuando descubrí que era un repetidor, sorprendí a mi conciencia provocándome dificultades serias. Ésa no era la imagen de mí mismo que había estado tratando de formar. No podía rechazarlo riendo, como una simple parte necesaria del trabajo en el terreno. Sabía que no era necesaria; en el punto en que principié a repetir, podría haberme negado a hacerlo. Hubo otros que se negaron a repetir. Yo me había dejado envolver, sencillamente, en el ímpetu de la campaña y me dejé arrastrar. Tenia que aprender que para ser aceptado por la gente de un distrito, se tiene que hacer todo igual que lo hacen ellos. De hecho, en un distrito en que hay agrupamientos diferentes con distintas normas de comportamiento, puede ser cuestión de consecuencia muy grave conformarse a los cartabones de un grupo particular.
También debía aprender que el trabajador en el terreno no puede permitirse en pensar nada más en aprender a vivir con otros en el campo de investigación. Tiene que continuar viviendo consigo mismo. Si el observador participante se encuentra empeñándose en un comportamiento que ha aprendido a considerar inmoral, entonces es posible que comience a preguntarse qué clase de persona es, después de todo. A menos que el trabajador en el terreno pueda llevar con él una imagen razonablemente consistente de sí mismo, es probable que tropiece con dificultades.
8. De regreso en la Calle Norton
Cuando terminó la campaña y volví a la Calle Norton, no corté por completo mis lazos con la organización de Ravello. Hubo dos razones para esto: deseaba conservar mis conexiones para una posible investigación más amplia de la política; pero además, no quería que me considerasen únicamente otro de esos “falsarios” que se desvivían por un político cuando parecía que tenía oportunidad de ganar y lo abandonaban cuando perdía.
Sin embargo, no tenía un lazo personal fuerte que me ligara a la organización. Me agradaba Carrie Ravello y la respetaba; el senador me confundía y me interesaba, pero nunca sentí que llegué a conocerlo. El que fue en un tiempo su secretario nada más desapareció del horizonte después de la elección...debiéndome todavía diez dólares. Los otros en realidad no me importaban personalmente. Y al revisar ahora mis notas, incluso sus nombres tienen poco significado.
Al hacerme más activo una vez más en la Calle Norton, el mundo local empezó a parecerme diferente. El mundo que estaba observando se hallaba en proceso de cambio.
Vi a algunos de los miembros del Club de la Comunidad Italiana estableciendo contacto con el mundo superior del control yanqui, al seguirlos a la Noche Panaestadounidense en el Club de Mujeres Republicanas. Vi las tensiones y los esfuerzos dentro de los Nortons, producto de los contactos con el Club Afrodita y el Club de la Comunidad Italiana. Observé a Doc, totalmente sin objetividad científica, mientras se preparaba para su esfuerzo fracasado para ser candidato a un puesto público.
Luego, una noche de sábado de abril de 1938, tropecé con una de mis experiencias de investigación más excitantes en Cornerville. Fue la noche en que los Nortons iban a bolear por un premio en metálico; la noche de bolear más grande de toda la temporada.
Recuerdo haber estado en la esquina con los muchachos, mientras discutían la competencia próxima. Oí a Doc, Mike y Danny haciendo sus pronósticos respecto al orden en que terminarían los hombres. Al principio, esto no provocó en mi ninguna impresión, ya que mis propias predicciones no expresadas seguían precisamente las mismas líneas.
Entonces, mientras los muchachos bromeaban y discutían principié de pronto a poner en duda toda la situación y a tomar una nueva perspectiva de la misma. Estaba convencido de que Doc, Mike y Danny se hallaban acertados de modo básico en sus predicciones y no obstante, ¿por qué debían aproximarse las anotaciones a la estructura de la pandilla? ¿Eran estos hombres de la cumbre simplemente mejores atletas naturales que el resto? Eso no tenia sentido, pues allí estaba Frank Bonnelli, quien era un atleta bastante bueno para conseguir la promesa de una prueba en un equipo de béisbol de Liga Mayor. ¿Por qué no podía superarnos a todos en la mesa de bolos? Entonces recordé el juego de béisbol que habíamos tenido un año antes contra los muchachos más jóvenes de la Calle Norton. Pude ver al hombre que era, por reconocimiento común, el mejor jugador de béisbol de todos nosotros, abanicando la brisa con movimientos largos y graciosos de su bate y permitiendo que los rodados pasaran entre sus piernas. Y entonces recordé que ni yo ni nadie más parecíamos habernos sorprendido por la actuación de Frank en este juego. Incluso el mismo Frank no se sorprendió, según explicó: “Parece que no puedo jugar béisbol cuando estoy jugando con tipos a quienes conozco, como ese grupo”.
Esa noche fui a las mesas, fascinado y un poco impresionado por lo que iba a atestiguar. Allí estaba la estructura social en acción, en las mismas mesas de bolear.
Mantenía a los miembros individuales en sus lugares...y a mí con ellos. Entonces no me detuve a razonar que como amigo íntimo de Doc, Danny y Mike ocupaba una posición cercana a la cima de la pandilla y por lo tanto debía esperarse que sobresaliera en esa 27 gran ocasión. Me sentí sencillamente elevado por la situación. Sentí que mis amigos estaban a favor mío, tenían confianza en mi, deseaban que boleara bien. Al llegar mi turno y levantarme para bolear, sentí una confianza suprema en que iba a golpear los pinos a los que apuntara. Nunca me he sentido en absoluto en esa forma en otra ocasión, ni antes ni después. Allí, en la mesa de bolos, estaba experimentando subjetivamente al impacto de la estructura del grupo sobre el individuo. Fue una sensación extraña, como si alguien más grande que yo mismo estuviera controlando la bola, al hacerla oscilar y soltarla hacia los pinos.
Cuando concluyó todo, miré las anotaciones de todos los otros hombres. Todavía estaba un poco atontado por mi propia experiencia y entonces me sentí excitado al descubrir que los hombres en realidad habían terminado en el orden pronosticado, con las dos únicas excepciones que podían explicarse fácilmente, en términos de la estructura del grupo.
Al pensar más tarde en la competencia en las mesas de bolos, resaltaron dos cosas en mi mente. En primer lugar, estaba convencido de que ya tenía algo importante: la relación entre la actuación individual y la estructura del grupo, aunque en ese tiempo aún no veía como se acomodaría dicha observación en el patrón general del estudio de Cornerville. Creí entonces (y todavía lo creo) que esta clase de relaciones puede observarse en otras actividades de grupo en todas partes. Como aficionado ávido al béisbol, a menudo me habían confundido los récords de algunos atletas que parecían poder batear, doblar y fildear con calidad técnica soberbia y no obstante, eran incapaces de llegar a equipos de las Ligas Mayores. También me desorientaban los casos de los hombres que jugaban bien un tiempo y luego fallaban de pronto de forma ridícula, en tanto que otros parecían hacer progresos tremendos, que no podían explicarse simplemente con base en una mayor experiencia. Sospecho que un estudio sistemático de la estructura social de un equipo de béisbol, por ejemplo, explicaré algunos de estos fenómenos, de otro modo misteriosos. El otro punto que me impresionó involucró los métodos de investigación en el terreno. Aquí tenía las anotaciones de los hombres, esa noche final en las mesas de bolos. Esta serie de cifras tenía verdadera importancia, pues representaba la actuación de los hombres en el suceso que miraban todos como la culminación del año.
No obstante este grupo había estado boleando las noches de todos los sábados durante muchos meses y algunos de ellos también lo hacían otras noches. Hubiera sido una tarea ridículamente simple para mi, haber llevado un registro de cada entrada boleada por cada hombre cada noche de sábado de esa temporada y en las otras noches que jugué con ellos. Esto habría producido una serie de estadísticas que hubiese sido la envidia de algunos de mis amigos altamente cuantitativos. No conservé el registro de estas anotaciones, porque en ese tiempo no vi objeto en hacerlo. Había estado esperando las noches de los sábados en las mesas de bolos sólo como recreación para mi y para mis amigos. Me sorprendí disfrutando tanto de los bolos, que de tiempo en tiempo me siento un poco culpable por haber descuidado mi investigación. Estaba boleando con los hombres para establecer una posición social que me permitiera entrevistarlos y observar cosas importantes. Pero, ¿cuáles eran esas cosas importantes? Nada más después que desprecié esta mina de oro estadística, comprendí de pronto que el comportamiento de los hombres en las sesiones regulares en las mesas de bolos, eran el ejemplo perfecto de lo que debía estar observando. En lugar de bolear para poder observar otra cosa, debí bolear para poder observar los juegos. Aprendí entonces que las actividades cotidianas, rutinarias de estos hombres, constituían los datos básicos de mi estudio.
9. Replaneamiento de la investigación
La última parte de la primavera y el verano de 1938 produjeron algunos cambios importantes en mi investigación.
El 28 de mayo contraje matrimonio con Kathleen King y tres semanas después, regresamos juntos a Cornerville. Kathleen me había visitado en el restaurante y conocido a algunos de mis amigos. Incluso como hombre casado, no deseaba mudarme del distrito y Kathleen, estaba ansiosa, afortunadamente, de mudarse a él. Esto presento problemas, porque aunque no lo pedíamos todo, esperábamos encontrar un apartamento con un cuarto de baño con bañera en él. Visitamos varias posibilidades lúgubres, hasta que hallamos al fin en la Calle Shelby un edificio que estaba siendo reconstruido. Algunos de mis amigos de la Calle Norton me previnieron en contra de ese barrio, diciendo que el lugar se encontraba lleno de sicilianos, que eran una gente muy bárbara. Sin embargo, el apartamento tenía la bañera y el retrete y era limpio y relativamente ventilado. No tenía calefacción central, pero podíamos tener una comodidad razonable, con la estufa de la cocina.
Como ya éramos dos, podíamos comenzar nuevos tipos de actividades sociales y Kathleen podría aprender a conocer a algunas de las mujeres, como yo me había hecho conocido de los hombres. No obstante, estas nuevas direcciones de actividad social eran algo para el futuro. Ahora mi problema era encontrar dónde estaba y hacia dónde iba. Fue un periodo de hacer inventario.
Al describir mi estudio de Cornerville, he dicho frecuentemente que estuve dieciocho meses en el terreno, antes de saber hacia dónde iba. En cierto modo, esto es verdad, literalmente. Principió con la idea general de hacer un estudio de la comunidad.
Sentí que tenía que establecerme como observador participante, para hacer tal estudio. En los primeros meses en Cornerville, pasé por el proceso que ha descrito el sociólogo Robert Johnson en su propio trabajo en el terreno. Empecé como observador no participante. A medida que fui aceptado en la comunidad, me encontré transformándome casi en un participante no observador. Capté el sentimiento de vida en Cornerville, pero eso significó que tuve que dar por sentadas las mismas cosas que presuponían mis amigos de Cornerville. Estaba sumergido en eso, pero aún podían hallarle poco sentido. Tenía la sensación de que me encontraba haciendo algo importante, pero todavía tenia que explicarme qué era.
En este punto me enfrenté afortunadamente a un problema muy práctico. Mi beca de tres años terminaría en el verano de 1939. Podía ser renovada por un periodo hasta de tres años. Las solicitudes de renovación debían registrarse hasta el principio de la primavera de ese año.
Disfrutaba de Cornerville y sentía que estaba llegando a algún sitio y no obstante, sentía al mismo tiempo que necesitaba cuando menos tres años más. Comprendí que hasta entonces tenía poco qué mostrar por el tiempo que había invertido. Cuando mandara mi solicitud de renovación, también debía enviar alguna evidencia de haber cumplido bien en el primer periodo de tres años. Tendría que escribir algo. Tenía varios meses para hacerlo, pero el principio de la tarea me desanimaba. Me senté a pensar qué había en Cornerville sobre lo que tuviera datos razonablemente buenos. ¿Tenía algo preparado para escribirlo? Ponderé esto y lo discutí con Kathleen y con John Howard, quien estaba trabajando conmigo en el distrito.
29 Reconocí, pensando aún en términos de un estudio de la comunidad, que sabía muy poco respecto a la vida de familia en Cornerville y mis datos concernientes a la iglesia eran muy escasos, aunque John Howard comenzaba a trabajar en esa área. Yo había estado viviendo con la familia del restaurante en un cuarto con vista a la esquina donde en ocasiones era visto con sus seguidores T.S., el racketeer más prominente de Cornerville.
Observé al grupo muchas veces desde mi ventana y sin embargo, nunca había conocido a los hombres. El racktteering era de importancia obvia en el distrito y no obstante, todo lo que sabía referente a él eran los chismorreos que recogía de hombres que estaban únicamente un poco más cerca de él que yo. Tenía mucha más información relativa a la vida y la organización políticas, pero incluso allí, sentía que había tantas lagunas, que todavía no podía acomodar las piezas.
Si aún faltaba llenar estas áreas mayores, ¿que tenía para presentar? Al hojear las diferentes carpetas, fue obvio que las de Norton y del Club de la Comunidad estaban más gordas que las otras. Si sabía algo respecto a Cornerville, debía saberlo concerniente a los Nortons y al Club de la Comunidad Italiana. Tal vez si escribía estas dos historias, comenzaría a ver algún machote de lo que se hacía en Cornerville.
Un patrón para mi investigación emergió gradualmente en mi mente, mientras escribía los estudios de los casos de los Nortons y de la Comunidad Italiana.
Comprendí al fin que no estaba escribiendo un estudio de una comunidad, en el sentido ordinario del término. El lector que examine Middletown notará que está escrito en referencia a gente en general de esa comunidad. No figuran en la historia individuos o grupos, excepto en cuanto ilustran los puntos que están estableciendo los autores (la secuela, Middletown en Transición, presenta una excepción a esta descripción, con un capitulo sobre la familia principal de la comunidad). El lector notará además que Middletown está organizada en términos de tópicos tales como la forma de ganarse la vida, de establecer un hogar, de entrenar a los jóvenes y de utilizar el tiempo libre.
Los Lynd realizaron de modo admirable la tarea que se propusieron. Yo entendí simplemente que mi tarea era distinta. Estaba tratando con individuos y con grupos particulares.
También comprendí que existía otra diferencia con la que tropezaba. Había supuesto que un estudio sociológico tenía que presentar una descripción y un análisis de una comunidad en un punto particular del tiempo, sostenidos, por supuesto, por algunos antecedentes históricos. Llegué entonces a descubrir que el tiempo mismo era uno de los elementos claves de mi estudio. Estaba observando, describiendo y analizando grupos a medida que evolucionaban y cambiaban a través del tiempo. Me pareció que podía explicar mucho más eficazmente el comportamiento de los hombres cuando los observaba con el paso del tiempo, que como lo habría hecho si los hubiera tomado en un punto del tiempo. En otras palabras, estaba tomando una película, en vez de una fotografía sin movimiento.
Pero si éste era un estudio de individuos particulares y había más de veinte mil habitantes en el distrito ¿cómo podía decir algo significativo respecto a Cornerville, sobre esta base individual y de grupo? Llegué a comprender que solamente podría hacerlo si veía a los individuos y los grupos en términos de sus posiciones en la estructura social.
También debía asumir que cualesquiera que fuesen las diferencias individuales y de grupo, existían similitudes básicas por hallar. De manera que no tendría que estudiar todas las pandillas de las esquinas para hacer aseveraciones significativas referentes a las 30 pandillas de las esquinas de Cornerville. El estudio de un grupo de esquina no era suficiente, cierto, pero si un examen de varias más mostraban las uniformidades que esperaba encontrar, entonces esta parte de la tarea se hacía manejable.
Sentí que no necesitaba datos adicionales sobre el Club de la Comunidad Italiana.
En ese tiempo había bastante pocos hombres de colegio en Cornerville, de manera que este único grupo representaba una muestra grande de las personas de esta categoría.
También me pareció que representaban puntos significativos en la estructura social y en el proceso de movilidad social. Vendrían ciertamente otros como ellos después que éstos hubieron abandonado el distrito, como el Club Dramático Sunset había desaparecido antes que ellos. Aún más, el examen de sus actividades mostraba eslabones importantes con la política republicana y con la Casa de Servicios Sociales.
Comencé a ver entonces la conexión entre mi estudio político y el estudio del caso de la pandilla de la esquina. El político no buscaba influir a individuos separados en Cornerville; buscaba consciente o inconscientemente a los jefes de grupo. Así que eran los hombres como Doc los eslabones que conectaban sus grupos y la organización política mayor. Ya podía empezar a escribir mi estudio, examinando en detalle grupos particulares y luego podía pasar a relacionarlos con las estructuras más grandes de la comunidad. Con este patrón en mente, llegué a descubrir que tenía muchos datos más de lo que había creído, sobre política.
Mi estudio aún tenía lagunas importantes. Mi conocimiento del papel de la iglesia en la comunidad era fragmentario y esperaba llenar esta brecha. No había hecho ningún trabajo sistemático sobre la familia. Por otra parte, me parecía inconcebible que pudiera escribir un estudio de Cornerville sin discutir la familia; sin embargo, al mismo tiempo no sabia cómo proceder para relacionar los estudios de la familia con el libro como estaba emergiendo en mi mente. Debo confesar también que por razones bastante poco científicas, siempre he encontrado más interesante la política, los rackets y las pandillas que la unidad básica de la sociedad humana.
La laguna que me preocupaba más estaba en el área de los rackets y de la policía.
Tenía un conocimiento general de cómo funcionaban los rackets pero nada que se comparase con los datos interpersonales detallados que tenía sobre la pandilla de esquina. A medida que estaba evolucionando mi libro, me pareció que ésta era la brecha que debía ser llenada, simplemente, aunque en ese tiempo no tenía idea de cómo obtendría la imagen íntima requerida.
Terminé de escribir los estudios de mis dos primeros casos y los remití en respaldo de mi solicitud de una renovación de la beca. Recibí la contestación varias semanas más tarde. La beca había sido renovada por un año, en vez de los tres que esperaba. Al principio estaba decepcionado amargamente. Como solo comenzaba a orientarme, no veía cómo sería posible concluir un estudio apropiado en los dieciocho meses que restaban entonces.
Ahora me inclino a pensar que esta reducción a un año fue una cosa muy buena para mí y para mi investigación. En cierto modo, el estudio de una comunidad o una organización no tiene un punto final lógico. Mientras más aprende uno, más ve que hay que aprender. Si hubiera tenido tres años en vez de uno, habría tardado más en completar mi estudio. Quizá hubiese sido un estudio mejor. Por otra parte, cuando supe que solo me quedaban dieciocho meses, tuve que detenerme a pensar mis proyectos de una manera 31 más meticulosa y seguir adelante con determinación mucho mayor con la investigación y la redacción de mi libro.
10. Otra vez la pandilla de la esquina
Los pasos más importantes que di para ampliar mi estudio de las pandillas de esquinas, surgieron del proyecto del centro recreativo de Doc, aunque al principio tenía en mente otros intereses. Todo empezó con uno de mis esfuerzos periódicos para conseguir un empleo para Doc. Cuando supe que la Casa de Cornerville había logrado finalmente obtener su partida para abrir centros recreativos en tiendas desocupadas, intenté convencer al señor Smith, el director, de que formara el personal con hombres locales que, como Doc, fueran líderes en sus grupos. Encontré que había planeado constituir el personal con trabajadores sociales entrenados en trabajo colectivo. Cuando comprendí que no tenía esperanzas de hacerlo elegir a tres hombres locales, traté cuando menos de hacerle aceptar a Doc. Pude ver que el señor Smith estaba tentado por la idea y al mismo tiempo temeroso. Cuando llevé a Doc a conocerlo, hallé que perdía terreno en lugar de ganarlo, pues como me dijo Doc después, había padecido un vértigo allí, en la oficina de la Casa de Servicios Sociales y no estuvo en condiciones de hacer un impresión personal favorable. Si Doc y yo habíamos deducido correctamente las causas originarias de sus mareos, entonces un trabajo seguro y el dinero que le permitiría reanudar su patrón acostumbrado de actividad social curaría estos síntomas neuróticos. Por otra parte, difícilmente podía explicarle esto al señor Smith. Temí que pareciera que nada más estaba tratando de hacer un favor a un amigo. Como último esfuerzo en esa dirección entregué al señor Smith una copia de mi estudio de los Nortons. . . y le pedí por favor que me guardara el secreto, ya que no estaba preparado para publicarlo.
Esto constituyó la diferencia. El señor Smith aceptó contratar a Doc.
Al ponerse en marcha las actividades preliminares para establecer el centro recreativo, comencé a preocuparme respecto a mis predicciones confiadas del éxito de Doc. En las reuniones iniciales para discutir los planes para los centros, Doc fue pasivo y aparentemente apático. Sin embargo, casi desde el momento en que se abrió el centro de Doc, fue aparente que iba ser un éxito.
En una de mis primeras visitas al centro de Doc me presentó a Sam Franco, quien iba a desempeñar en mi estudio un papel mucho más importante de lo que indican las breves menciones de él en el libro. Doc conoció a Sam la noche que se inauguró su centro. La pandilla de Sam estaba haraganeando cerca del centro, observando el lugar.
Sam entró como emisario del grupo, acto que lo identificó de inmediato con Doc como líder. Los dos hombres discutieron el centro brevemente y luego, Sam salió y trajo a su pandilla. Para la segunda noche del centro. Sam era el lugarteniente de Doc en su administración. Doc conocía a pocas personas en esa parte del distrito, pero Sam los conocía a todos.
Doc sabia que yo estaba tratando de ampliar mi estudio de las pandillas de las esquinas y sugirió que Sam podía ser el hombre que me ayudara. Sabía ya que Sam había estado coleccionando recortes periodísticos de actividades de Cornerville y algún material personal sobre su propio grupo.
Invité a Sam a que llevara su álbum de recortes a nuestro apartamento. Supe ahí que Sam principió a formar su álbum después de una experiencia en un Proyecto de la 32 Administración Nacional de la Juventud, donde estuvo trabajando para un hombre que estaba escribiendo un estudio de los problemas de la juventud en esta región. El álbum de recortes era variado por entero y sin dirección, pero tenia una parte que me interesó particularmente. Sam tenia una sección para su pandilla, con una página para cada miembro. En la parte superior de la página había un dibujo lineal (de memoria) del individuo y luego anotó características tales como edad, dirección, educación, trabajo y ambiciones. (Frente al encabezado “ambiciones”, de ordinario estaba escrita la palabra “ninguna”. ) Entonces, mi tarea fue persuadir a Sam de que aunque era magnífico mirarles como individuos, era aún mejor verlos en términos de sus relaciones unos con otros. Había principiado solamente mi explicación, cuando Sam comprendió y aceptó el punto con entusiasmo. Por supuesto, ésa era la clase de cosas que sabía; las tomaba por presupuestas de tal manera, que no pensó antes lo importantes que podían ser. Desde entonces Sam Franco fue mi ayudante. Incluso conseguí que Harvard le pagara cien dólares por sus servicios.
Comenzamos con un análisis de la pandilla de Sam, los Millers. También estudiamos a otros grupos que vinieron al centro recreativo de Doc. Aquí aprovechamos la gran ventaja de tener a dos observadores agudos, cotejando sus anotaciones sobre las mismas pandillas. Me alentó encontrar que estaban de completo acuerdo en relación con la estructura de la dirección de cada grupo... con una excepción. Esta excepción me confundió, hasta que la explicación se presentó por sí misma.
Había pasado parte de una tarde escuchando a Doc y a Sam discutiendo respecto al liderato de una pandilla. Doc afirmaba que el hombre era Carl; Sam argumentaba que era Tommy. Cada uno de ellos presentó en apoyo de su punto de vista, incidentes observados. A la mañana siguiente, Sam corrió a mi casa con este boletín: “¿Sabes lo que ocurrió anoche? Carl y Tommy casi se dieron lo suyo. Tuvieron una gran discusión y ahora el grupo está dividido en dos partes, con algunos de ellos del lado de Carl y el resto con Tommy”. Así que sus opiniones antagónicas resultaron ser una representación precisa de lo que sucedía en la pandilla.
Mientras trabajaba en estos estudios de pandillas, asumí que había concluido mi investigación concerniente a los Nortons. Sin embargo, me mantuve en contacto estrecho con Doc y únicamente por diversión, continué boleando con lo que quedaba de los Nortons, las noches de los sábados.
Con la atención dirigida a otra parte, no vi lo que estaba sucediendo entre los Nortons antes mis mismos ojos. Sabía que Long John no se encontraba boleando como lo hacía en años anteriores y también sabía que ya no era tan intimo de Doc, Danny y Mike como antes. Noté que cuando Long John estaba en la Calle Norton, los seguidores lo fastidiaban más agresivamente que como lo habían hecho nunca. Debí asumir que existía alguna conexión entre estos fenómenos y sin embargo no deduje mucho de la situación, hasta que vino Doc y me habló de las dificultades psicológicas.
Fue como si esta información disparase un bombillo de destello en mi cabeza.
Todas las piezas del rompecabezas cayeron de pronto en su sitio. La temporada anterior, yo había tropezado sobre la relación entre las posiciones en el grupo y el rendimiento en las mesas de bolos. Ahora vi la relación triple entre la posición en el grupo, la actuación y 33 la salud mental. Y no sólo para Long John. Los vértigos de Doc parecían tener precisamente la misma explicación.
Podríamos exponerlo así, de modo más general. El individuo se habitúa a determinado patrón de interacción. Si esta norma es sometida a un cambio drástico, entonces puede esperarse que el individuo experimente dificultades de salud mental. Esto es una declaración muy cruda. Se requeriría una investigación mucho más extensa, antes que pudiéramos determinar el grado de cambio necesario, las posibilidades de compensarlo con interacciones en otras áreas sociales y así sucesivamente. Pero aquí cuando menos había una manera de ligar las relaciones humanas y el ajuste patológico.
Aún más, había una oportunidad de experimentar en terapia. Si mi diagnóstico era correcto, entonces estaba clara la línea de tratamientos: restablecer algo como el cartabón preexistente de interacción de Long John y los síntomas neuróticos desaparecerían. Ésta fue la primera oportunidad verdadera de probar mis conclusiones sobre la estructura de la pandilla. La abracé con entusiasmo genuino.
Convencido como estaba del resultado que se produciría, debo confesar que me asombré bastante cuando bajo el programa terapéutico ejecutado hábilmente por Doc, Long John no sólo perdió sus síntomas neuróticos, sino terminó la temporada ganando el premio en efectivo en la competencia final de bolos. Por supuesto, no era necesaria esta victoria para establecer la solidez del diagnóstico. Habría sido suficiente con que Long John se hubiera vuelto a situar entre los mejores boleadores. Su premio de cinco dólares fue nada más una gratificación agradable para la teoría de la interacción.
11. Estudio del “racketeering”.
Conocí a Tony Cataldo, el prominente racketeer de Cornerville, casi por casualidad.
Una tarde fui al restaurante donde viví al principio en Cornerville. Ed Martini, el hermano mayor de Al, estaba ahí. Se encontraba refunfuñando por un par de entradas a un banquete que había tenido que comprar a un policía local. Dijo que su esposa no deseaba asistir a banquetes; tal vez me agradaría acompañarlo.
Pregunté cuál era el motivo. Me respondió que el banquete era en honor del hijo del teniente de la policía local. El joven había aprobado su examen de jurisprudencia y estaba comenzando su carrera legal. Lo pensé un momento. Era obvio por completo la clase de gente que estaría presente en el banquete: policías, políticos y racketeers, principalmente.
Decidí que ésa podría ser una oportunidad para mí.
En la sala del banquete, Ed y yo tomamos posiciones en el salón de descanso, fuera del gabinete para hombres. Encontramos allí a Tony Cataldo y a uno de sus empleados, Rico Deleo. Resultó que Ed Martini conocía a Tony ligeramente y que Rico vivía al otro lado de la calle de mi apartamento. Rico me preguntó qué estaba haciendo y le contesté algo concerniente a escribir un libro referente a Cornerville. Tony dijo que me vio tomando fotografías a las fiestas escenificadas en la Calle Shelby el verano anterior.
Esto resultó una asociación afortunada en su mente, ya que pude hablar libremente de lo que había estado intentando aprender de las fiestas... que en realidad nada más eran un interés menor en la investigación.
Los cuatro subimos juntos a la mesa del banquete, donde tuvimos que esperar nuestros platillos más de una hora. Comimos aceitunas y apio y coincidimos respecto al 34 pésimo servicio. Después de la cena, bajamos y boleamos juntos tres series. Para entonces, Tony se mostraba bastante amistoso y me invitó a pasar por su tienda cuando quisiera.
Hice varias visitas a la trastienda desde donde operaba Tony su negocio. Una semana después que nos conocimos, nos invitó a Kathleen y a mí a una cena en su casa.
Su esposa, una joven atractiva, nos dijo más tarde que había hablado de nosotros, diciendo que éramos un profesor de Harvard y una dibujante comercial. Estaba muy contrariada porque él solamente le avisó un día antes, cuando ella sentía que necesitaba cuando menos una semana para prepararse para personajes tan importantes. No obstante, los platillos fueron bastante bien sazonados y cada uno de ellos parecía un alimento completo. Después de la cena, Tony nos llevó en su coche a conocer a algunos de sus familiares en uno de los suburbios. Luego, fuimos a bolear juntos.
Cenamos dos veces en su casa y vinieron en dos ocasiones a nuestro apartamento. Cada vez, aparte de la charla superficial, el patrón de investigación fue similar. Hablamos un poco de las fiestas, de la vida en los clubes, de los paesani, del viejo país y de las cosas que asociaba Tony con mi estudio. Después lo llevé gradualmente a la discusión de sus negocios. La discusión pareció inclinarse con naturalidad en esa dirección. Fue como un amigo preguntando a un hombre de negocios legítimos respecto al progreso que estaba logrando y los problemas que confrontaba. Tony pareció contento de desahogarse .
Entonces me sentí feliz de mi futuro en el racketeering. Parecíamos estar entendiéndonos muy bien con los Cataldo y yo estaba preparado para seguir a Tony al nuevo terreno. No obstante, después de los primeros intercambios sociales, Tony pareció perder interés en nosotros.
Este enfriamiento súbito me confundió. No estoy seguro de conocer la explicación exacta, pero creo que hubo cuando menos dos razones importantes.
En primer lugar, Tony tropezó por ese tiempo con una crisis en los negocios. Unos hombres irrumpieron una tarde en su sala de apuestas a los caballos, la asaltaron y se llevaron todo el dinero de los clientes y de Tony. Para conservar las buenas relaciones con sus clientes, Tony tuvo que reembolsarlo por el robo, así que esa tarde fue doblemente costosa. También fue muy frustratoria, porque cuando los hombres estaban escapando, Tony pudo asomar por la ventana y verlos pasar corriendo abajo de él. Tenía en ellos un blanco fácil y sin embargo no pudo disparar, porque sabía que un tiroteo haría cesar el juego en Cornerville. Mientras estas cosas se hicieran discretamente, no era probable que aplicaran el “calor”.
Esto podría haber explicado una interrupción de nuestras relaciones sociales, pero no un cese completo de ellas. Me parece que el otro factor fue un problema de posición social y movilidad. Al principio, Tony había hablado de mí a su esposa (y tal vez también a sus amigos y familiares), presentándose como un profesor de Harvard. Los esposos Cataldo eran altamente conscientes de la posición. No permitían que su hijo jugara con la gentuza local. Explicaban que nada más vivían en el distrito porque era necesario por razones de negocios y que todavía esperaban mudarse. Cuando fuimos sus invitados, nos presentaron a sus amigos y familiares, quienes vivían en lugares más elegantes de la ciudad.
Por otra parte, cuando los Cataldo vinieron a cenar a nuestro apartamento, se encontraron con nosotros y nadie más. Además, Tony estaba viendo asociarme con gente de la Calle Shelby, que era claramente insignificante para él. Al principio había pensado que este contacto conmigo era importante; tal vez ahora lo consideraba de poca importancia.
Tuve noción de este riesgo, hasta cierto punto y pensé en la posibilidad de invitar a cenar a amigos de Harvard con los Cataldo. Había estado manteniendo separados ambos mundos. Un amigo de Harvard, un lógico simbólico, me pidió una vez que lo introdujera a un juego de dados. Me explicó que tenia un sistema matemático para ganar en los dados.
Le expliqué a mi vez que mis amigos jugadores de dados habían llegado a la misma conclusión matemática por medio de su sistema práctico y le supliqué que olvidara su aventura. En otra ocasión, la esposa de uno de mis asociados de Harvard estaba visitándonos, cuando llegó uno de los hombres locales. Notó su nuevo auditorio y principió a obsequiarle relatos de asesinatos famosos que habían tenido lugar en Cornerville en años recientes. Ella escuchó con ojos dilatados. Al final de una historia particularmente espeluznante, ella inquirió: “¿Quién lo mató? “ Nuestro amigo de Cornerville movió la cabeza y replicó: “¡Señora! ¡Señora! Aquí no se preguntan esas cosas” Ese incidente no nos perjudicó en lo más mínimo, pues el hombre nos conocía bastante bien para tomar todo como una broma. Sin embargo, yo estaba titubeante respecto a mezclar Harvard con Cornerville. No me preocupaba lo que le haría Cornerville a Harvard, pero me preocupaba que algún amigo de Harvard cometiera un error que dificultaran las cosas para mi, o actuara de modo que molestara a la gente. Mantuve separados los dos mundos por esa razón, pero eso significó que Tony no pudo mejorar su posición social asociándose con nosotros.
Cuando fue evidente que estaba en un callejón sin salida con Tony, busqué otras avenidas que me llevaran a un estudio del racketeering. Parecían abiertas dos posibilidades. Tony tenía un hermano mayor que trabajaba para él. Razoné que ya que los dos hombres eran hermanos y trabajaban estrechamente unidos. Henry sabría casi tanto como Tony respecto a sucesos del racket. Ya había visto algo a Henry y me dediqué a estrechar más nuestras relaciones. Esto funcionó tersamente con visitas mutuas, lo mismo que conversaciones en la trastienda. (Esto indica que Tony no se alejó de nosotros por sospechas, pues en ese caso se hubiera asegurado de que no continuáramos la amistad con su hermano.) Esto condujo a mucha discusión de la organización del racket de Tony, que fue excesivamente valiosa para mí. Sin embargo, tuve la sensación intranquila de que no estaba consiguiendo lo que necesitaba. Todavía no me encontraba dispuesto a renunciar a la posibilidad de acercarme a Tony y observarlo en acción. Entendí que era miembro del Club Atlético y Social de Cornerville, que estaba situado frente a nuestro apartamento.
Entonces ingresé en el club para renovar mi investigación de Tony Cataldo.
Los frutos de mi decisión me decepcionaron al principio. Aunque era miembro oficialmente, Tony raras ocasiones estaba en el local. En pocas semanas fue evidente que no iba a estrechar mis relaciones con él en esa área. ¿Entonces qué? Consideré abandonar el club. Tal vez lo habría hecho, si hubiera entonces otros caminos de investigación demandando mi atención. Como había planeado concentrarme en el papel del racketeer y no tenía en ese tiempo otros proyectos, pretexté que debía continuar en el 36 club. En ese tiempo no anoté los motivos de mi decisión. Quizá una corazonada de que ocurrirían cosas interesantes ahí. O tal vez fui sencillamente afortunado.
Cuando menos reconocí que el club presentaba algunos nuevos aspectos en investigación. Era mucho más grande que cualquier pandilla de esquina que hubiera estudiado. Allí había una oportunidad para llevar más adelante los métodos de observación que utilicé con los Nortons.
Cuando escribí mi primer bosquejo de esta exposición, describí cómo desarrollé estos métodos hasta el grado de que tenía un conocimiento sistemático de la estructura del club antes de la crisis electoral. En otras palabras, cuando entró Tony y trató de manipular el club, yo tenía ya una imagen completa de la estructura que estaba intentando manejar. Debo admitir ahora, siguiendo una revisión de mis notas, que ésta es una falsificación retrospectiva. Lo que escribí primero fue lo que debía haber hecho. En realidad, principié mis observaciones sistemáticas del club varias semanas antes de la elección. Cuando llegó la crisis, tenía solamente una imagen impresionista de la estructura del grupo. Las notas que tenía entonces no justificaban ningunas conclusiones sistemáticas.
Hubo dos factores que me impulsaron hacia esfuerzos más sistemáticos de tabular la estructura de la organización. En primer lugar, cuando empecé a frecuentar el club, también comencé a buscar al líder. Por supuesto, no lo hallé. Si Tony no asistía con frecuencia, entonces alguien debía hacerse cargo en su ausencia. El club tenía un presidente, pero era nada más un tipo amable e indeciso, quien era obvio que no equivalía a mucho. Por supuesto, no encontré al líder, porque el club constaba de dos facciones con dos jefes y para hacer las cosas más confusas para mí, Carlo Tedesco, el caudillo de una facción, ni siquiera era miembro del club cuando inicié mis observaciones. Como estaba confundido por completo en esos esfuerzos crudos para hacer un cuadro de la estructura, se siguió que debía arribar a los datos más sistemáticamente.
Luego, la crisis política subrayo la necesidad de avanzar con tales observaciones.
Tenia que aprender más respecto a la estructura que estaba tratando de manipular Tony.
Tenía aquí una tarea más complicada que ninguna de la que me hubiera enfrentado antes. El club contaba con cincuenta miembros. Sólo alrededor de treinta eran asistentes asiduos, afortunadamente, pero aun ese número representaba un problema formidable.
Sentí que tendría que desarrollar procedimientos más formales y sistemáticos que los que había empleado cuando rondaba en la esquina con un grupo mucho menor de hombres. Comencé con un mapa de posiciones. Asumí que los hombres que se asociaban serían también los que se alineaban del mismo lado cuando iban a tomarse decisiones y me dediqué a hacer un registro de los agrupamientos que observaba cada noche en el club. Hasta cierto grado, podía hacer esto desde la ventana de nuestro apartamento. Nada más ajustaba la persiana veneciana en forma que quedara oculto a la vista y podía mirar al club en la tienda desocupada. Sin embargo, infortunadamente, nuestro apartamento estaba en un tercer piso y el ángulo visual era tal que no podía ver más allá de la mitad del local del club. Para captar el cuadro completo, debía atravesar la calle y reunirme con ellos.
Cuando las actividades de la noche estaban en su apogeo, miraba en torno mío para ver cuáles individuos se encontraban conversando, jugando a las cartas o interactuando en otra forma. Contaba el número de hombres en la sala, para saber de 37 cuántos debía dar cuenta. Como estaba familiarizado con los objetos físicos principales del club, no era difícil conseguir una imagen mental de los hombres en relación con las mesas, silla, divanes, radio y así sucesivamente. Cuando salían individuos o cuando había alguna interacción entre estos agrupamientos, buscaban retener eso en la mente. En una noche podía haber un reacomodamiento general de posiciones, tal vez no podría recordar cada movimiento pero trataba de observar con cuáles miembros comenzaban los movimientos.
Y cuando se desarrollaba otra disposición especial, repetía el mismo proceso mental que había efectuado con la primera.
Lograba tomar algunas notas en viajes al retrete, pero la mayor parte de la tabulación se hizo de memoria, después que había regresado a casa. Al principio iba a casa una o dos veces durante la noche para hacer los cuadros, pero con la práctica llegué a poder retener en la memoria cuando menos dos arreglos de posiciones y podía tomar todas mis notas al final de la noche.
Hallé este sistema productivo en extremo, que me compensaba bien por las rutinas tediosas de las tabulaciones interminables. Al acumular estos mapas, fue evidente cuáles eran los agrupamientos sociales mayores y qué personas fluctuaban entre las dos facciones del club. Al surgir discusiones dentro del club, podía pronosticar qué postura tomaría cada quién.
Registré en el curso de mis observaciones 106 agrupamientos. Al inspeccionar los datos, dividí el club tentativamente en las dos facciones que pensaba que estaba observando. Luego, cuando reexaminé los datos, encontré que sólo cuarenta, o el 37.7% de los agrupamientos observados miembros de ambas facciones. Descubrí después que únicamente 10 de estos 40 agrupamientos contenían a dos o más miembros de cada facción. Los otros 30 eran casos en que un solo individuo de la otra facción se unía al juego de cartas o a la conversación. Entonces dividí los agrupamientos en dos columnas, poniendo en una de ellas a los que estaban predominantemente en una facción y en la otra columna a los que formaban parte de modo predominante de la restante. Luego subrayé en rojo los nombres que no “pertenecían” a la columna donde los hallé. De un total de 462 nombres, 75, o más o menos un 16% estaban subrayados en rojo. Por supuesto, no esperaríamos una separación estricta de dos grupos en ningún club, pero las cifras, crudas como eran, parecieron demostrar que las dos facciones eran entidades verdaderas que serían importantes para entender cualesquier decisiones tomadas por el club.
Esta observación de agrupamientos no señalo por si misma a las personas influyentes en el club. Para este propósito traté de poner atención particular a sucesos en los que un individuo originaba actividad para uno a más otros... donde una proposición, sugerencia o petición era seguida por una respuesta positiva. Por un periodo de seis meses, tabulé en mis notas todo incidente observado donde A había originado actividad para B. El resultado de esto para los acontecimientos pares (incidentes que involucran nada más a dos personas) fue negativo por completo. Aunque puedo haber tenido la impresión de que en la relación entre A y B, el segundo era en forma definitiva el individuo subordinado, la tabulación podría demostrar que B originó para A aproximadamente tanto como A para B. Sin embargo, cuando tabulé los sucesos en serie (los que implican a tres o más personas), apareció con claridad la estructura jerárquica de la organización.
Mientras procedía esta fase de la investigación, vi de manera más clara como relacionar la gran organización del racket y la pandilla de esquina o club. De hecho, el estudio del papel de Tony Cataldo en este ambiente proporcionó el eslabón necesario y 38 los métodos de observación aquí descritos dieron los datos para el análisis de este eslabonamiento.
Mientras estaba elaborando estos sistemas de investigación, cometí una grave equivocación. Ocurrió durante la crisis política. Tony había estado intentando convencer al club para que invitara a su candidato d hablarnos, aunque casi todos los miembros estaban dispuestos a apoyar a Fiumara. En este punto crucial, participé activamente, diciendo que aunque todos estabamos en favor de Fiumara, pensaba que era buena idea escuchar lo que podían decir los otros políticos. La votación se hizo poco después de que hablé y fue en favor de Tony contra Carlo. Eso condujo a la reunión en favor de Mike Kelly en nuestro club y a la disensión más seria dentro del mismo.
Violé aquí una regla cardinal de la observación participante. Busqué influir activamente en los acontecimientos. En una competencia reñida y confusa como ésta, es muy probable que mi respaldo a la posición de Tony fuera un factor decisivo. ¿Por qué intervine así? En ese tiempo todavía estaba esperando reanudar relaciones estrechas con Tony Cataldo y quise hacer algo favorable en ese sentido. Así que intenté hacer lo imposible: adoptar una postura que no antagonizara con Carlo y sus muchachos, pero que fuera apreciada por Tony. Fue un intento necio y extraviado. Sí antagonicé con Carlo y sólo me perdonó por la suposición de que ignoraba la situación en que estaba actuando. Acepté esta excusa, siendo preferible la ignorancia a la traición.
Mi esfuerzo para obtener el favor de Tony fue irónicamente un fracaso. Antes de la crisis política, casi no conocía a Carlo y no había reconocido su posición de liderato en el club. Cuando Carlo se opuso a él de modo tan vigoroso y eficaz, Tony reconoció de inmediato la posición de Carlo y se esforzó para establecer relaciones más estrechas con él. Como me había puesto de su lado en la crisis, Tony no necesitó hacer esfuerzos para establecer relaciones más estrechas conmigo.
No tenía que hablar en esa situación. Si hubiera hablado contra Tony, parece probable que esto hubiera hecho más para restablecer nuestras relaciones más estrechas de lo que hice en realidad.
Al pensar más tarde en este suceso, llegué a la conclusión de que mi actitud no sólo fue imprudente, desde un punto de vista práctico de la investigación; también fue una violación de la ética profesional. No es justo para la gente que acepta al observador participante, que éste busque manejarlos con posible desventaja para ellos, a fin de buscar simplemente fortalecer su posición social en un área de participación. Todavía más, aunque el investigador puede empeñarse de manera consciente y explícita en influir en la acción con el conocimiento completo de la gente con quien está participando, es en verdad un procedimiento altamente discutible que el investigador establezca su posición social sobre la suposición de que no está tratando de llevar a nadie a ninguna parte y que luego ejerza de pronto todo su peso sobre un lado, en una situación de conflicto.
12. Marcha sobre el ayuntamiento.
Supongo que nadie va a vivir en un distrito de barrios bajos durante tres años y medio, a menos que esté interesado en los problemas a los que se encara allí la gente. En ese caso es difícil permanecer nada más como un observador pasivo. Cedí en una ocasión 39 al apremio de hacer algo. Intento decirme que sólo estaba probando algunas de las cosas que había aprendido, concernientes a la estructura de las pandillas de las esquinas, pero sabía que éste no era en realidad el propósito auténtico.
En todo mi tiempo en Cornerville, había escuchado una y otra vez cómo era olvidado el distrito por los políticos, que nunca se hacían mejoramientos, que los políticos únicamente intentaban aprovecharse ellos y sus amigos. Oí mucho referente a las recolecciones esporádicas de basura, pero tal vez la queja más amarga se relacionaba con los baños públicos, donde en el verano de 1939, igual que en varios veranos anteriores, no había disponible agua caliente. En un distrito donde nada más el 12% de los apartamentos tenían bañeras, esto era cuestión de grave importancia.
La gente se quejaba unos con otros respecto a estos problemas, pero al parecer no los ayudaba tratar de resolverlo a través de los políticos locales, quienes estaban interesados primordialmente en hacer favores a amigos, actuales o potenciales. Si no se podía hacer por medio de los políticos locales, por qué no acudir al alcalde... y sobre una base en masas? si como asumí, los líderes de pandillas de esquinas podían movilizar a sus grupos para la acción en diferentes direcciones, entonces sería posible organizar una gran manifestación, trabajando con un pequeño número de individuos.
Lo discutí con Sam Franco, quien se entusiasmó y se dispuso a trabajar inmediatamente. Me propuso el apoyo de su sección de Cornerville. Recurrí a Doc para el área de la calle Norton. Elegí a uno de los líderes locales para el área en torno al cuartel general de George Ravello. Pude cubrir con mis nuevos conocidos de la Calle Shellbyn esa sección del distrito de Cornerville.
Luego principió la tarea complicada de organizar a los varios grupos, unirlos y prepararlos para marchar al mismo tiempo. Y quien iba a encabezar esta manifestación? Como yo era el eslabón de enlace entre la mayoría de estos jefes de pandillas de esquinas y quien había empezado la actividad organizadora, era el hombre lógico para hacerme cargo. Pero entonces no estaba preparado para apartarme tanto de mi papel de observador. Convine con los otros que serviría en el comité organizador, pero tendríamos otro director. Propuse a Doc y todos los otros estuvieron de acuerdo. Pero cuando hablé con Doc, hallé que aunque nos acompañaría con gusto, no se encontraba dispuesto a aceptar la responsabilidad de la dirección. Sugerí entonces a Mike Giovanni y él también fue aceptado por el pequeño grupo con quien estaba trabajando para preparar la demostración. Mike dijo que conduciría una reunión pública en Cornerville para concentrar a la gente para la marcha, pero pensaba que el jefe a partir de ese punto debía ser elegido por los representantes de las diferentes esquinas que estaban reunidas allí. Estuvimos de acuerdo en que así fuera.
Pero después tuvimos un mal entendimiento referente a la composición de la reunión pública. Sam Franco llevó solamente a varios representantes de su parte del distrito, en tanto que una gran parte de la sección de la Calle Shelby desfiló en masa a la reunión. Por lo tanto, cuando hubo nominaciones para director, un hombre de la Calle Shelby, quien no había participado previamente en el planteamiento, fue nominado y elegido. Los amigos de Sam Franco se sintieron muy molestos por esto, pues pensaron que pudieron haber elegido a uno de sus candidatos, si simplemente hubieran llevado a sus muchachos. Además, Sam y varios de los otros hombres sospechaban de los motivos de nuestro director. Estaban convencidos de que intentaría utilizar la manifestación para su ventaja personal y tuve que conceder que había una buena posibilidad de esto. A partir 40 de entonces, parte de los esfuerzos de nuestro comité se dirigieron a rodear al director, para que no tuviera oportunidad de salirse por su propia tangente.
En esa asamblea electoral fuimos descarriados por nuestro propio concepto de los procesos democráticos. Tiene sentido elegir a un director sólo a partir de un grupo o electorado constituidos regularmente. En este caso la elección resultó en una forma bastante fortuita, por el exceso de representación de la Calle Shelby.
Después tuvimos dificultades respecto a la fecha en que íbamos a desfilar. Se había establecido alrededor de una semana después de la reunión electoral, pero luego, los hombres de la Calle Shelby me decían que estaban muy excitados y deseaban marchar mucho antes. Consulté a Sam Franco y a algunos otros miembros del comité, pero no pude reunirlos a todos. Les informé que tal vez tendríamos que adelantar el desfile un par de días. Entonces programamos una reunión del comité completo para la noche anterior a la marcha. Cuando comenzó a reunirse el comité, fue evidente que algunos de ellos estaban molestos por haber sido pasados por alto y comprendí que había cometido una grave equivocación. En este punto llegó afortunadamente uno de los políticos locales, e intentó argumentar contra la demostración. Esto fue un gran aliento moral. En lugar de discutir unos con otros respecto a cómo manejamos el plan, dirigimos todas nuestras agresiones contra el político.
Nos reunimos a la mañana siguiente en el terreno de juegos, ante los baños públicos. El día anterior habíamos distribuido volantes impresos en mimeógrafo entre los vecinos y los diarios fueron notificados. Teníamos nuestro comité dispuesto para encabezar el desfile y el terreno de juegos bastante lleno. Algunos de la generación mayor estaban allí, bordeando el campo de juegos. Supuse que marcharían con nosotros, pero fue bastante significativo que no lo hicieran. Debimos entender que si queríamos atraer a la generación mayor, también teníamos que trabajar a través de sus líderes. Al principio la manifestación, jóvenes de todo el distrito se unieron a nosotros, llevando sus propios cartelones hechos en casa. Así que nos encaminamos hacia la casa del ayuntamiento, atravesando por el centro del distrito comercial. Tuvimos la satisfacción de detener el tránsito a lo largo de todo el trayecto, pero no fue por mucho tiempo, ya que el desfile fue demasiado rápido. Cometimos el error de poner al frente a todos nuestros comités y pareció que tras de nosotros, todos trataban de pasar al frente, así que los jefes casi fuimos arrollados. Y algunas de las mujeres que empujaban carritos con infantes no podían mantenerse a nuestro paso.
No tuvimos oposición de la policía al reunirnos en el patio, abajo de la casa del ayuntamiento, pues sólo estaban interesados en que la manifestación fuera ordenada.
Luego, los diez miembros del comité subimos a ver al alcalde, mientras el resto de los manifestantes cantaban “Dios Bendiga América” y otras canciones, acompañados por una banda improvisada. Habíamos sabido que el alcalde no estaba en la ciudad, pero nuestra demostración no podía esperar, así que hablamos con el alcalde interino en funciones.
Anotó nuestros nombres e hizo una lista de nuestras quejas, tratándonos seria y respetuosamente. Cuando los miembros de nuestro comité principiaron a hablar, oí que Sam decía detrás de mi en voz baja: “Lárgate de aquí, racketeer barato”. Me volví para ver al político local Angelo Fiumara abriéndose paso. Fiumara se mantuvo en su terreno y habló a la primera oportunidad: “Como ciudadano particular, quiero sumar mi voz a la protesta...” Sam lo interrumpió, levantando la voz para decir: “él no tiene nada que hacer con nosotros. Está tratando solamente de colarse”. Mike Giovanni reiteró las palabras de Sam y el alcalde en funciones decidió que no escucharía a Fiumara en esa ocasión.
41 Mientras estaban hablando, distribuí declaraciones preparadas a los periodistas. Al final de nuestra sesión, el alcalde en funciones prometió que serian consideradas todas nuestras protestas seriamente y que se tomaría cualquier acción posible.
Después marchamos al campo de juegos de los baños públicos, donde informamos a nuestros seguidores de lo que había ocurrido en la oficina del alcalde. Allí intentó otra vez Angelo Fiumara hablar a la multitud y lo echamos. Al día siguiente, los diarios publicaron grandes noticias de nuestra manifestación, con fotografías. Se nos acreditaron en los diferentes periódicos de trescientos a mil quinientos manifestantes. Los compañeros aceptaron gustosamente la cifra de mil quinientos, pero sospecho que trescientos estaba más cerca de la verdad. Al día siguiente de la demostración, había ingenieros examinando las calderas de los baños públicos y teníamos agua caliente en menos de una semana.
También parecieron incrementarse la limpieza de las calles y la recolección de basura, cuando menos por un corto tiempo. A pesar de todas las equivocaciones cometidas, fue evidente que la manifestación había tenido éxito. Pero entonces, el problema fue: ¿Qué hacemos ahora? formamos una organización y escenificamos una demostración.
Debíamos conservar a Cornerville trabajando unida en alguna forma.
Fracasamos completamente en este esfuerzo. Varias asambleas del comité se disolvieron sin ningún acuerdo de acción concertada. Creo que aquí hubo varias dificultades. En primer lugar, los miembros del comité no estaban acostumbrados a reunirse o trabajar juntos personalmente. No había nada que los uniera, excepto los asuntos formales de la asamblea. Sus lazos estaban en las diferentes esquinas de las calles. En segundo lugar, comenzamos con una actuación tan sensacional, que cualquier otra cosa sería un anticlimax. Parecía difícil hacer acopio de entusiasmo para cualquier actividad que sería empequeñecida por nuestra marcha de protesta.
Llegué a comprender que cualquier organización general de las esquinas tendría que ser organizada en torno a una actividad continuada. La liga de softbol se formó a la primavera siguiente y satisfizo esta necesidad, hasta cierto punto. De hecho, trabajé con los mismos hombres para establecer la liga, de modo que, en un sentido la marcha sobre la casa del ayuntamiento tuvo consecuencias continuadas, aunque inferiores a nuestras esperanzas cariñosas.
13. Adiós a Cornerville
Pasé la mayoría de mi tiempo durante la primavera y el verano de 1940 escribiendo el primer boceto de La sociedad de las Esquinas. Ya tenia los estudios de los Nortons y del Club de la Comunidad Italiana. Los continué en tres manuscritos que llamé entonces “La política y estructura social”. “El racketeer en el club A. y S de Cornerville” y “ La estructura social del racketeering”.
Mientras escribía, mostré a Doc las varias partes y las estudié con él en detalle. Sus criticas fueron inapreciables en mi revisión. A veces, cuando estaba tratando respecto a él y a su pandilla, sonreía y decía: “Esto me avergonzará, pero si fue así, adelante”.
Cuando abandoné Cornerville, a mitad del verano de 1940, el Club A. y S de Cornerville me ofreció una fiesta de despedida con cerveza. Cantamos tres veces “Dios bendiga a América” y seis veces “La polka del barril de cerveza”. Me he mudado muchas ocasiones en mi vida y no obstante, jamás sentí tanta nostalgia de que estaba 42 abandonando mi casa. Lo único que faltó fue una despedida de los Nortons y eso era imposible, pues los Nortons ya no existían para entonces.
14. Retorno a Cornerville
En comparación con el antropólogo que estudia a una tribu primitiva en una parte remota del mundo, el estudiante de una comunidad estadounidense moderna se encara a problemas claramente distintos. En primer lugar, está tratando con gente que sabe leer. Es seguro que algunas de estas personas y tal vez muchas de ellas, leerán su informe de investigación. Si disfraza el nombre del distrito, como lo hice, muchos extraños no descubrirán aparentemente dónde se efectuó en realidad el estudio. Todavía me sorprende encontrar gente que sitúa Cornerville a algunos cientos de kilómetros del lugar en que está. Por supuesto, los habitantes del distrito saben que se trata de ellos y ni siquiera el cambio de nombres disfraza a los individuos para ellos. Recuerdan al investigador, conocen a las personas con quienes se asoció y saben bastante respecto a los diferentes grupos para situar a los individuos con poca posibilidad de error.
En esas situaciones, el investigador carga una gran responsabilidad. Le agradaría que el libro sirviera de alguna ayuda para el distrito; cuando menos desea dar pasos para minimizar las probabilidades de hacer algún daño, reconociendo completamente la posibilidad de que ciertos individuos pueden sufrir por la publicación.
No puedo escribir una secuela titulada “Cornerville en transición”, pues mis nuevas visitas al distrito han sido infrecuentes y de escasa duración. Sin embargo, puedo proporcionar un poco de información concerniente a lo que ha ocurrido a algunos de los personajes principales del libro en los años transcurridos y qué efecto ha tenido el libro sobre ellos y el distrito, si tuvo alguno.
Doc tardó mucho tiempo para encontrar un lugar seguro en la escalera económica.
No tuvo empleo fijo hasta que la bonanza de la guerra estuvo muy adelantada. Al fin se afirmó y estaba pasándola muy bien, hasta que vino el reajuste de la posguerra. Entonces la gente fue despedida de acuerdo con su antigüedad y Doc quedó una vez más sin colocación.
Al fin consiguió un trabajo en una planta de electrónica. En ocasión de mi última visita (diciembre de 1953) hallé que había ascendido trabajando hasta el puesto de ayudante de supervisor en el departamento de planeamiento de producción en la fábrica.
Ese departamento es el centro nervioso de la planta, pues maneja la programación de las órdenes a través de todos los departamentos de la fábrica.
Doc ha obtenido cierto éxito al lograr ese puesto, pero tiende a minimizar sus realizaciones. Explica: “Por la parte técnica, apesto. El único sitio donde brillo realmente, es donde tengo que ir y convencer al sobrestante de que realicé una nueva orden antes de la que estaba proyectando realizar”. Así que Doc está aplicando en su nuevo mundo de la planta parte de la habilidad social que exhibió en Cornerville. No obstante, está trabajando en una industria de desarrollo técnico muy avanzado, así que su falta de conocimientos en este campo pondrá probablemente un límite a su progreso.
Doc se casó poco después que obtuvo su primer empleo de planta en la Segunda Guerra Mundial. Su esposa era una muchacha atractiva de Cornerville, una persona muy inteligente y capaz que había puesto su propia pequeña tienda de ropa y regalos.
43 Hice una visita a Doc alrededor de cinco años después de que fue publicado el libro. La reacción de Doc pareció entonces una combinación de orgullo y perturbación.
Interrogué a Doc respecto a las reacciones de su pandillas. Dijo que pareció que a Mike (a quien le había remitido un ejemplar) le gustó el libro. El único comentario de Danny fue: “Jesús, eres un tipo verdaderamente endiablado. Si yo fuera una hembra me casaría contigo”. ¿Los otros miembros del grupo? Hasta donde lo supo Doc, jamás lo leyeron. Se había tratado el tema, si. Una noche, uno de los muchachos dijo a Doc en la esquina: “Oye, supe que ya salió el libro de Bill Whyte. Quizá debíamos ir a la biblioteca y leerlo”.
Doc los desanimó: “No, no les interesaría, nada más es un montón de palabras difíciles.
Eso es para los profesores”.
En otra ocasión, Doc estaba hablando con el director del semanario en inglés que se ocupaba de la colonia italiana. El director estaba pensando en publicar un articulo concerniente al libro. Doc lo desalentó y no apareció ese articulo.
Asumo que en su forma discreta, Doc hizo todo lo que pudo para desanimar la lectura local del libro, por las molestias que pudiera causar a un número de individuos, incluyéndose él mismo. Por ejemplo, difícilmente podría ser lectura agradable para los miembros de baja categoría de los Nortons, ver lo bajo que se clasificaban y la clase de dificultades en que se metieron. Por lo tanto, comprendo a la perfección los esfuerzos de Doc para limitar la circulación del libro.
Mike Giovanni se mudó de Cornerville para convertirse en líder de sindicato.
Comenzó con un empleo en una industria de guerra que se estaba extendiendo con rapidez. Tan pronto como Mike había sido contratado, empezó a tratar de organizar un sindicato. Fue despedido poco después de esto. Llevó su caso a la agencia adecuada del gobierno, declarando que había sido despedido por actividades sindicales. Se ordenó a la compañía que Mike fuera reinstalado en su puesto. Me escribió que cuando reapareció en el trabajo, la situación pareció cambiar súbita y dramáticamente. Los otros trabajadores creían que lo habían visto por última vez. Al demostrarles lo que podía hacerse, principiaron a inscribirse. Mike permaneció durante algunos meses a la entrada de la planta media hora antes que llegara el turno y media hora después de la salida, distribuyendo tarjetas de adhesión. Y él obtuvo personalmente mil quinientas firmas.
Cuando el sindicato fue reconocido, Mike se convirtió en su vicepresidente. También escribió una columna semanaria en el periódico del sindicato, bajo el encabezado de “Sr.
CIO”. La columna estaba escrita en un estilo pintoresco y debió atraer mucha atención local.
Mike fue candidato a presidente en la siguiente elección del sindicato. Me escribió que su opositor era un hombre que tuvo muy poca intervención en la organización del sindicato. Pero un tipo popular... y era irlandés. Mike perdió. Poco después, la compañía principió un reajuste en gran escala, después del fin de la guerra. Sin un cargo en el sindicato, la antigüedad de Mike no lo protegió y perdió el trabajo.
Todo lo que sé respecto a Danny es que se casó finalmente con la muchacha piadosa que siempre lo había amado, a pesar del juego y de otras actividades. Según la última noticia, seguía trabajando en el salón de apuestas a los caballos que tenia Spongi.
George y Carrie Ravello han estado fuera de la política durante mucho tiempo, pero George tiene una elegante agencia nueva de pompas fúnebres.
44 ¿Qué sucedió con Chick Morelli? Estaba particularmente ansioso por contestar a esa pregunta y no obstante, vacilé en ir a buscar la respuesta. Debatí el problema conmigo mismo. Decidí por último que Chick podía ser el individuo a quien lastimé. Debía investigar qué le había hecho el libro.
Llamé a Chick por teléfono para preguntarle si podía verlo. Al principio no recordó mi nombre, pero luego contestó con bastante cordialidad. Aún estaba preguntándome qué sucedería cuando nos sentáramos a hablar.
Hallé que se había mudado de Cornerville pero bastante paradójicamente, todavía vivía en el mismo distrito dentro de la ciudad. Doc, el antiguo muchacho de esquina se mudó a los suburbios y Chick, el hombre que estaba ascendiendo había permanecido en el centro de la ciudad.
Chick me presento a su esposa, una muchacha atractiva y agradable, que ni provenía de Cornerville ni era de ascendencia italiana. Nos sentamos en la sala de un apartamento y que con sus muebles, libros, cortinas y el resto, parecía claramente de clase media. Abordamos durante algunos minutos el tema que sabíamos todos que íbamos a discutir. Después pedí a Chick que me dijera francamente cuáles fueron sus reacciones a mi libro.
Chick comenzó por decir que en lo concerniente a él había nada más dos críticas principales. En primer lugar, dijo que no creía que hubiera distinguido suficientemente entre su forma de hablar y la de los muchachos de esquina. “Me hiciste hablar con demasiada rudeza, como un pandillero”.
Expresé mi sorpresa ante esto y entonces su esposa intervino con el comentario de que creía que hice que Chick pareciera afectado. Chick convino en que también él tuvo esa impresión. Su esposa bajó el libro del entrepaño y releyó la parte en que cito a Doc, en la ocasión de una reunión política en que Chick sube al escenario y baja de él siete veces, para tomar los boletos que va a vender para el candidato. Ambos rieron de esto y Chick observó que ya nunca haría una cosa así. Ella dijo que Chick le había informado antes que se casaran que en una ocasión se escribió un libro referente a él. Pero agregó que no le dio a leer el libro hasta después de que se habían casado.
Chick rió de esto y luego pasó a su segunda crítica: “Bill, todo lo que escribiste concerniente a lo que hacíamos es cierto, sí, pero debiste indicar que entonces éramos jóvenes. Que era una etapa a través de la cual estábamos pasando. He cambiado mucho desde entonces”.
Expresó preocupación por las reacciones de otras personas hacia mi libro. “Tú sabes, después que el libro estuvo en venta un tiempo, tropecé con Doc y en realidad estaba contrariado. Me dijo:’ ¡Puedes imaginar eso! Después de todo lo que hice por Bill Whyte, las cosas que puso en su libro respecto a mí. Tú sabes, eso referente a cuando dije que pasarías sobre el cuello de tu mejor amigo sólo por progresar. Bueno, quizá lo dije, pero no lo pensé en realidad. Nada más estaba furioso’.’ Chick pareció realmente preocupado respecto a lo que había hecho el libro a mis relaciones con Doc. No le informé que Doc leyó todas las páginas del original, ni le expliqué mi interpretación, de que Doc sólo estaba reparando sus cercas, después que fueron exhibidas algunas de estas reacciones intimas.
45 Chick me aseguró que no era el tipo duro que parecía presentar el libro. “En realidad soy blando”. Y me citó casos en que ayudó a amigos sin ninguna ventaja para él.
Cuando estaba preparándome para partir, pregunté a Chick si tenia que decir algo más respecto al libro.
“Bueno, me pregunto si no podrías haber sido más constructivo, Bill. ¿Piensas que hace realmente algún bien publicar algo así? “ Inquirí qué quería decir. Entonces mencionó mi indicación de que tenía dificultad con el sonido th (como me dijo él mismo). También había discutido la conmoción que provocaban los miembros algunas veces en los teatros, el hecho de que algunas ocasiones iban a bailes sin corbata y así sucesivamente... todos lo puntos que hacen que Cornerville parezca un distrito bastante inculto. (No puedo situar en el libro ninguna referencia a conmociones en los teatros o a hombres sin corbata en los bailes.) “La dificultad es que sorprendiste a las personas con el pelo suelto, Bill. Es una imagen verdadera, sí; pero la gente piensa que es un poco demasiado personal”.
Mientras me acompañaba a la estación del subterráneo, principiamos a hablar de su carrera política. Me había asombrado mucho saber que no fue electo para la junta de Concejales por tres votos escasos. El Chick Morelli a quien conocí jamás podría haber llegado tan cerca. Sin expresar mi sorpresa, intenté hacerlo hablar respecto a eso: “Tú sabes, Bill, lo extraño es que no obtuve muchos votos de Cornerville. Parece que la gente con quien creció uno está celosa de que alguien esté progresando. Donde recibí apoyo fue aquí, donde vivo ahora. Conozco a estos muchachos de la esquina y me entiendo realmente con ellos”.
Como para demostrármelo, saludó con movimientos de cabeza y ademanes cordiales al pasar a varios grupos de esquina. En una visita posterior a Cornerville, supe que Chick Morelli al fin había sido elegido para un cargo público.
Chick me dejó con mucho qué pensar. En primer lugar, es difícil describir la sensación de alivio que experimenté después de verlo. Aunque debí herirlo cuando leyó el libro, pudo aceptarlo y ahora incluso podía reír de sí mismo en ese periodo anterior.
Mientras discutía después estas cosas con Doc, comencé a preguntarme si el libro tal vez incluso podría haber ayudado a Chick. Fue Doc quien presentó esta teoría. Argumentó que no muchas personas tienen la oportunidad de verse como las ve otra gente. Quizá la lectura del libro permitió a Chick obtener una perspectiva valiosa de sí mismo e incluso cambiar su comportamiento. Chick había cambiado mucho, ciertamente, argumentó Doc.
Todavía estaba trabajando mucho para progresar, pero ya no parecía el individuo egocéntrico, insensible, que parecía ser antes. Chick tuvo que cambiar, ciertamente, para tener esperanzas de progresar en la política demócrata... y en alguna forma, por causas que no puedo explicar ahora, Chick había decidido que su futuro estaba con los demócratas en lugar de con los republicanos, en cuya dirección parecía estar moviéndose cuando abandoné Cornerville. Así que cuando menos, el libro no lastimó a Chick y parecía posible que lo hubiera ayudado.
También me complació hallar que Chick aceptaba el libro básicamente. Por supuesto, esto me satisfizo como escritor, pero también habló bien de Chiek. Sospecho 46 que el hombre que puede aceptar un retrato tal de sí mismo, es también el hombre capaz de cambiar el comportamiento descrito.
Las objeciones de Chick al libro me parecieron bastante interesantes en cuanto al modo en que lo había citado, me sentí sobre terreno muy firme. Hablaba de manera distinta los muchachos de la esquina, pero no tan diferente a como pensaba. Si una cita de él contenía una expresión no gramatical o alguna frase típica de muchacho de la esquina, estoy razonablemente seguro de que esa parte es auténtica. Fui tan sensible a las diferencias entre Chick y los muchachos de esquina, que hubiera sido improbable imaginar cualesquier expresiones que los hicieran parecer más similares. La crítica pareció decir más respecto a la posición y las aspiraciones de Chick que a mis métodos de investigación.
Quizá debí señalar en verdad que Chick y sus amigos eran jóvenes y estaban pasando por una etapa de desarrollo. Pero la juventud no parece ser en sí misma una explicación completa. Estos hombres no eran adolescentes; tenían cuando menos alrededor de veinticinco años. Pienso que el hecho importante es que aún no habían asegurado un apoyo firme en la sociedad. Eran jóvenes alejados de su hogar, que todavía no llegaban a ningún sitio. Me inclino a conceder que esto es un factor importante en su agresividad, el egocentrismo y todo lo restante, que aparecen en Chick y en algunos de sus amigos de ese periodo. Más tarde, cuando Chick había hallado un lugar para mí mismo, pudo tranquilizarse e interesarse más en otras personas. ¿Esto es simplemente un fenómeno de movilidad fuera de los suburbios y a la posición de clase media? Al recordar mi propia carrera, puedo recordar con un rastro de embarazo algunas de las cosas que dije e hice en las primeras etapas, cuando estaba luchando para obtener un buen apoyo en la escalera académica. Es fácil ser modesto y no presuntuoso una vez que uno ha logrado una posición bastante segura y ganado cierto grado de reconocimiento.
No discutí el punto de Chick, de que había sorprendido a la gente desprevenida y, sin embargo, pude comprender a la gente que sentía así. Cuando uno va a ser entrevistado para un diario, se pone su traje bueno y su mejor corbata, se asegura de que sean lavados los platos de la cocina y en general, da todos los pasos que asocia con hacer una aparición en público. Aparece ante el público en el papel que le agradaría interpretar en público. No puede hacerse esto con un investigador social que llega y vive con usted. No encuentro ninguna forma de esquivar esa dificultad. Supongo que siempre debe haber aspectos de nuestros reportes que causarán cierta proporción de embarazo a las personas que hemos estado estudiando. Cuando menos me alentó descubrir que en este caso, la reacción no fue en absoluto tan grave como había temido.
Aunque únicamente podemos especular respecto al impacto del libro sobre Doc, Chick y muchos otros, hay otros hombres sobre quien tuvo un efecto profundo. . . y no siempre estuvo seguro de que dicho efecto sería constructivo. El trabajo conmigo hizo que Sam Franco, quien tuvo solamente una educación de escuela de segunda enseñanza, deseara ser investigador en relaciones humanas.
Cuando estalló la guerra, Sam se alistó en los Cuerpos de Infantería de Marina. Le escribí cuando La Sociedad de las Esquinas estaba a punto de ser publicado, preguntándole si debía enviarle un ejemplar. Respondió diciendo que su unidad se encontraba a punto de ser mandada a ultramar, que a donde iba no podría llevar nada adicional y que debía remitir el libro a su esposa, a Cornerville. Algunos meses después, supe nuevamente respecto a él. Había combatido en tres desembarcos en islas. En el tercero murió junto a él su amigo más íntimo en filas y él quedó inconsciente por la onda 47 explosiva regresó al país en un barco hospital que zarpó hacia San Diego. La primera carta que me escribió desde el hospital me pareció un tanto desanimada, como es natural en un hombre que ha pasado por tales experiencias. Una semana más tarde me escribió nuevamente, lleno de entusiasmo. Tan pronto como había llegado al país pidió que su esposa la remitiera al libro y lo leyó. Quería que supiera que él creía en el libro y en esta clase de trabajo. Iba a volver a Cornerville para hacerlo él mismo.
Aun se inscribió en un curso de sociología por correspondencia, pero lo abandonó después de un tiempo. Me escribió que en cierto modo, no le pareció la clase de cosas que hicimos él y yo en Cornerville.
Después de regresar a Eastern City, consiguió un empleo muy bueno con una firma que hacía decoración de aparadores para almacenes comerciales y estaba ganando dinero adicional con carros alegóricos para desfiles y varios trabajos eventuales de naturaleza artística. No obstante, no abandonaba la idea de que deseaba hacer investigación social. Incluso trabajó en eso en la Reserva de la Infantería de Marina, donde fue primero cabo y luego sargento. (Durante su entrenamiento básico se le había ofrecido una oportunidad de ir a la escuela para Candidatos a Oficiales, pero la rechazó). La unidad de reserva tenia una noche de entrenamiento cada semana y después de cada sesión, Sam tecleaba en su máquina de escribir notas de lo sucedido. No observaba solamente; también experimentaba respecto a la estructura informal del grupo. Seleccionó una tarea que requeriría a cuatro o cinco hombres. Escogía a un individuo y le decía que eligiera a otros tres o cuatro y luego hiciera el trabajo. Entonces, Sam observaba cuáles individuos seleccionaba el hombre y cuán efectivamente era cumplida la misión. Escogía hombres que consideraba seguidores en la estructura informal y observaba las ineficacias y las faltas de coordinación que surgían, al tratar de hacer que el grupo trabajara con ellos.
También elegía individuos a quienes había clasificado como líderes y observaba el contraste señalado en efectividad de la actuación. Por supuesto, la libertad que daba al individuo para elegir a sus propios asociados en la misión ayudaban a Sam a delinear los agrupamientos naturales.
Sam continuó este proceso, obsesionado con la idea de que incluso la Infantería de Marina (hacia la cual tenia la lealtad típica del infante de marina) podía ser una organización mucho más efectiva, si oficiales y suboficiales tenían una mejor comprensión de las estructuras informales de grupo Intenté dar a Sam la ayuda que necesitaba lo mejor que puede, operando desde gran distancia. Primero, George Homans se interesó en su trabajo en el terreno y lo puso en contacto con un oficial de Infantería de Marina, quien entonces estaba agregado a Harvard. Sam consiguió por sí mismo interesar en sus observaciones de grupo, a sus oficiales superiores en la Reserva de la Infantería de Marina.
Sam escribió que estaba decidido a abandonar su empleo de decoración y reengancharse en la Infantería de Marina, si conseguía alguna seguridad de que podría proseguir la clase de investigación de relaciones humanas en que estaba embarcado. Sin embargo encontramos que la Infantería de Marina no poseía estipulaciones para dicha actividad. Había en el cuerpo algunas personas que tenían tan buen concepto de Sam y de sus ideas, que incluso buscaron conseguir que se estableciera una clasificación especial para él, pero eso era esperar demasiado. Así que Sam continuó la investigación por su cuenta, dividiéndose entre su empleo y el trabajo que deseaba efectuar.
48 La Guerra de Corea cambió todo esto. Visitamos a Sam y a su familia varias semanas después de la ruptura de las hostilidades. En ese tiempo ya había recibido su llamado para regresar al servicio y era un hombre muy desalentado y descontento. Por supuesto, existía el problema de la supervivencia. Me dijo que cuando un infante de marina entra en combate, no espera salir vivo. De hecho, todo su entrenamiento lo condiciona para aceptar la muerte en el campo de batalla. Si escapa, por una buena suerte notable, siente que ha agotado más de lo correspondiente a sus posibilidades de supervivencia. Si tuviera que entrar nuevamente en combate, la muerte sería una certidumbre absoluta. Y ahora tenía que pensar en una familia y se había habituado a los empeños de tiempo de paz. Él y los otros hombres de su unidad de reserva volverían cuando fueran llamados, por supuesto, pero todos sentían que habían hecho tanto como debía pedírseles.
Estaba en juego algo más que la supervivencia física. Sam estuvo luchando por años para hacer investigación en relaciones humanas. Quizá era una esperanza vana y tonta, pero aborrecía abandonarla. Y regresar al servicio en combate significaba ciertamente renunciar a ella.
Dije que era una lástima que Sam estuviera en la Infantería de Marina, pues ésa era la única rama del servicio que presentaba posibilidades mínimas para desarrollar el trabajo en que estaba interesado. Si estuviera en la Fuerza Aérea, en la Armada o aun en el Ejército, podría haber alguna probabilidad de que encajara en un programa de investigación. Fue entonces cuando me dijo que había cierta posibilidad de ser asignado a “servicio destacado”, que como infante de marina, podía ser comisionado a uno de los otros servicios, si se hacía una petición especial y era aceptada por la Infantería de Marina. Le prometí, sin ninguna verdadera esperanza de éxito, que trabajaría en eso.
Escribí a un hombre a quien conocía, que estaba a cargo de un programa de investigación en la Fuerza Aérea. Le hice una descripción completa del trabajo de Sam conmigo y de lo que pensaba que podría hacer... si estuviera trabajando bajo supervisión profesional. Recibí en contestación una carta ambigua, indicando sin ningún compromiso que tal vez podría hacerse algo. Pocas semanas más tarde, supe sorprendido que los engranajes se hallaban realmente girando. La unidad de investigación de la Fuerza Aérea había hecho una solicitud oficial, de que Sam Franco fuera asignado a ella. Los documentos se encontraban en movimiento ascendente en la escala de la Fuerza Aérea y también estaban subiendo por los canales buenas recomendaciones para Sam, de sus oficiales superiores en la Infantería de Marina. Al último supe que la petición había sido rechazada y esto pareció definitivo aunque Sam me dijo que restaba un agujero. Mientras tanto Sam estaba nuevamente en entrenamiento y aguardando su embarque a ultramar.
Hacia fines de diciembre de 1950, me llamó de larga distancia: “Bill, es como en las películas. Ayer recibí mis ordenes de embarcarme hacia Corea y hoy llegaron los papeles para la asignación a la Fuerza Aérea”.
Sam ya ha estado con la Fuerza Aérea durante alrededor d tres anos, los dos primeros como agregado y finalmente como sargento mayor de la Fuerza Aérea, como resultado de una transferencia que tuvo que ser aprobada por los generales comandantes de la Infantería de Marina y de la Fuerza Aérea así que al fin ha podido dedicar su tiempo completo a la investigación. Ha estado operando en un ambiente donde los cuestionarios son el método aceptado y donde los investigadores profesionales aceptan sin ambages que no pueden utilizar a Sam como debía ser utilizado. Sin embargo, ha salido a varios breves estudios de organización y demostrado que puede obtener datos que son 49 generalmente inobtenibles para los civiles de la unidad de investigación. Nadie puede decir todavía hasta dónde puede llegar, pero está en el terreno en que desea estar y está trabajando y escribiendo respecto a sus observaciones sobre la disciplina y el caudillaje en las organizaciones militares.
Así que la historia tiene un final feliz... hasta ahora. Pero fue solo por una casualidad extraordinaria como Sam pudo dedicarse al trabajo que deseaba hacer. Si no hubiera llegado la oportunidad, su asociación conmigo habría servido sencillamente para frustrarlo con ambiciones que nunca podría esperar satisfacer.
¿Cuánto ha sido leído el libro en Eastern City y en Cornerville en particular? Aquí recibí una de mis grandes sorpresas desde el mismo principio. El editor remitió ejemplares para su crítica a los periódicos principales de las ciudades más grandes del país. Yo no esperaba recibir muchas reseñas periodísticas, pero cuando menos supuse que el libro lograría alguna atención en Eastern City. Estaba seguro de que nadie que en realidad estuviera familiarizado con la vida local podría leer el libro sin saber que estaba leyendo respecto a su propia ciudad, o sin identificar la sección particular de ella. Este aspecto local atraería naturalmente una atención mucho mayor para el libro. No me detuve a imaginar qué efecto tendría esto, además de vender ejemplares.
Fue bastante curioso que si bien el libro recibió comentarios de una columna completa en varios grandes diarios metropolitanos, ni uno solo de los de Eastern City le prestó ninguna atención. Aún no puedo conjeturar por qué sucedió esto. Lo más parecido a una reseña local que obtuve, fue la que apareció en la ciudad grande más próxima, pero allí el crítico dedujo astutamente que la localidad de mi estudio había sido una ciudad a mil quinientos kilómetros de distancia Aun sin fanfarrias periodísticas, el libro atrajo naturalmente cierta atención en Cornerville. La camisa del libro, ideada por Kathleen (una escena de una esquina) estuvo en el tablero de boletines de “libros de interés recientes” en la biblioteca de Cornerville menos durante cinco años después de su publicación. Resultó bastante popular, de modo que la biblioteca tuvo que comprar un segundo ejemplar y luego, alguien me hizo el cumplido de robar uno de ellos. No obstante, Sam Franco informa, después de una visita a una miembro del personal de la biblioteca: “Cuando me dijo que el libro era muy popular, repliqué que eso no coincidía con lo que había descubierto. Al mencionar tu libro, la mayoría sabían respecto a él. Cuando les indicaba que me hablaran algo concerniente al libro, me decían en todos los casos que no lo habían leído... Sin embargo, en mi firme opinión, tu libro fue leído intensivamente en las Casas de Servicios Sociales y por los trabajadores sociales y todos los involucrados en él”. Incluso en esto debemos tener nuestras reservas, porque de acuerdo con Doc, la mayor parte de los Nortons no habían leído el libro.
Parece que soy considerado por los trabajadores sociales, cuando menos en la Calle Norton, como un hombre que se volvió contra su propia gente. Uno de mis informadores me comunicó esta reacción de la Casa de Servicios Sociales, después de hablar con uno de los trabajadores sociales. Éste dijo que sentían que “te habían recibido de buena fe, pero les diste lo suyo. Continuó diciendo que nada más escribiste un aspecto de la historia para hacerlo lectura sensacional, que eras inmaduro, que tu ‘actitud engreída, pero mal informada’ les hizo daño. Le pedí que explicara en qué los perjudicó el libro. No supo qué responder y después admitió que el libro no les hizo daño, pero que 50 muchos trabajadores sociales y toda la gente de Harvard leyeron el libro y que eso era lo que decía que era ‘perjudicial’.” ¿Qué ha estado ocurriendo con el trabajo social en Cornerville? La Casa de Cornerville tiene ahora dos trabajadores de planta de ascendencia italiana (pero no de Cornerville) en su personal. La Casa de la Calle Norton tiene en su plana mayor un hombre de planta, nacido y criado en Cornerville, para trabajar con los adolescentes. Creo que estas tres personas han tenido educación superior y entrenamiento profesional superior a eso.
En mi última visita a Cornerville, tuve una conversación prolongada con el señor Kendall, que era jefe de trabajo con muchachos en el periodo de mi estudio y ahora es director de la casa de Cornerville.
Comenzó por reconocer que las casas de servicios sociales no llegan generalmente a los muchachos de esquina con quienes estuve tratando. No obstante, dijo que algunas personas dudaban que este grupo debiera ser alcanzado por una casa de servicios sociales. A los padres les gusta ver una casa de servicios sociales como un sitio en que sus hijos están en un ambiente integro. Si fuera admitido el grupo típico de esquina, su mera presencia ahuyentaría a aquellos hasta quienes ha llegado con éxito la Casa de Servicios Sociales.
Reconocí esta posibilidad, pero una discusión más prolongada produjo una contradicción interesante en la experiencia del señor Kendall y su Casa de Cornerville. En las últimas etapas de la Segunda Guerra Mundial, Kendall se preocupó porque el gimnasio de la casa estaba siendo usado muy poco. Contrató a un héroe vuelto de la guerra y líder de muchachos de esquina, para que hiciera “trabajo externo” en la organización de una liga de basquetbol. En varias semanas había organizado cuarenta y dos equipos en varias ligas de basquetbol. En los meses siguientes, la casa estaba hirviendo con la excitación del basquetbol y ahora todos parecen recordar ese periodo como uno de los puntos culminantes en la historia de la casa. El señor Kendall no mencionó casos de grupos que se retirasen porque varios rufianes estaban ocupando el gimnasio. (Después de esta única temporada, los fondos de emergencia que habían hecho posible el puesto ya no estuvieron disponibles y el mismo organizador que tuvo éxito no fue retenido en el personal.) También hubo una clase de baile que atrajo primero a unos pocos y luego a grandes números de muchachas y muchachos adolescentes. Por lo que pude saber, los muchachos parecían ser auténticos muchachos de esquina. Al principio hubo algunos juegos rudos, pero la profesora, una italoamericana muy capaz pronto tuvo organizadas las cosas en un verdadero estilo de salón.
Una casa de servicios sociales puede recibir aparentemente una escala más amplia de grupos de lo que se supone por lo común... dada siempre la limitación de que una pandilla de esquina desea un lugar de reunión para todas las noches de la semana y ninguna casa de servicios sociales puede proporcionar ese espacio. ¿Cuáles son las perspectivas de contratar a hombres locales que no han tenido educación superior o entrenamiento en trabajo social? La respuesta parece ser: no muy buenas. Los directores de las instituciones que harían esos nombramientos están bajo presión de moverse en una dirección muy diferente. Las escuelas de trabajo social han estado intentando durante años conseguir que su carrera sea reconocida como profesión. ¿Cómo puede convertirse en profesión, si es aceptado el joven que hizo su entrenamiento básico en la esquina? Las 51 normas deben ser elevadas. Eso significa un título en educación superior y una maestría en trabajo social.
Nadie es amenazado con que sus fondos serán reducidos si contrata a quien no tenga una maestría en trabajo social. Pero se pregunta al jefe de trabajo social cuánta gente de su personal tiene este título y escucha referencias a otras instituciones que no están “cumpliendo”. Al investigar, descubre que las instituciones que no están “cumpliendo” son las que insisten en contratar gente que no tiene su maestría en trabajo social.
Una presión semejante afecta incluso las actividades de los campamentos de verano. Nadie puede exigir que todos sus consejeros tengan la maestría en trabajo social, pero parece deseable que sean muchachos de colegio. La agencia que cataloga los campamentos de verano, hace circular un cuestionario en que pregunta cuántos muchachos con educación superior y cuántos sin ella van a servir de consejeros. Es evidente cuál es la respuesta adecuada a este punto. En este aspecto, mientras mejor es el campamento de la Casa de Servicios Sociales, menos hombres locales tendrá como consejeros. (Por supuesto, siempre habrá disponibles unos pocos muchachos locales con educación superior, pero la presión hacia contratar a muchachos de colegio llevará inevitable a la institución a buscar fuera del distrito.) Así que parece haber poca posibilidad de que los futuros líderes de muchachos de esquina desempeñen un papel mayor en la organización de actividades de las casas de servicios sociales. Quizá es sólo llegando a los estudiantes de trabajo social, como el barrio bajo italiano de Cornerville podría tener algún impacto sobre el trabajo social.
15. Reflexiones sobre la investigación en el terreno
Mientras llevaba a cabo el estudio de Cornerville, también estaba aprendiendo a hacer investigación en el terreno. Aprendía de las equivocaciones que cometí. Las más importantes de éstas las he descrito íntegramente. Aprendí de los éxitos que tuve, pero éstos fueron menos espectaculares y más difíciles de describir. Por lo tanto, puede valer la pena tratar de resumir las características principales de la investigación llevada a cabo Por supuesto, no estoy afirmando que hay un modo mejor de hacer investigación en el terreno. Los métodos empleados deben depender de la naturaleza de la situación en el campo y del problema de investigación. Estoy tratando simplemente de adaptar los hallazgos del estudio y los sistemas requeridos para llegar a tales descubrimientos.
En primer lugar, el estudio tomó un tiempo prolongado. Esto se debió en parte al hecho de que no había tenido experiencia previa en el terreno y tenía muy pocos antecedentes educativos que fueran pertinentes directamente a mi problema. Pero eso no fue todo. Tomó mucho tiempo porque las partes del estudio que me interesan más dependieron de una familiaridad íntima con las personas y las situaciones. Aún más, sólo aprendí a entender a un grupo observando cómo cambiaba a través del tiempo.
Esta familiaridad dio origen a las ideas básicas de este libro. No desarrollé estas ideas por un proceso estrictamente lógico. Asomaron en mí saliendo de lo que estaba viendo, escuchando, haciendo .. y sintiendo. Nacieron de un esfuerzo para organizar un cenagal confuso de experiencia.
52 Tuve que equilibrar la familiaridad con la objetividad, o no habría surgido el conocimiento. Hubo periodos de barbecho, en que parecía estar nada más pasando el tiempo. Siempre que la vida fluía tan apaciblemente que estaba aceptándola por presupuesta, tenía que intentar salir de mi yo participante y luchar otra vez para explicar las cosas que parecían tan naturales y obvias.
Esto explica por qué sufrieron mis planes de investigación cambios tan drásticos en el curso del estudio. Estaba en una exploración de un territorio desconocido. En realidad, peor que desconocido, porque la literatura existente entonces concerniente a los distritos de barriadas era altamente desorientadora. Habría sido imposible al principio coordinar la clase de estudio que me encontré haciendo al final.
Esto no es un argumento contra el planeamiento inicial de la investigación. Si su estudio proviene de un cuerpo de investigación efectuada con efectividad, entonces el estudiante puede y debe proyectar mucho más rigurosamente de como lo hice. Pero aún así, sospecho que perderá datos importantes, a menos que sea bastante flexible para modificar sus proyectos sobre la marcha. La “tangente” aparente con frecuencia resulta ser la línea principal de investigación futura.
“El barrio bajo italiano de Cornerville”. se refiere a gente, situaciones y acontecimientos particulares. Deseaba escribir respecto a Cornerville. Pero descubrí que no lo podía hacer sin descartar la mayor parte de los datos que tenia, relativos a individuos y grupos. Pasó tiempo antes que comprendiera que podía explicar mejor a Cornerville contando las historias de esos individuos y grupos, que de otra manera.
En vez de estudiar las características generales de clases de personas, estaba mirando a Doc, Chick, Tony Cataldo, George Ravello y otros. En lugar de obtener una imagen en sección transversal de la comunidad en un punto particular del tiempo, me hallaba tratando con una secuencia de sucesos interpersonales en el tiempo.
Aunque no pude cubrir todo Cornerville; estaba fabricando la estructura y el funcionamiento de la comunidad, por medio del examen intensivo de algunas de sus partes en acción. Me encontraba relacionando las partes entre sí observando sucesos entre grupos y entre los líderes de grupos y los miembros de las estructuras institucionales mayores (de la política y de los rackets). Estaban buscando construir una sociología basada en acontecimientos interpersonales observados. Esto es para mí el significado metodológico y teórico principal de “El barrio bajo italiano de Cornerville”.